Friday, October 20, 2006

Invitación


Eran días normales de la historia, de esos que pasan por ti pero no pasamos por ellos. Recuerdo haber despertado cansado, alguna que otra pesadilla me había mantenido en vilo toda la noche, el espectro de los ladrones es difícil de borrar, te queda la idea que siempre estarán allí para acechar, para intentar llevarse algo nuevo, aún sin necesitarlo, simplemente por tomar lo que no les pertenece, solo para marcar tu alma con su símbolo de putrefacción.

Todavía con los rastros de una noche mala, y con algunas preguntas sin responder me dirigí a la cocina en donde conversé un rato con mis padres, de la nada y del todo, de cómo ellos veían mi futuro, de cómo a mi no me interesaba el mismo, de aquello que la gente habla, a sabiendas que las cosas tomarán su camino sin mucho que podamos hacer. Me siento al frente de mi computador, quizás esperando encontrar las razones, consciente que no va a suceder, y allí lo veo, aquel correo electrónico con aquella invitación.

No me extraña, la gente sigue su vida normal mientras yo vivo la mía, es la normalidad latente dentro del sinfín de dolores que acaparan a la humanidad. Es una fiesta, como otras, ni mas ni menos, de disfraces, algo así creo recordar, algunos aún recuerdan que existo, no se si por maldad o por curiosidad, o quizás por algún rastro de bondad. Me quedo viendo aquellas letras que me dicen algo, que no son más que parte de un conjunto de relaciones que unen a los habitantes, a veces se me olvida que la gente se relaciona.

Ciertamente es importante para mi estar allí, hay cosas que no debo decir, a veces ni atreverme a pensar, y de pensarlas debo resguardarlas, lejos de aquello que han llamado el dulce existir. Suena el teléfono, a veces quiero que solo sean llamadas para mi hermano, o que simplemente equivoquen el número, no se si llaman por esperanza o por costumbre mas bien. A lo lejos escucho su voz, hay cosas que trascienden el tiempo, que se mueven en el espacio para recordarnos que lo que hacemos hoy nos perseguirá mañana.

Me habla de lo cotidiano, me recuerda que respiro. Estoy siguiendo la conversación, mi mente vuela, puedo hablar de lo mundano y pensar en lo sublime, si solo supieran de que se trata todo esto. Todos tenemos pretensiones, objetivos, motivos. Ella quiere verme, y yo debo seguir, pero mi mente procesa rápido y la compañía no estaría fuera de orden, a veces necesito acercarme, sentir lo sentido, admirar lo corriente, buscar mil razones, andar en su paso, mirar la esperanza, dejarme llevar.

El momento es perfecto, le hablo de la invitación, ella desea acompañarme, para eso me ha hablado. Afinamos los detalles, es que les gusta tener el control total del futuro, sin saber que la relación entre el tiempo y los acontecimientos se mueve a un ritmo distinto a nuestros deseos, si es que se mueve en realidad. La buscaré esa noche, jugaré el juego humano una vez más, la lejanía trae consigo muchas cosas, protección y soledad, hay que saber balancearles so pena de nunca darles su lugar inmediato.

Me estoy preparando, para muchos un rito lleno de experiencias pasadas, para mi un andar en lo andado, el vacío de lo ya experimentado, de lo antes pisado, del sudor derramado. Estoy listo, eso creo, de vez en cuando hay que asomarse, reservar un puesto en primera fila, mirar la realidad, sentir la humanidad. Doy tiempo al tiempo para que pase, leo unas cosas y ordeno en mi mente mis ideas procesadas, entiendo que hay momentos para todo, que hay cosas que llegan, tarde o temprano y que una vez encontradas las enfrentas o serán tu pasado.

Algo me dice que revise de nuevo, y efectivamente allí está, se trata de otro correo electrónico, esta vez en donde me retiran la invitación, piden disculpas, indican que ha sido un error, que han dado un paso en falso, que no debí haber sido invitado, que mi presencia no es necesaria, que no soy bienvenido, que siga, que siga solo por mi camino. Estudio aquel papel con detenimiento, alguna razón debe haber, invitado por error o retirado por conveniencia, en realidad la gente no ha entendido que no necesito reverencias.

Me apego a mi plan y me lanzo a la noche, Lairene, así se llama, me espera tranquila, buscando su oportunidad, moviendo las piezas. Ella habla de aquello que fue y no pudo ser, yo sabía de antemano por donde esperar, sus ojos de color raro me miran fugaces, me traen recuerdos enterrados por siglos, ahuyentados de las sensaciones, dominados por la fuerza de la razón, escondidos en un cofre, en donde guardo la realidad del estar. Le indico que ha habido un cambio de planes, me han retirado la invitación, Lairene hace preguntas, ella siempre pregunta por todo.

Quiere saber, pero yo no tengo intenciones de responder, yo se porqué me han obviado son esas cosas, tonterías del pasado. En este caso no importa el lugar, no para ella, simplemente se conforma con poder realizar. Mi mente está dividida, yo se lo que quiero pero no entiendo de sentimientos encontrados y mucho menos despedazados, nos sentamos a la luz de la noche, esa que han dejado de ver, aquella que ilumina el camino de aquellos que lejanos estamos, la guía de los que al mar hemos sido lanzados.

