Thursday, October 04, 2007

El Coquito


Día a día, hay que tomarse las cosas. La verdad es que pueden pasar horas, días, meses, años, siglos, y siempre habrán recuerdos que no se amilanan al pasar del tiempo, día a día, un día a la vez o con paciencia infinita hay cosas que no puedes borrar. Eran tiempos distintos de la historia, de una historia que como muchas tuvo un comienzo pero que no termina, los cambios inminentes se aproximaban con pereza, eso pues, los hace penetrar con mayor fuerza. Aún a veces me pregunto como terminé entre las cuatro paredes blancas.

La respuesta a las cuatro paredes blancas la supe desde siempre, es simplemente que a veces variamos nuestras propias respuestas para buscar sentido en el andar, la vida te puede pasar pero sin pasar por ella bien podemos estar. Es así como me acuerdo, como empezó aquel momento, en el cual decisiones tomé y del cual no me puedo arrepentir pues sería traicionar a mi memoria, la cual vuela entre la realidad y la cordura pues la realidad no es simplemente otra cosa que la locura.

Un grito en la noche me despertó, aún no logro recordar si era propio o del vacío, hacía frío aquella noche en el valle que me vió crecer, las gotas de sudor corrían por mi almohada, la tela no era suficiente para contener el terror que puedes sentir en sueños, sueños que pasan de un plano a otro con sutil facilidad. Estaba escondido en aquellos tiempos, alejado del jugar, mirando a lo lejos el ir y venir de lo mundano y temiendo cual sería el momento justo para regresar.

El gato que tocaba mi ventana se había ido, finalmente entendí que nuestros miedos los creamos, muchas cosas pueden quitarme pero volveré sigiloso a cobrar lo mío, puramente a crear el miedo que trataron de arrebatarme. Una luz intermitente de color rojo alumbraba mi cuarto, la policía podrían pensar, era Nabor Cheltinsky, amigo de mi infancia, a quien su padre le había puesto una luz de policía en su camioneta para que ahuyentara a los bandidos, o los atrajera en su defecto.

Gritó, “Policarpio, estás?, asomándome por la ventana hice una seña para que no despertara a mis familiares, camino a la calle mi padre me miró e hizo una seña de desaprobación con su cabeza, era tarde, la ciudad peligrosa, la maldad nunca descansa mientras la bondad se duerme placentera. En el carro Nabor contaba su desgracia, una de esas típicas, comunes entre sentimientos, de aquellas que pueden burlar tus sentidos, acabar con ilusiones y cercenar para siempre a un ser viviente.

“Mira Policarpio, tu tienes que ayudarme” repetía Nabor con la firme creencia que yo tenía una vara mágica que lo quitaría su dolor con el toque en su hombro. “Me dejaron Policarpio, me dejaron, y yo que he hecho de mal”, seguía con su letanía mientras manejaba con un objetivo fijo, sus ojos pálidos y vidriosos miraban fijamente el pavimento, recuerdo que llovía, a cántaros, en aquella noche como otras, como todas aquellas que entran al ponerse el sol, como esas que no se olvidan.

Entramos en aquel lugar, lo mismo de siempre, escenas que repetimos pues no sabemos de otras, lo mismo, una vez mas. Nabor llevaba su cruz encima, la cual no se veía, pero aplastaba su espalda. “Coño no puede ser” soltó Nabor, “ahí está, ahí está”. Nunca entendí porque no nos enseñan a dejar ir, nos ahorrarían dolores. “Ahora que hago?, que coño hago ahora? preguntó Nabor, yo me limité a sonreír como suelo hacer cuando me enfrento a lo inexplicable, a todo aquello que los humanos inventaron para torturarnos. Nabor esperaba mi respuesta pero yo para variar estaba distraído hasta que Vanessa y Joaquín, quien vestía un elegante frac en aquella noche capitalina, el nuevo, el de turno, se acercaron. Nabor trató de evitarlos pero estaban enfrente. “Hola Nabi” dijo la causante de su dolor, Nabor no podía hablar, el acompañante saludó de manera educada y se limitó a esperar.

