Thursday, January 19, 2006

Viento

Hay cosas que nos pasan por al lado y no las vemos, otras nos pasan y nos tocan pero aún no las vemos, hay otras que vemos y no nos tocan y hay otras que simplemente no sabemos que son. Oscar Clemente Delfino lo había planeado todo, el renombrado ingeniero civil venezolano minuciosamente había estudiado los pormenores de su decisión, una mezcla infalible, tablas de números, cálculos matemáticos e investigaciones varias sobre el tema. Aquella mañana se levantó como siempre, tomó su taza de té de manzanilla y leyó en la prensa lo mismo que había leído el día anterior, con calma y serenidad recorrió su casa, vestido de gala salió a su trabajo, un edificio en construcción en una zona pudiente, saludó a los obreros y con su casco amarillo subió haciendo uso del improvisado ascensor al piso diez, último del edificio, sintió el aire en su cara, observó la ciudad y saltó.

Oscar Clemente Delfino luchó por muchos años contra su depresión, una que muchos no lograban entender por el simple hecho que el hombre era un individuo de éxito. Oscar mantenía un esquema envidiable dentro la polucionada sociedad caraqueña, una mansión, nueve automóviles, cinco viajes al año, Nueva York, Vail, Paris, Londres y El Cairo eran sus lugares favoritos, una esposa perfecta gracias a la magia del bisturí, unos hijos fantásticos y por sobre todo el reconocimiento dentro del medio laboral que lo ensalzaban de elogios por todas las majestuosas obras que construía su empresa a lo largo y ancho de la ciudad. En la cúspide el viento sopla más fuerte solía decir Clemente Delfino, creo que nadie se atrevió a preguntarle que quería decir con aquella frase, Oscarcito se había vuelto algo introvertido con el pasar de los años, ya no se montaba en las tarimas para cantar en los matrimonios a los cuales asistía, no jugaba al golf sino en ciertas ocasiones, no bebía más de un palo de whiskey por semana y el cigarro ya no era parte de su vida.

Se bajó de su carro, en un edificio algo feo del centro de la ciudad, miró hacia los lados y abrió la reja del mismo, con su propia llave. El ascensor no funcionaba, subió las escaleras hasta el piso cuatro y entró a un apartamento. Adentro dos pequeñines salieron a su paso a saludarle, una mujer bien vestida también le saludó. El apartamento amoblado con el último grito de la moda y con artefactos que muchos sueñan tener llevaba un contraste gigante con la fachada e interior del edificio. Se sentaron a la mesa y comieron, hablaron como toda una familia, los niños mostraban sus calificaciones en la escuela, Oscar les regalaba dinero por cada materia aprobada, la mujer le miraba atenta, y le hacia cariños en su mano. Del bolsillo se sacó una cajita con un anillo adentro, se lo entregó a la dama en cuestión, como todo macho que "se respeta" Oscarcito tenía su otro frente, es que el dinero sobraba en sus cuentas bancarias.

Oscar llegó tarde del trabajo, algo cansado, quizás agobiado más bien. En la sala de su casa le esperaban sentados su esposa y una de sus hijas, alrededor de ellos los otros hijos, dos más para ser exactos, un varón y otra hembra. Sorprendido por aquella reunión tan poco común Oscar no sabía si reír o llorar, algo nervioso tomó asiento en su poltrona inglesa y preguntó de que se trataba todo aquello. "Vas a ser abuelo" proclamó su esposa, "abuelo?, dijo Oscar sin entender nada de aquello. La pequeña María Isabel, su hija menor, había tenido un pequeño desliz en una fiesta, ni siquiera tenía novio, al menos no conocido, el desliz se había transformado en un pequeño embrión que ahora flotaba placidamente en su placenta. Oscar ni siquiera pudo hablar, miró al cielo y calló. Su esposa le demandaba que dijera algo, él permanecía incólume, después de unos minutos preguntó quien era el padre del bebé, no supieron darle una respuesta. Se paró de su silla y caminó a la biblioteca, algunos dicen que lloró toda la noche, otros que simplemente se dedicó a leer una revista de arquitectura.

