Friday, July 21, 2006

Universitas Mefistofelias

La vida tiene sus cosas, nosotros también las tenemos. El caminar tiene defectos, nosotros también los tenemos. Todo se ordena poco a poco, con el pasar de las horas, y si no se ordena pues el remedio no ha sido inventado. Pasaban los días al igual que siempre, yo simplemente seguía las coordenadas que la voluntad superior imponía sobre mi andar torcido, mientras unos pierden el tiempo, otros juegan a creer que lo esquivan, pero el amo de todo pasa, dejando huellas, marcando, y recordándonos que vamos y no venimos aunque muchos difieran en esto.

“Policarpio, Policarpio”, gritaba mi madre, yo apenas abría los ojos ante una nueva mañana, los ladrones se habían llevado cosas materiales, pero nunca mi dignidad. “Hijo, te acuerdas que tienes que pasar hoy por la universidad”, yo de un brinco me paré exaltado, hace tiempo ya había salido de la universidad, estaría metido en otra de mis pesadillas concurrentes o de que se trataba esto. Mi madre asomada en la puerta de mi cuarto, y sonriendo al ver mi cara de susto, se limitó a decirme, “no, no es a tu universidad, es a la otra, te acuerdas?.

Mi mente apenas volviendo en si, comprendió que debía pasar por aquella universidad para recoger un certificado, una simple medida burocrática de esas que imponen, de esas que simplemente inyectan vida a seres como yo. Luego de estirarme, saludar a mi perro y recordarle a mi loro que no podía ser tan grosero como su amo me vestí de manera casual para dirigirme al recinto de estudios. Al pisar la calle, me di cuenta nuevamente que el mundo no espera por nadie, es solo que debemos decidir si jugar o no, es solo que a veces la vida se nos muestra oculta cuando tienes enemigos por doquier.

Al llegar a la majestuosa casa de enseñanza me dirigí de inmediato a las oficinas centrales. En los jardines espaciosos los estudiantes reían y se movían en la danza de la irresponsabilidad. Algunos caminaban cargando libros, otros repasaban apuntes de última hora, otros y con paso lento disfrutaban de una mirada de esas para el recuerdo, como siempre habían los que simplemente pululaban en busca de obtener conocimientos por ósmosis. Recuerdo era un viernes, se podía sentir en el ambiente que las almas que allí habitaban esperaban con recelo la libertad de dos días de descanso.

Mi curiosidad es infinita, quizás es parte del ocio, o no se que razón pueda darle ahorita. En mi andar hacia donde tenía que ir escuché unas voces provenientes de un salón de clases, asomado por la ventana pude ver a un profesor calvo, con cara de banquero bandido que impartía sus conocimientos. Aprovechando el desorden reinante en esa universidad abrí la puerta con disimulo y me senté en un pupitre al fondo del salón. El impartidor de conocimientos no perdonó mi entrada tardía, y sin pensarlo formuló una pregunta, “a ver, usted, el que llegó tarde, como podemos probar la realización investigativa macro-anual de la tasa cambiaria en materia de balanzas de pagos?

“Coño”, pensé para mi mismo, “quien me manda a meterme aquí”. Después de aclarar mi garganta contesté “pues mire profesor, de acuerdo a la teoría de McCloud todo depende la variabilidad de la inmersión retroactiva del producto interno bruto, ahora bien, Rodríguez Alcázar opina que varía según la volatilidad de la paridad puntual de los mercados anexos, pero yo, pues mire yo pienso que todo está en ser como usted, un ladrón de cuello blanco”. El hombre quien no daba crédito a lo que escuchaba me miraba enfurecido, sin pensarlo dijo a sus alumnos “este debe ser otro loquito que no tiene nada que hacer con su vida y que estudia tres carreras a la vez mientras aprovecha para alimentarse en los comedores gratuitos de la universidad”. El hombre con capa de hierro continuó con su clase sin siquiera pedirme que me retirara.

Al voltear la mirada me encontré con aquellos ojos amarillos, color extraño para un iris, pero existente como todo en la naturaleza. Sonrió, en un principio, luego volvió a su cara de pocos amigos, ella quería reírse por mi osadía pero su ego interno no le permitía actuar así. La clase prosiguió su curso, sin darme cuenta estaba rodeado por un grupo numeroso que sin dar cuenta de lo que el profesor decía hablaban sin parar de la reunión del grupo para más tarde, yo me limitaba a mirarles con cuidado, mientras hacía garabatos en un papel, hablaban en clave, mi vida es un acertijo, por ende, me apasionan las cosas por resolver.