“Vanesa, tenemos que”…..las palabras fueron cortadas por la voz de Joaquín quien dijo “mira payaso de pueblo, déjanos tranquilos y lárgate”. A todas estas yo no podía dejar de mirar a aquella transeúnte nunca antes vista, de ojos amarillos, pose altanera y dominio total de la escena. Creo que Nabor esperaba por mi ayuda, a veces ni siquiera los superhéroes podemos con el cauce del río humano, las cosas pasan y que hay aceptarlas, o llevarlas a cuestas, olvidarlas quizás, pero pasan sin embargo. Me llevé a Nabor y lo coloqué delante del bar, hay quienes ahogan sus penas otros dan simplemente pena.

Aquella noche pensaba en mis días con capa, corriendo con medias en el frío piso de mi hogar, luchando contra bandidos y ladrones imaginarios, viviendo diría yo. Me acerqué con cautela y me miró feo, posiblemente no la enseñaron a mirar de otra forma o se protegía de los zamuros en busca de carne. La tropecé, a propósito quien sabe, o mi torpeza casual. “Perdón” alcancé a decir cuando su voz sin mediar razones contestó “bueno mijo tu no ves por donde caminas, uy estos bichos, todos iguales, todos tratando de buscar llamar la atención, lo mismo, lo de siempre, zapatea para otro lado”. Sonriendo le dije “caerás como un coquito” y me fui. A lo lejos logré escuchar como furiosa decía “coquito tu abuela, pasado, malandro.”

Olía a lluvia aquella noche, a tierra mojada, sin pensar mucho me paré en el balcón de aquella casa donde todos jugaban, Nabor me buscaba desesperado pues yo era su único ancla en aquel mar revuelto. Me reía solo al pensar que hubiera sido un buen contador de estrellas profesional, contarlas, enumerarlas, darles nombres, sin algún motivo escondido, solo por el placer de darles importancia. El mundo es menos complicado de lo que pensamos, pero hacerlo difícil es el arte de los humanos. Nabor finalmente se paró a mi lado, “no puede ser Policarpio, tu viste eso?, tu viste?, yo me voy a tirar al Guaire a ver si me muero de una vez”.

“Yo tu Naborcito” le dije “me le paro enfrente y le canto sus cosas, sin pasiones, le dices todo, todo lo que llevas adentro, no importa si el bicho ese está jamado, no importa nada”, Nabor quien no podía creer que yo estuviera diciendo eso me dijo “tu estás jodiendo no?, no pude evitarlo y sonreí de nuevo, por supuesto que estaba jodiendo, yo creo en dejar seguir y no en impedir, mi sonrisa fue interrumpida por la cara de pocos amigos de la dama de ojos amarillentos que por casualidad pasaba por ahí y pensó que le sonreía a ella, de nuevo volteó su cara e hizo un gesto a sus amigas de desprecio.

La vi parada a lo lejos, en el bar, me acerqué y pedí agua de coco, el barman me dijo “con whiskey?, “no, no hermanazo, solita” le respondí. Después de mi conversación obligada con el barman acerca de todos los imbéciles que pululaban en aquel lugar y sin poder evitar reír al ver que la dama no se podía ir del bar por estar esperando su trago rebuscado le dije “agua de mar, agua de coco ni tu me paras ni yo tampoco”. “Como es eso que voy a caer como un coquito? preguntó, mi risa estremeció el lugar, y volví a decir “como un coquito” y me alejé sin chistar media palabra mas.

Nabor seguía debatiéndose entre el dolor y la irracionalidad, yo por mi parte caminaba en silencio, saludando a todos aquellos de siempre, los mismos, lo mismo. Nabor se hablaba a si mismo, se daba fuerzas, buscaba entender lo incomprensible de aquella noche, mis pensamientos divagaban, pero había uno recurrente que me incomodaba, Nabor sudaba frío al pensar que las cosas habían cambiado, yo hace tiempo había entendido que el cambio no es necesario pero nos obliga a aceptarlo.

Siempre me he preguntado como puede ser tan fácil convertirse en una estadística, no he conseguido la respuesta. El grito sordo acompañado de un tiro al aire hizo que el disc jockey apagara la música. Me lo habían contado pero no lo creía, una banda de ladrones, liderada por Armando Yael se dedicaba a atracar fiestas de “niños bien” en el valle de cemento. Armando y sus secuaces entraron vestidos de frac, con bolsas de plástico en mano para obligar a todo el mundo a entregar sus pertenencias.