Con la fuerza que le caracterizaba golpeó la pelota de golf que se elevó con rapidez, la misma tomó un camino equivocado, yendo a parar a unos matorrales en la parte derecha del "fairway". Sus amigos bromearon y rieron mientras tomaban su turno, luego de caminar hasta el punto siguiente Oscar comenzó la búsqueda de la pelota, se adentró en los matorrales y de pronto escuchó un sonido extraño, en principio pensó que se trataba de un animal, y pues bien, encontró dos animales, animales evolucionados quise decir, su esposa y un "caddie", que disfrutaban de los placeres de la carne en pleno campo de golf. Oscar se violentó y atacó al "caddie" con su palo, el hombre hábilmente lo esquivó, su esposa le lanzó un piñazo, Oscar luchaba contra dos, su esposa y su amante. Sus amigos al percatarse del asunto se aglomeraron en el lugar para descubrir la bella escena, Oscar, tratando de apalear al "caddie", su esposa defendiendo al "caddie" y el honor de un hombre regado en unos matorrales de un campo de golf y con testigos que se encargarían de llevar la noticia por cada rincón del planeta.

Levantó el celular, de inmediato reconoció la voz, el funcionario del gobierno exigía su parte de la tajada. Le amenazó sin escrúpulos, el contratito que había obtenido gracias a la mano peluda que habita en los gobiernos reclamaba su parte en el trato. Oscar no sabía que hacer, el tren de vida que mantenía le había hecho pasar por alto al primer eslabón en la cadena de la corrupción, ese al que siempre dejan por fuera. Este hombre decidido y vengativo se disponía a cobrar lo suyo, Clemente Delfino trató de voltear la tortilla y amenazar él a su atacante, los gritos de su hija al otro lado del teléfono le hicieron helar la sangre. El pequeño llevaba la ventaja sobre el grande, con la vida no se juega, o es acaso que si se puede jugar?

Abatido por los acontecimientos decidió pasar por su casa, la de sus padres más bien. Adentro conversaba con su papá acerca de la situación política del país al igual que de los caballos que habían adquirido para la próxima campaña en el hipódromo. Una conversación pacífica y tranquila, sin ningún tipo de aspavientos. La madre de Oscar apareció y le dio un beso en su mejilla, se sentó tranquila a tomar su café con unos cuantos tranquilizantes como siempre hacía, mirando a su esposo, le preguntó si ya le había comentado a Oscar de sus planes. El padre de Oscar le dijo "hijo, tu madre y yo nos vamos a separar, es un hecho", Oscar dejó caer el vaso de agua sobre la alfombra, su padre continuó "no te asustes hijo, hay cosas que pasan, y después de 47 años de matrimonio pues estamos cansados el uno del otro". "Por cierto" dijo la madre "no hay herencia para ti, hemos decidido que al morir donaremos nuestra fortuna a la asociación de perros huérfanos". Oscar salió de su casa, más confundido que una gárgola sin alas.

Pasó por el apartamento del centro, el de su otro frente, adentro se encontró a su amante con su amante, amante con amante anula la maldad, eso escuché decir una vez. Oscar mantenía no solo a sus otros dos hijos, a su amante, y a el amante de su amante, que trabalenguas resulta esto, así era como Oscar lo procesaba en su mente, los dos hombres se miraron a los ojos, la amante en el medio, los niñitos en sus juegos. Miró a sus pequeños hijos, miró a su amante, se acercó al amante de su amante y le dio un abrazo, lo miró de nuevo a los ojos y sonrío. Bajó la cabeza en señal de no tener ánimos de combatir, se dirigió a la puerta, la cerró y metió la llave por debajo de la puerta.

El aire se sentía frío, la velocidad aumentaba, el piso se acercaba con rapidez, muchos pensamientos cruzaban su mente, el hombre convertido en pájaro sin alas volaba hacia la tierra. La corbata se enredó en su cuello, el casco amarillo decidió tomar otro rumbo, la camisa perdía los botones proporcionalmente a la aceleración impuesta al objeto volador no identificado. Abría y cerraba los ojos, el sonido del viento surcaba sus oídos, veía la cara de sus obreros al pasar por los distintos pisos, veía su sombra en la acera, en el cemento caliente que esperaba con los brazos abiertos. Una sensación de libertad y cobardía invadió sus sentidos, el arrepentimiento no era parte de este juego, el momento se acercaba, el concreto hacía agua su boca con ese platillo que iba a degustar.