De pronto, y sin aviso, la dama de ojos amarillos me pasó un papel que decía, “la UCV es del pueblo…”, yo simplemente y acordándome de un viejo cantar que repetían en mi casa escribí “no de la policía”. La mujer de inmediato sonrío, y me devolvió la nota asegurándome que ese día las cosas se iban a poner interesantes. Yo no tenía ni la más mínima idea de que hablaba ella, yo simplemente y como suelo hacer seguí la corriente de lo que me presenta el día a día. Una última nota decía “un placer tenerlo por aquí Doctor Exterminio”, yo me limité a asentir con la cabeza, pero yo de exterminador no tengo nada conocido.

La clase llegó a su término, el profesor se me acercó y con cuidado para que nadie le escuchara me susurró que no volviera por ahí pues podía arruinar su reputación, él y yo sabíamos que era un asaltante de carretas, el hombre me mostró una pistola que llevaba en la cintura, yo le hice una seña garantizándole que nunca más me vería por allí. Seguí al grupo que hablaba de la reunión famosa, se acercaban y me daban la mano y hacían reverencias, sin lugar a dudas esta gente estaba equivocada, pero yo les seguía su juego agradeciendo los gestos y alabanzas para conmigo.

Sentados en un círculo en uno de los jardines de la universidad el grupo de cinco individuos, dos mujeres y tres hombres afinaban los detalles del evento que se llevaría a cabo esa noche. Yo no comprendía nada y me limitaba a soltar frases como “si que nos vamos a divertir”, “el mundo está trastornado” y “la vida es una sola” a lo cual los cinco estudiantes respondían con un fuerte “si señor”. Al pasar un rato los individuos se pararon y decidieron retirarse para volverse a encontrar al atardecer en el Aula Magna, la muchacha de los ojos amarillos me dijo que ella me acompañaría hasta ese momento que podíamos hacer lo que yo quisiera.

Sin pensarlo mucho la invité a comer, fuera del recinto universitario, ella hablaba de sus cosas y su vida, como si me conociera desde siempre, yo simplemente reservado me limitaba a mirarle fijamente. “Hemos esperado mucho para este día, de verdad es un honor tenerte aquí” decía la fémina, Lisa, ese era su nombre. Hablamos por horas, esperando el atardecer, ella a veces esperaba una respuesta de parte mía que simplemente no podía llegar, pero siempre le daba la vuelta y pensaba que yo era tan humilde como se lo habían descrito. Confieso que estuve a punto de acabar con la farsa e irme a mi casa, pero a veces solo a veces siento que debo hacer mi tarea.

“Y eso que tu no estudiaste aquí en esta universidad?, preguntó Lisa, yo sin saber que decir le eché la culpa a una máquina lectora de exámenes de admisión que gracias a su desperfecto había arruinado mi puntuación haciendo que terminara en una universidad distinta. “No te creo”, dijo ella, “tu debes ser de esos clasistas”, yo sin inmutarme por aquel comentario me limité a contestarle que sus ojos tenían la mezcla más espectacular de colores que había visto en mi existencia, ella sorprendida se limitó a sonrojarse, y del tiro olvidó su comentario incisivo.

Parados frente al Aula Magna y con el sol desapareciendo en el horizonte nos encontrábamos en espera de la señal. La señal que yo no sabía que era pero señal al fin, de pronto una bandera roja se apreció a lo lejos, cerca de un edificio en donde quedaba la escuela de medicina, hacia allá nos movimos rápidamente, a veces pienso que debería quedarme en mi casa y no meterme con nadie. En la facultad de medicina nos recibió una dama de facciones delicadas, ella sin mirar a los otros se me acercó y me extendió la mano, “un placer tenerlo aquí, que el exterminio comience”.

En ese momento recordé viejas historias que hablaban de laboratorios secretos en aquella universidad en donde experimentaban con humanos. La verdad no quise darle vuelo a mi imaginación para no levantar sospechas, pero las gotas de sudor me rodaban por el cuerpo. Subidos en un ascensor nos movimos hacia uno de los sótanos, al abrirse las puertas sentí el olor a eter penetrar mis entrañas, al llevarme la mano a mi bolsillo trasero pude notar como mi china no me acompañaba, después de unos pasos más y unas cuantas introducciones entramos al fastuoso laboratorio.

Adentro había cinco estudiantes de cada carrera, todos llevaban batas blancas y un emblema cocido a las mismas que no pude distinguir de inmediato. Luego de un rato en donde se afinaban detalles, un individuo de barba y cabellos largos se subió a una especie de podio que había en el lugar. “Muy buenas noches”, dijo “estamos reunidos aquí para llevar a cabo nuestro plan de tomar posesión de las instalaciones universitarias para finalmente hacer que el gobierno ceda y todos nos podamos graduar en un año de cualquier carrera, eso de estudiar cinco años es una lata, por eso hemos invitado al Doctor Exterminio a quien le damos un gran aplauso”.