Nabor quien solo tenía un propósito en mente ya había comenzado a moverse, sin darse cuenta de lo que sucedía se topó con uno de los secuaces de frac, pensando Nabor que se trataba de aquel que le había arrebatado su mas preciado tesoro le echó un vaso de vodka en la cara y lo retó a una pelea. El ladrón sin pensarlo le disparó, una bala fría atravesó el cuerpo de Nabor, el terror y la confusión se apoderaron del lugar, Armando Yael trataba de calmar el ambiente para proseguir con el robo pero el disc jockey tenía en mente otra cosa.

La música estridente golpeó mis oídos, siempre he aprovechado los momentos de caos para obtener lo que deseo. Saqué mi china y disparé a la frente de Armando quien cayó al suelo sin entender que sucedía. La multitud se tomó justicia en sus manos y comenzaron a linchar a los hampones. Dos pensamientos cruzaron mi mente, Nabor herido y la dama de ojos amarillos, parece mentira como nuestra mente no sabe como ordenar las prioridades cuando de aquello se trata.

De un brinco salté a la pista de baile donde la banda de ladrones, “Los Manhattan”, como eran conocidos eran ahora birlados por la multitud. Agarré a Nabor y corrí hacia la puerta, sus ojos pálidos y vidriosos ahora parecían abandonarle, su mirada fijada en el firmamento me recordaban mi trabajo de contador de estrellas, su dolor aún latente esbozaba la fiel verdad del momento. “Nabi, Nabi” gritaba Vanessa, mientras yo de reojo veía como su acompañante la ponía en su sitio. Al levantar la mirada alcancé mi objetivo, la agarré de la mano y la saqué de la fiesta.

Afuera y con Nabor delirando nos subimos al carro, la sorprendida dama quien reclamaba mi osadía de haberle sacado de aquel lugar además de seguir preguntando como era la historia del coquito gritaba que Nabor se estaba muriendo, Nabor quien no entendía que pasaba gritaba “si yo lo que quiero es morirme”, yo miraba hacia delante, y trataba de explicarle a la dama de ojos amarillos que era por su bien que la había sacado de la fiesta. Ella aún sin convencerse exigía respuestas inmediatas. Nabor moría, de una bala y de un sentimiento, la dama gritaba pues no solo estaba en presencia de aquel hombre que poco a poco se apagaba sino que yo no contestaba su pregunta acerca del coquito.

En la sala de emergencia de aquel hospital un médico se acercó y me informó que Nabor viviría, la bala simplemente le había quitado un poco de grasa de su prontuaria barriga. Sus familiares llegaban y hacían las mismas preguntas y los mismos comentarios, en eso vivimos en lo mismo que sucedió ayer. Me despedí de Nabor quien todavía en su delirio no lograba poner las piezas del rompecabezas en orden, trató de hablarme de su pena pero me retiré para que pudiera descansar.

Afuera aquella dama aún esperaba por una respuesta, tomándole de la mano caminamos hacia el carro, después de mirarla de arriba abajo me limité a decir “como ves caíste como un coquito, menos mal que te tengo la mano agarrada para que no te pegues con el suelo……”

Friday, July 20, 2007

Caminandito...

Salí, simplemente me deslicé, sin que nadie se diera cuenta, así como había aprendido años atrás, mientras ellos planeaban su venganza yo me escapaba en silencio. Su mirada perdida buscaba aquello que le arrebataron, su paso pausado y sin rumbo se mezclaba con el atardecer, su odio inclemente se veía por doquier. Llevaba encima el dolor de la verdad, andaba sola, contando una a una las cosas que había robado, tratando de darse respuestas y preguntándose por siempre si en realidad la estafa cometida había dado frutos. El que hace el mal busca ver la producción de aquello que ha sembrado, si solo encuentra tierra seca entonces enfurece.