Trató de gritar pero no pudo, trato de mirar pero las lágrimas se lo impidieron, se colocó en posición de impacto y esbozó una sonrisa. La corriente de viento anuló su descenso, quedó flotando a tres metros de la acera, esperando, ansioso por sentir el crujir de sus huesos, ilusionado por dejar el caparazón y ser libre una vez más. Abajo los obreros pensaban que estaba poseído, pues flotaba, proferían oraciones y hacían lo posible por llamar a un cura. Abrió los ojos pensando que todo había terminado, escuchó los gritos de sus obreros, de los transeúntes que pasaban por aquella avenida, Oscar seguía flotando, estático, inerte, sin saber que sucedía, finalmente y con la ayuda de una escalera uno de los obreros llegó a las alturas, se paró cerca de Oscar y le dijo "patrón, que le pasa?. Clemente Delfino quien todavía no entendía que pasaba le dijo "coño San Pedro eres igualito a un obrero mío, se llama Pastor", el obrero al escuchar esto se cayó de la escalera y salió corriendo convencido que Oscar estaba poseído por algún ente extraño.

La corriente de viento traía consigo sus palabras, el viento nos habla, el aire lleva a todos los rincones del universo la esencia de todo aquello que somos y por ende de lo que hacemos. Oscar escuchaba sin comprender todo aquello, el viento le hablaba, no le permitía caer, no le daba un pasaporte para el escape, ese elemento invisible a nuestros ojos pero que sentimos en nuestro andar se cercioraba que el equilibrio se mantuviera intacto, que el preso no escapara de la cárcel, que enfrentara su existir y que el no podía decidir morir.

Oscar le pasó por al lado a muchas personas y no lo vieron, Oscar pasó y tocó pero aún no lo vieron, a Oscar lo vieron pero no tocó a todo el que le vió, que era Oscar en realidad?, pues nadie lo sabrá…

Wednesday, January 18, 2006

Real Madrid

"Imaginación, que imaginación", así me gritaba la esposa de mi hermano cuando yo terminaba de contarles una historia a mis sobrinos. Yo por mi parte me limitaba a sonreír, agradecía sus amables comentarios y miraba a todos lados mientras mis sobrinos que no habían entendido ni las tres cuartas partes del cuento me pedían que les contara otro. Se arrodillaban frente a mi, "tío, tío, por favor", "otra historia por favor, anda si?, decía mi sobrinita en un lenguaje que era una mezcla de castellano con lengua bebé". La esposa de mi hermano les decía que dejaran de fastidiar, que me dejaran tranquilo, creo que ella no sabía, y no sabe aún, que prefiero a los niños que a los adultos, que con ellos me siento a gusto, que les cuento mis hazañas y no debo explicarles mil y una vez que fueron verdad, que son una parte más de mi existencia y que a pesar que muchas veces interpretan todo a su manera pues siempre le dan un toque divertido que hasta a mi mismo me hace reír.

Nunca hablo en público de mis historias, de hecho comencé a escribirlas pues retumbaban en mi mente y no me dejaban dormir, es que son tantas, son muchos años de ir y venir, de dejar de sentir, de andar por doquier, de mirar el andar, de jugar a morir, de decir sin vivir. Mi cuñada se fue a la cocina, mi hermano no llegaba del trabajo aún, mis sobrinos continuaban con el jolgorio e insistencia propia de tres monstruos de corta edad, el problema es que no quería meterles ideas en la cabeza, a esa edad se es influenciable y mi hermano no me perdonaría si uno de sus pequeñuelos le dice que quiere ser superhéroe como su tío, es que mi hermano nunca entendió de que se trataba todo esto, el y su vida recta, yo con la mía torcida.

"Muy a mi pesar" sonó el teléfono, o eso creo recordar, mi cuñada es médico, una emergencia, a correr como loca, el tío Poli se quedaría de niñero, el momento perfecto para contar una historia más. Ella salió corriendo mientras me decía "no más cuentos por hoy, jueguen algún juego de mesa, o canten, no se, lo que sea, pero no más historias" y desapareció por la puerta. Al frente mío y con sus piernas cruzadas estaban el trío de moscones, risueños, alegres por haberse liberado del yugo de su madre, y en mis manos, de allí a la nevera, mucha Coca-Cola, dulces, tortas, caramelos, cotufas y todo tipo de comida para empachar el estómago. La noche apenas comenzaba, sentados en la sala, me encontraba con mi público preferido, enanos de seis, cuatro y 1 año y medio, el pequeñín se reía solo, no entendía nada pero simplemente disfrutaba del momento, cosa que a nosotros, los adultos, se nos olvida hacer a menudo.