Conversamos, hay tantas cosas que aclarar, al menos eso dice ella. Nos entendemos, una señal clara que horas han transcurrido, días eternos, meses solitarios, años sin nombre. Una sonrisa me hace volar, a aquellos días en que solía jugar, hay situaciones que debo configurar, el pasado vuelve silente, envolvente, sin huellas visibles, ataca al presente. Como le explico, como explicar aquello que no tiene cabida en el manual ya inventado, la simpleza del mundo ha sido olvidada, lo necesario para cuadrar siempre está al frente, nuestras narices huelen pero no saben de mirar, es así como aquel nombre retumba en mi mente, debo actuar y rápidamente.

Ella me mira disgustada, no puede creer que tenga que correr, es solo un reflejo de lo que ha sucedido, no entiende como puede ser que esté todo perdido. Prometo volver, pero en dos lugares al mismo tiempo no puedo estar, ella quiere que la lleve conmigo, pero si es que supiera que hay jugadas del destino. A toda prisa, como un loco, corro por las calles y avenidas, puedo escuchar su llanto a lo lejos, el miedo de pensar que he decidido escapar, si solamente supieran que hay que confiar, creer en lo desconocido y dejarse llevar.

Ahora me acuerdo que se trata de una fiesta de disfraces, yo no llevo ninguno, quizás solo la máscara de mi largo caminar. Entro desesperado por la puerta, mi presencia no es bienvenida, pero hay cosas que debo hacer así me cueste la vida. La primera cara que veo es alguien que viste de diabla, de inmediato reconozco su acento, es Tribeke, la noruega sin destino, me detiene y hace preguntas, quiere saber que hago allí si soy solo un intruso despreciable, mi mirada busca otros horizontes, trato de ser amable y explicar con motivos fundados mi osadía de estar allí, finalmente y cansado le agarro el tridente que lleva en su mano y lo lanzo al otro lado de la sala, su mirada de odio me causa gracia, pero su vida ordenada necesita el todo, sin tridente no está disfrazada, me deja por fin, se siente burlada.

Una finlandesa me rodea, de nuevo me miran feo, ahora me da por reírme y es que al verle disfrazada de traficante de drogas no puedo hacer otra cosa. Su novio se acerca y me ofrece unos golpes, yo sigo riendo y le doy la mano, el hombre desconcertado mira al techo, yo de un salto sigo mi trecho, gordita y gozona aparece la inca rabiosa, me mira de lado y me detalla buscando deseos, de nuevo me dicen que no debo estar allí y es cuando veo al Ojú, ese viejo animal gitano, que se encuentra en una jaula haciendo su clásico chirrido, me dirijo a contemplarle, y finalmente a lo lejos puedo mirarle.

Mis miedos florecen, delante de ella está aquel monstruo pedante, le dicen “El Doctorcito” y es muy arrogante. Todo cuadra en segundos, su nombre en el correo electrónico, aquel demoníaco ser se lleva a su paso la vida palpitante. Me acerco, las miradas se clavan sobre mi, aquel siniestro hombre y ella, María Gracia, es ese su nombre. La furia de este personaje se pierde de vista, él piensa que he venido a quitarle su presa, a cambiar el destino, a moverle el sentido. María Gracia me observa con odio en sus ojos, si ella supiera que en mi mundo no hay eso, que crezco del bien y no daño consciente.

“El Doctorcito” que además muy poco original va disfrazado de médico, me invita a salir por la puerta, me ofrece miserias y penas eternas, molesto y salido de sus cables toma el estetoscopio en una mano y comienza a batirlo en el aire haciendo que retroceda hacia la puerta, sus gritos y alaridos se escuchan por doquier, hay gente que baila, otros que beben, algunos conversan jugando a la vida. Ha llegado la hora, hay momentos en que debemos aceptar lo que nos viene, hay tiempos en donde no queda mas remedio que actuar.

Mi china en mi mano, el garbanzo a la frente y aquel mastodonte de conocimientos cae a la tierra, ante el asombro y disgusto de los presentes, muchos ofrecen aniquilarme, se ensañan en mi contra, me curan con roña. María Gracia observa al hombre caído, todavía lleva el trago en su mano, aquel que le ha servido “El Doctorcito”, se me para al frente y me dice que no quiere verme nunca más, que desaparezca, que vuele a tierras lejanas, que no vuelva a su andar. Yo asiento con la cabeza, he aprendido a obedecer, pero no sin antes tomar su trago y echarlo en el piso, el cual se derrite de inmediato, el vodka derramado, un lindo trago de vodka con ácido muriático, ante la mirada atónita de los presentes, ahora entienden porque estaba allí, y tratan de disculparse, no saben donde resguardarse.

Me volteo y acepto, espero que entiendan, estar o no estar no es importante, es solo cuestión de saber cuando hay que estar, yo se por donde vengo y hacia donde voy, mi paso no lleva un ritmo cadente, es simplemente mi manera, así sea inclemente. Afuera hace frío, eso creo recordar, me dispongo a caminar, solo como siempre, cuando veo su sombra, luego su ser, es la misma mirada de años atrás, le tomo de la mano y sigo con mi andar…