Eran días iguales de la historia, de esos donde no hay mucho que decir y mas bien hay que esperar. Desde pequeño me gustó observar las nubes, sus formas y movimientos, aún desconozco la razón, quizás es que desde arriba se ve todo mejor, pero sin dejar de olvidar que igualmente perdemos la cercanía. Aquella nube tenía un color distinto, un halo de misterio, de no ser tan distraído me hubiera dado cuenta de inmediato que esbozaba una forma de flecha, una flecha que sin dar lujo de detalles me indicaba hacia donde ir, donde buscar, como siempre algún secreto que develar. La nada me ha perseguido o simplemente yo la encontré.

A un paso pausado me dirigía sin rumbo definido, pude ver de reojo como aquel camión le pasaba por encima a aquel transeúnte, dejándolo frisado al piso, asfalto y maldad en un solo cuadro. La curiosidad me invadió, a veces creo que es mejor seguir sin preguntar, pero de no preguntar perdemos la capacidad de reclamar. Como quien no quiere la cosa me acerqué para ver su maletín escachado, lleno de dinero, de dinero que seguramente había robado, pues al ver su cara maltratada supe de inmediato de quien se trataba. Pensé por unos instantes si en realidad se hace justicia o la suerte no es más que el orden en que nos pasan las cosas.

La multitud miraba con asombro aquel dantesco espectáculo, “alguien lo conoce? gritaba un viejo sin dientes, “estará vivo? decía una dama emperifollada, una madre alejaba a su niño mientras le decía que eso le pasaba a las personas malas, en efecto, eso le pasa a las personas malas, malas como aquel ladrón, ladrón educado y reconocido, de buena familia y delicados modales, pero ratero al fin. Una ambulancia propia de los años cincuenta se acercó, sus dos integrantes se bajaron y parecían perder la vida al ver todo aquello, el cuerpo inerte miraba hacia el cielo, posiblemente adonde no irá o quien sabe si le perdonarán en su viaje, su mano aún sujetaba el maletín, a veces pienso que negociaba con aquel querubín que lo había venido a recoger para comprar su entrada, su pase al infinito.

El chofer de la ambulancia perdía la vista al ver aquella cantidad de dinero, nunca antes había puesto sus ojos en una suma tan grande, con cuidado y fingiendo tratar de resucitar a aquel cuerpo se acercaba el maletín, por un momento pensé dejarlo escapar con el botín, en definitiva yo conocía al personaje de la fatalidad y no me importaba en lo mas mínimo su legado. Fue allí cuando el chofer se levantó y trato de correr con el maletín, directo hacia mi persona, me clavó el maletín en el pecho y por si fuera poco resbaló y terminó en la acera con un hueco en la cabeza, en ese instante aparecía uno de los primos del hombre fallecido y su mirada se posó en mi, el maletín estaba en mis manos, y estos personajes que desde tiempos inmemoriales me han odiado lanzaron su cacería de inmediato. “Coño” pensé, “porqué estas vainas me pasan a mi?

Mis instintos se apoderaron y no me quedo otra que seguirlos, corrí. Por plena Avenida Fuerzas Armadas iba acelerando, con un maletín en mis manos, de aquel que me había robado tiempo atrás, sería esta mi venganza, finalmente había llegado la hora de devolverme lo sustraído. El primo del difunto y dos monigotes mas avanzaban detrás de mí, “suéltalo odiado Policarpio” les escuchaba gritar mientras comenzaba a sentir las gotas de sudor corriendo por mi espalda, pisé a unos cuantos buhoneros en mi carrera hacia la libertad, y sin muchas opciones para esconderme decidí tomar una decisión rápida, sin lugar a dudas la batica blanca de “chefito” o vendedor de perros calientes me quedaba muy bien.

Desde niño soñé con hacer aquello, preparar perros calientes en la calle, llenar los vasitos de Coca-Cola con aquellas maquinitas, usar las pinzas para poner la cebolla, el repollo y la zanahoria encima de la salchicha, y como olvidar los potes de salsas que adornaban aquel majestuoso platillo occidental. No me costó mucho convencer al dueño del carrito de perros, saqué unos de los fajos de billetes del maletín y le dije que ser “chefito” por un día era uno de mis mayores anhelos en la vida, el hombre extrañado pero feliz por la cantidad de dinero me prestó su bata y así comencé a despachar perros por doquier.