A cada momento uno de ellos se paraba para cerciorarse que su padre no había llegado, logré mantenerlos distraídos con sandeces por un tiempo pero exigieron otra historia, les dije que no iban a entender, que la contaría a su propio riesgo, ciertamente ellos disfrutaban de los chinazos, las correderas, los momentos de tensión, sin todavía entender el trasfondo doloroso, tragicómico y hasta cínico de mi vida pasada o presente quizás. Mi sobrino mayor volvió de la nevera con unas lonjas de jamón serrano, en ese instante se me prendió el bombillo y recordé, así le dije "tu sabes de donde viene eso que te vas a comer?, el pobre pequeñuelo no sabía y se limito a decirme "de la nevera". Me reí como siempre hago, y decidí contarles una historia, una de esas tantas que viví, y que marcaron mi existir, solo otra más, pero que siempre recordaré y no por la razón más obvia.

Recuerdo el viaje, desde San Fermín hasta Madrid, mis costillas apenas sanaban después de mi odisea en Pamplona con el toro mecánico que utilicé para crear el caos en las fiestas. Me dolía mi costado, era un día bastante gris, sin lluvia, pero descolorado. En aquella época estaba en esa búsqueda infinita del equilibrio, nunca llegó está por demás decir, es que nos metemos la vida buscando ese estado preciso de calma sobrenatural que simplemente existe solo en nuestros sueños. Desde la altura del avión veía solo nubes, un colchón en donde los ángeles rebotaban en sus juegos al atardecer. Mis pensamientos trataban de ordenarse sin encontrar razón en todo aquello, las cosas en Caracas estaban movidas, en todos los sentidos, eran tiempos de flotar, de vivir porque si. Finalmente llegué a Madrid y fui a visitar a un viejo amigo, un caballero retirado de la Liga de Superhéroes, bastión de mil batallas, guerrero sin descanso, maestro mío en Caracas. Ahora estaba descansando, en el retiro, solo, algo viejo, algo golpeado por el existir, pero siempre orgulloso de su pasado, no muy distinto al mío.

Nos sentamos a conversar, que más pueden hacer dos buenos amigos que llevan tiempo sin verse. Hablamos como siempre, de lo que estaba bien y lo que estaba mal, de las diferencias de hoy en día, de un pasado no lejano. El andar deja huellas, marca nuestras almas, las moldea, las deforma, las exprime, hasta que vuelven a su estado original y nos dejan. Recordamos la historia de un pequeño que no quería venir a la tierra y tuvimos que buscarle en una dimensión paralela, al final lo trajimos metido en un saco, después de convencerle que éramos elfos de Santa Claus y que el era un regalo para unos señores, la filosofía de los niños es clase aparte, nunca dejan de sorprenderme. Seguimos cortando la tela, poco a poco, algunas historias que para mi eran nuevas, otras en las que participé y algunos cuentos de la vida real que nos acompañan en el largo camino hacia el infinito.

Mateo, así se llamaba mi amigo, tosió con fuerza, casi se le salen los pulmones, "joder tío" me dijo "esta tos me va a matar, me acompañaís a la farmacia?, "por supuesto, Maestro" le contesté. Se puso en pié y con mi ayuda salimos de su departamento, caminamos varias calles, ya cerca de la Plaza Mayor, Puerta del Sol, no se, como le quieran decir, nos detuvimos pues Mateo estaba cansado. Allí me dijo que necesitaba mi ayuda, que le daba pena conmigo, que el sabía que tenía mis costillas adoloridas, que deseaba regresar a Caracas, pero que había una sola misión que nunca había podido concluir, se había enfermado, ningún otro superhéroe tomó el trabajo en aquel tiempo y el asunto quedó en veremos, engavetado como cualquier proyecto de desarrollo de un país latinoamericano. Continuamos caminando, finalmente arribamos a la farmacia, adentro nos atendió una señora excesivamente amable, ojos verdes, cabellera rubia, y un anillo en su dedo medio de la mano derecha, eso recuerdo. "Que tal Don Mateo?, le dijo a mi amigo, "viene por sus pastillas?, Mateo quien tosía cada vez con más fuerza asintió con la cabeza, "y su amigo quien es?, preguntó la dama, Mateo que todavía no podía hablar me hizo una seña que le dijera, "Policarpio", dije, "encantado de conocerla, Mateo habla maravillas de usted", la dama sonriente hizo un gesto de aprobación, Mateo tomó sus pastillas y salimos de la farmacia.