Aún puedo recordar su mirada, una de esas que no pertenecía a ese lugar, su acento sifrino clásico y su andar rápido, preocupado. “Me das una Pepsi? dijo con desprecio en su tono peculiar. No pude evitar mi posición de “chefito” para decirle algo típico, algo que sabía le molestaría pero este era mi única oportunidad de ser perrocalentero en esta vida, “como no mi nubecita de Parque del Este” le dije, a lo que ella me miró muy feo y me dijo “dame mi Pepsi, balurdo, atrevido, pasado, yo no soy nubecita de nadie”. “Por cierto” le dije “ aquí no hay Pei-si, solo Kolita o Chinotto”, ella con desdén me dijo “ay no chico, que chimbo eres, me voy”. En ese preciso instante y con mi racha para las desgracias apareció el primo, el primo del difunto quien después de correr atrás mío había decidido tomarse un refresco.

Traté de bajar la cabeza sin aval, de inmediato me reconoció y sacó su pistola, sin pensarlo agarré un cuchillo que usaban para cortar el pan y tomé como rehén a aquella dama, con la otra mano sostenía el maletín y amenacé con cortarle la yugular sino me dejaban escapar en paz. El primo del difunto solo pensaba en el dinero, yo solo quería escapar y aquella mujer posiblemente se preguntaba como era posible que su cuerpo le hubiera pedido una Pepsi en ese lugar feo y sucio, que además tenía un “chefito” pasado que la secuestraba con un cuchillo y por si fuera poco perseguido por tres monigotes armados.

“Vamos para tu carro” le dije a la dama, sus ojos amarillentos brillaban de rabia, creo que prefería a los matones en busca del botín que a mi, pero yo tenía el cuchillo en su garganta. “Y como sabes que yo tengo carro”, en ese momento y ya hablando en mi voz normal, sin el acento de “chefito” le dije “ todas las sifrinas como tu tienen carro, así que vamos”. “Ah, míralo a él” dijo “y tu que haces vestido de ‘chefito’?, un estudio socio-económico acerca de la realidad de los perrocalenteros venezolanos?, la verdad me hubiera gustado contestarle, pero en ese momento mi vida corría peligro, simplemente me limité a decir “deja el peo.”

Arrastrándola logré hacer que se montara en el carro, el cual prendí después de quitarle la llave y escuchar algunas tonterías de cómo le iba a dañar su precioso Volkswagen Golf si no tenía cuidado. Acelerando a todo lo que daba me interné en las calles del centro de la ciudad. “Y entonces?, dijo ella “ahora vas a pedir un rescate por mi?, de nuevo la miré fijamente con ganas de estrangularla, pero muy decentemente le dije “que secuestro ni que nada, simplemente voy a escapar de los bichos esos y te devuelvo tu carro, tu vida, tu todo, es mas y hasta te doy unos reales del maletín este”. Ella hizo cerca de trescientas sesenta y ocho preguntas en cuestión de cinco minutos, yo solo me concentraba en la carretera, ya en el espejo retrovisor veía como el primo del difunto y sus monigotes se acercaban.

“Me vas a chocar el carro de mi papi” gritaba enfurecida la niña mientras trataba de hacerme frenar, igualmente me decía que tenía que volver a la oficina pues la temporada estaba en pleno auge, yo la única temporada que conocía era la del baseball así que no le presté ninguna atención. A la altura de la Base Aérea Francisco de Miranda decidí tomar una medida radical, era ahora o nunca y sin pensarlo atravesé la reja que resguarda la base militar en pleno corazón de Caracas, corriendo por la pista de despegue mientras los soldados del régimen disparaban sin saber que ocurría la dama me seguía insultando y además ahora me golpeaba con su cartera. El primo del difunto usó el hueco que había dejado en la reja para continuar la persecución, para ese momento los soldados habían tomado posiciones y dispararon un mortero que dio directo en el capó del nuevo Mercedes Benz que manejaba aquel monigote, el carro incendiado y los hombres huyendo fue lo último que alcancé a ver antes de huir por el lado opuesto donde había penetrado la base.

“Eres de lo peor” gritaba la dama, “suéltame y vete de mi vida”, de que vida pensaba yo, si solo la conocía por accidente y por solo veinte minutos, “todos los hombres son iguales” decía ella, “si claro, todos igualitos”. “Disculpa” alcancé a decir mientras ella continuaba con su letanía, “necesito un favor mas”, “otro?, otro? que atrevido de verdad”, pero sin darle oportunidad a que dijera que no enfilé el carro hacia la sede las Hermanitas de la Caridad Escondida, coloqué el maletín en el buzón, ellas sabrían que hacer con ese dinero, esa noche sin dudas que un milagro iba a suceder en aquel lugar, algún santo se llevaría el crédito por ese hecho insólito, a mi solo me quedaba sonreír.

Me bajé del carro y la dama me dijo “y entonces?, aquí se acaba el secuestro?, de nuevo pedí disculpas y seguí por mi camino, por el que siempre vine y debo ir, aquel que me tracé y debo continuar, quizás uno que no puedo escapar o que no quiero perder, con altos y bajos, llantos y risas, pero mío al fin. Después de unos pasos sentí como un carro se paraba a mi lado, bajó la ventana y dijo “me invitas una Pepsi?, “yo no tomo Pepsi” dije, “pero te invito una Coca-Cola”, es que a veces, muchas veces, el camino tiene sus sorpresas.

En la televisión se podía ver el magno evento, las Hermanitas de la Caridad Escondida inauguraban la nueva obra, la misma llevaba el nombre de aquel ladrón pues su maletín lo tenía impreso, “Guardería Infantil Abelardo Yepez”, la madre superiora daba las gracias a aquel hombre por su generosidad y lo invitaba a dar la cara para que el mundo supiera que existía. En el más allá Abelardo se revolvía, aún su alma no se acostumbraba a no poder disfrutar la materia, su dinero en manos de esas monjas que tanto odiaba, su urna con bolsillos llena de gusanos y no de verdes, suspiró pues sus riquezas no lo devolverían al terreno, sonrío pues esta vez trataría de engañar a las deidades celestiales para comprar su boleto al cielo…

Thursday, February 08, 2007

Si alguna vez...

Si buscas venganza, cava dos tumbas de una vez. “Policarpio, Policarpio, es tu hora, ya no puedes escapar, tu tomaste tus decisiones y debes vivir por ellas”, gritaba aquel monstruo de colores que se me venía encima. Sudando desperté, agradeciendo que solo se trataba del subconsciente sin saber que la realidad sería aún mas aterrante que mis sueños. Suelo recordar que era sábado, el día en que inocentemente me sacaron de mi casa, pero unido a ese recuerdo siempre viene el peso de la libertad, y como decía aquel monstruo de colores, yo tomé mis decisiones.

Frente a mi estaba, leyendo un libreto escrito por otro, con odio encendido e ira guardada intentaban de todas llevarse mi alma, el precio no establecido por la misma los hacía dudar, sus esfuerzos malignos por el destrozar, vetusta y siniestra reía sentada pedía reverencias y por la espalda apuñaleaba. Amenaza latente con vicios de crueldad, llevaban contados mis pasos en falso, su meta era clara entendí en aquel tiempo, obtener una manera y luego salir huyendo, no sin antes tomar lo que no les pertenecía su venganza planeada a la orden del día, al voltear por última vez comprendí finalmente y para siempre que soy lo que soy y que no puedo pertenecer al lado negro del existir, prefiero morir sonriendo que vivir una mentira por complacer.

Llovía a cántaros aquella noche, cuando pasaron por mi, simplemente son esos días que resultan insignificantes a simple vista pero que te van a cambiar el rumbo para siempre. En aquella casa anaranjada descansaba aquello que mas tarde me traicionaría, había algo allí, yo lo sabía, pero de igual forma seguí tratando de arar en el mar, buscando la forma de terminar lo que yo estaba por iniciar. Sigo sin entender la razón por la cual me dejaron entrar, capricho seguido o capaz dejadez, las horas pasaron, los días también, son meses y años de un trato amargo, por mas que tratemos imposible es cambiar.

Llevaba años luchando en contra de mi mismo, sin entender realmente de que se trataba todo aquello, las razones que me daban no despertaban, los motivos inclementes solo sirven para hacerte paciente. De esa forma di aquel paso, hacia mi humanidad por tiempo escondida, si nos hicieron sin alas es que no somos aptos para volar, o eso me hicieron creer. Aquel día dejé mi china en la casa, mi capa ya no me servía, lo que algún día fue sinceridad se había tornado en oscuridad, todos sucumbimos aquí o allá, aceptamos mas bien y seguimos la corriente del río.