Afuera Mateo me explicó que la mujer que laboraba en la farmacia sería mi contacto para resolver el misterio, aquel misterio que él no había podido resolver. En principio pensé que Mateo me estaba tomando el pelo pues la dama muy sofisticada de la farmacia no tenía pinta de superhéroe. "No lo es" dijo Mateo, "no es superhéroe, pero tiene la fuerza de un camión, ella sabrá guiarte, confía en mí". "Pero no está algo vieja?, le dije, Mateo me miró y me dijo, "dile lo que quieras, pero no le digas vieja por favor, te asesina si se lo mencionas, además no es tan vetusta como piensas". Me limité a mirar al horizonte, y contar mis pasos hasta casa de Mateo, una mala maña que tenía desde niño, sabía exactamente cuantos pasos había desde mi casa hasta diversos puntos de la ciudad, cosas mías, cosas de loco.

En la puerta de su edificio se despidió de mi, no me invitó a subir, sin lugar a dudas que no quería que le viera en su lecho de muerte, el sabía que su hora había llegado, colocó su mano en mi hombro y una lágrima brotó de su ojo izquierdo, se volteó y se fue para siempre. Solo nosotros los superhéroes sabemos de voltearnos sin despedirnos, entre nosotros entendemos que es lo mejor, sin muchas despedidas ni discursos eternos, simplemente el saber que allí estuvimos. Divagué por las calles de Madrid, sin saber a donde ir, caminé, creo que algo comí, pues me sirvieron Coca-Cola sin hielo y la escupí cuando la probé, pedí hielo y me trajeron un cubito, me levanté de la mesa, pagué la cuenta y seguí. Me dirigí a la farmacia, pues le había prometido a Mateo que trataría de solventar aquel misterio que no le dejaba dormir y que ahora en su sueño eterno le perseguiría hasta verle resuelto de una vez. Me senté al frente de la misma, solo, con frío, con un cúmulo de recuerdos encima y con un dolor en las costillas que me hacía sentir que perdía el conocimiento.

Muy temprano en la mañana abrí mis ojos cuando me tocaron el costado, el dolor recorrió mis entrañas, "estas bien?, preguntó el ángel de rizos dorados que estaba parado al frente de mi. "Bien jodido si" le contesté, "vamos adentro que te debes estar congelando" dijo la farmaceuta, "te voy a dar unos calmantes para el dolor, la misión no es juego de niños". Soberbia y sin sonrisas en su cara me entregó unas pastillas, organizó ciertas cosas dentro de los estantes e hizo varias llamadas telefónicas. Yo esperaba ansioso saber de que se trataba todo aquello pero la dama no soltaba prenda, tratando de buscar conversación le pregunté su nombre, a lo que respondió María Culada, al escuchar ese apellido pues no me quedó otra que reír, la mujer me miró con sus profundos ojos verdes y se limitó a decir, "si haces una bromita con mi apellido no regresas vivo a Caracas". Ante aquella amenaza pues puse cara de culo para no reírme, cara de "culada" me decía a mi mismo y no podía dejar de pensar en aquello, pensé en los horrores de la humanidad para tratar de entristecerme pero me cagaba de la risa, finalmente le dije "mira Culada, no puedo, me da risa tu apellido, así que jódete y aguanta mis risas."

En su carro último modelo íbamos a toda velocidad, raspando por las calles de Madrid, por Fuencarral a todo lo que daba el carro, la división entre Malasaña y Chueca, creo que María hizo todo esto para mostrarme su potente carro, y quizás para asustarme con la velocidad, se nota que ella no me conocía del todo. Seguimos dando vueltas hasta que de pronto apareció frente a mi la figura del estadio, el Santiago Bernabéu, si el aposento y morada del asqueroso equipo merengue, al cual detestaba con todas mis ganas y después de esta historia pues más aún. "Que hacemos aquí?, pregunté, "aquí vamos a acabar con el misterio que Mateo no pudo solventar". Bajamos del carro y caminamos hacia una alcantarilla al costado del estadio, adentro de ella, había unas linternas, sin lugar a dudas María tenía todo preparado, caminamos por un rato, acompañados de un olor fétido que siempre recordaré. Una pared de vidrio, un laboratorio gigante, jugadores de fútbol adormecidos sobre camillas operatorias, jamones serranos guindados en el techo, sin lugar a dudas un cuadro surreal e impactante, yo no entendía un carajo de lo que sucedía allí.