Resulta penoso, quizás debería decir incómodo para la conciencia saber que te estás adentrando en la boca del lobo, que tarde o temprano serás víctima de una fuerza arrolladora que no puedes detener, o entras por el carril o comienza tu sufrir. A la llegada al teatro mi cuerpo se movía por la presión del momento a veces creo que no deseaba morir en el intento. Conversaciones y saludos, halagos y sorpresas, presentaciones y distinciones, un cúmulo llamado a darle forma a la invitación a la realidad, a mi realidad, que todos tarde o temprano son sometidos, aún cuando muy lejos veamos nuestro reflejo arrodillarse.

Recuerdo haber inhalado el aire con fuerza, llenando mis pulmones para poder seguir, no podemos engañarnos, al menos yo no puedo, nunca pertenecí, se dice muy fácil, sus consecuencias nefastas, al arrepentimiento lo llaman cobarde pero al valiente lo despojan sin suerte. Huir, eso pensé hacer, mejor hacerlo ahora que después, pero es que todos, todos tenemos que tocar ese halo de estabilidad que nos venden desde niños, a veces creo que nunca debí haber salido de mi casa, no aquella noche, pero entonces no sabría distinguir entre la maldad y la bondad, por eso y solo por eso abrí aquella puerta, para convencerme que efectivamente hay dos lados para todo y cada quien está donde le corresponde.

No logro recordar de que trataba la obra, lo que si puedo pintar en mi mente es la voz de aquel macabro personaje que ordenaba a la sangre de su sangre a mantener su nombre, proféticamente anunciaba el futuro nada lejano, el destino se puede manejar a placer si se tiene un súbdito que desee obedecer. Allí sentado observaba, pero esta vez no de lejos, inmiscuido en el mero hoyo negro de las relaciones, jugando un juego que yo no inventé, sin reglas y que en definitiva fue ideado para enredar y no para solventar. Los aplausos que marcaron el final de la velada retumbaban en mis oídos, de pie soñaba que todos me aplaudían, por ser un valiente mas, pero pronto me di cuenta que solo eran para los actores, aquellos que fingen ser y estar en vez de padecer en el andar.

A veces creo, aunque no se si se trata de creer o de sentir, que se me fueron las ganas de salvar, entonces me pregunto si estoy desempleado o es que todos pasamos por allí alguna vez. Me hago sugerencias dentro de mis cuatro paredes blancas, allá donde me llevaron por contar mi legado, siempre me ha quedado la duda si los ladrones se llevaron algo que no puedo palpar, que por siempre permanecerá a mi lado sin estar. Cansancio, aún los superhéroes podemos sentirle, es solo que no se nos perdona, un juzgado instalado en donde el poeta arruinado ha comprado sus integrantes, lo justo tiene dos vertientes, es solo que a veces no hay cabida para ello, entonces se gana o se pierde, se gana un segundo se pierde la vida.

He podido constatar que tratar de entender lo que no se debe es abrir un camino a la duda, hay cosas que sabemos, otras que deseamos saber, algunas olvidamos y otras escondemos, pero lo que ocurre en el andar no podemos predecir, a veces aquí o a veces allá podemos estar pero nuestra esencia está llamada a estancar, pensamientos cruzados, ambiguos y claros, se mezclan tranquilos buscando intenciones, agradezco por dentro que me dejaran ir, dolor y alegrías son solo una parte del existir.

La guillotina cegadora me fue lanzada encima, los ladrones, todos ellos y como siempre reían bocones, se daban razones y teorías probadas, su victoria clamaban con jolgorio procesado, detrás de una risa hay lágrimas escondidas, liquidarme buscaron y no me encontraron, por siempre la duda invadirá su tristeza y nunca entenderán que la diferencia eterna salió del corazón solo que en forma de decisión.

Viendo aquello me limité a pensar por un instante que por siempre el silencio será mi venganza y al no escucharlo les debilitará a ultranza, olvidaron sin duda una pieza importante del asunto, cavaron una sola tumba y como era de esperarse las medidas de la misma eran equivocadas…