María finalmente me explicó, desde tiempos no recordados los dirigentes del asqueroso equipo del Real Madrid tenían esta práctica grotesca, bajo el engaño de un test médico trasladaban a los jugadores a este lugar en donde una vez bajo los efectos de la anestesia obtenían cortes de sus músculos para luego ser implantados en las patas de jamón serrano en su proceso de curación, al parecer el músculo humano se pegaba con facilidad al jamón y lo hacía más jugoso, con mejor sabor y duradero al igual que hacía que las patas de jamón crecieran a dimensiones descomunales por ende haciendo el negocio más rentable. Confieso que me dieron ganas de vomitar, todos estos años comiendo jamón serrano cual caníbal, increíble, lo que hace la gente por lucrarse, entendí porque los pobres jugadores del infeliz equipo se la pasaban lesionados y también porque mi madre siempre decía que el jamón serrano le sabía raro.

"Y ahora que hacemos?, pregunté, María sacó de su bolso una potente cámara fotográfica y procedió a tomar imágenes del proceso macabro. Eso me pareció muy simple y no entendía para que me necesitaban allí. "Aquí no se acaba esto, ahora tienes que entrar y destruir el laboratorio, ese fue el último pedido de Mateo, así que vamos, anda, a trabajar" me dijo la misteriosa mujer. Arrastrado entre aquella mezcla de aguas negras con ratas me deslicé hasta una puerta, la abrí después de romper un candado y entré al laboratorio siniestro. Un olor extraño, a jamón serrano con formol, en las camillas en ese momento había tres jugadores, los cuales reconocí y confieso que dudé si salvarles o no, tomé mi china, y comencé a tumbar jamones serranos del techo que caían como bombas sobre las cabezas de los médicos y enfermeras, los jugadores que aún estaban conscientes no sabían de que se trataba aquello, los médicos gritaban, "llamen a seguridad, nos han descubierto", sigilosamente me dirigí hacia una mesa llena de tubos y experimentos, tomé un fósforo y prendí aquel lugar en llamas, aprovechando el momento, me acerqué a los jugadores y los liberé, apenas podían caminar pues estaban algo turulecos, uno de los médicos me vió y me lanzo un bisturí el cual se ensartó en la pared, sin pensar, chinazo a la frente, en ese momento comenzó a explotar el lugar, cargué como pude con los tres jugadores y salí hacia el túnel en donde María nos esperaba, la explosión final nos hizo volar por los aires, aterrizamos llenos de mierda, aguas negras, basura y yo con un dolor inaguantable en mis costillas.

Afuera del estadio, ya se aglomeraban bomberos y cuerpos de seguridad, sin lugar a dudas el carajazo de la explosión se había escuchado en medio Madrid. Los jugadores expresaron su agradecimiento y preguntaron si podían hacer algo por mi, les contesté que por favor dejaran al equipo patético ese y se fueran a jugar al Celta de Vigo, los hombres luego de abrazarme por haberles salvado prometieron irse a jugar al equipo gallego. María me miró a los ojos, y me dijo "todo un superhéroe, tal cual Mateo te había descrito, son únicos ustedes", extendí mi mano para despedirme y ella me la dio, nos quedamos estrechando las manos unos segundos, unos segundos más de lo normal, de ahí un abrazo, alejado al principio, luego más cercano, el calor penetra, el roce posee, es así, es humano, me dispuse a atacar, le besé la comisura del labio, y hasta allí llegué, el dolor en las costillas hizo que perdiera el conocimiento. Me levanté en la ambulancia en donde me llevaban hacia la clínica, allí rodeado de paramédicos entendí una vez más que la soledad es mi amiga. En el periódico del día siguiente había una historia en primera plana, una foto en donde salía yo corriendo, cargando con tres jugadores del Real Madrid mientras el fondo explotaba con médicos y enfermeras volando hacia la nada. Todas las enfermeras pasaban a visitarme con regularidad, los médicos también, me pedían autógrafos, algunos molestos porque el Real Madrid no jugaría más en la liga protestaban afuera de la ventana del hospital. Una visitante sorpresa me llevó de incógnito a Barajas, para regresar a Caracas, al bajarme del carro volví a besar la comisura de su labio, hay riesgos que no puedo correr.

Mis sobrinos se reían, el jamón serrano estaba en la basura, de la puerta de la cocina emergió mi hermano, "Poli, tu no cambias, buena historia por cierto, eso es verdad o solo un cuento más?, me limité a sonreír y no contestar después de todo y como siempre digo, hay riesgos que no puedo correr…