Los aplausos hicieron que me levantara de la silla, algunas féminas gritaban “cásate conmigo”, otras lloraban y se desmayaban, y los hombres gritaban a todo gañote que finalmente tomarían por asalto la universidad. El hombre subido al podio pidió calma y cordura y sin esperar ni un minuto más ordenó que trajeran la carnada viva. Mis ojos no podían creer al ver a un profesor o profesora de cada una de las carreras atados a unas camillas y con cara de susto eterno. Pude distinguir al profesor que me había amenazado horas antes y la verdad que por él no sentí lástima en ese instante.

“Doctor Exterminio”, dijo el moderador, “pase adelante y por favor cumpla con su misión”. Yo sin saber que carajo debía hacer me subí al podio y proferí unas palabras mientras pensaba como hacer para escapar de aquella locura. “Buenas noches, estimados camaradas” les dije, “como ven, una cosa es querer, la otra poder, pero al mezclarse estas logramos cosas inimaginables, somos capaces de obtener lo que deseamos, y hoy pues, vengo a ayudarles para poner fin con el maltrato a que son sometidos los estudiantes de esta magnífica casa de estudios, queremos graduandos en un año y clases solo dos días a la semana”.

El laboratorio rugía, todos aplaudían eufóricos, y yo simplemente seguía sin hallarle solución a aquel honor a la demencia. Se me acercó un tipo que cargaba una sierra eléctrica y haciendo una reverencia me la entregó. Yo ni corto ni perezoso la puse a andar y cada vez que la aceleraba los pobladores del lugar gritaban con más fuerza, me fui acercando a cada uno de los profesores quienes me miraban aterrados, por último me paré enfrente del profesor de economía a quien en tono muy bajo le dije, “no se como coño vamos a salir de esta”. Con la misma le metí un sierrazo al hombre que cortó su chaqueta, luego le corté el cinturón que traía ante la mirada confusa del villano. Así fui poco a poco cortando las ataduras de los profesores mientras gritaba “para que sufran más perros inclementes”.

Sin pensarlo solté la sierra hacia donde estaban sentados los estudiantes, tomé la pistola con que había sido amenazado y comencé a echar tiros. Los estudiantes que pensaban que esto era parte del show gritaban con alaridos propios de película de terror, luego de crear el caos pues decidí disparar hacia unos potes llenos de órganos humanos disecados, les indiqué a los profesores que debíamos escapar, tomando un fósforo lo lancé hacia el líquido derramado que se prendió en fuego al instante, aquel cuadro de horror no tenía pies ni cabeza y aunque dudaban de todo el show los estudiantes seguían el juego.

Disparé unas dos veces más, y dándoles la orden de correr, iniciamos la escapada por una puerta que pude divisar, ya los estudiantes no estaba felices pues estaba liberando a sus cautivos profesores y tendrían que volver a clases y estudiar como cualquier persona normal sus cinco años de carrera. El fuego hizo mella y el laboratorio empezó a explotar, ahora los gritos de euforia eran de furia y terror, una vez que me cercioré que todos los profesores estaban afuera me dispuse a cerrar la puerta, pero me acordé de aquellos ojos amarillos y no los pude dejar atrás a pesar de ir en contra de mi ser el salvar a la maldad.

En medio de la confusión me dirigí hacia Lisa y tomándola del brazo la saqué de aquel lugar, al principio ella se negaba pero luego comprendió que de quedarse allí moriría achicharrada. Corriendo por los jardines de aquel lugar los profesores huían mientras se escuchaban explosiones a lo lejos, el ladrón corría a la par mía y en ese ínterin le devolví su pistola mientras el hombre me pedía disculpas por haberme amenazado. Finalmente llegué a un lugar que parecía seguro, allí Lisa aún sorprendida, y con lágrimas en sus ojos me preguntó porqué me había devuelto a salvarle.

Yo simplemente la miré fijamente, esperé unos segundos, ella se acercó mientras de su boca salía la palabra “gracias”. En ese momento se escuchó otra explosión, ella volteó siguiendo el sonido, cuando miró de nuevo hacia mi cara se encontró el vacío…

Monday, July 17, 2006

Un día de esos...

Estoy lejos, como siempre he estado, como he podido manejar la maldad del mundo en que me lanzaron hace tiempo atrás. Todos buscamos maneras, formas, para seguir adelante, es que no nos hemos dado cuenta que se vive hacia delante, el atrás allí se queda, plasmado y seco en un cuadro que no podemos volver a pintar, en decisiones que nos persiguen hasta que pasemos de un plano a otro. Ahora me acuerdo, sentado solo entre las cuatro paredes blancas, las fechas ya no significan nada para mi, aunque en mi mente mantenga el calendario, esperando pausado, el día en que volveré.

El recuerdo que viene a mi es uno de esos tantos que tuve que vivir, los recuerdos se viven, eso dicen algunos, o simplemente vivimos para crear recuerdos, en fin entre recuerdos y recuerdos llego al día aquel, un día como otros en mi triste andar, pero que no significa que sea un día gris para todos en su simple caminar. Estoy acostado en mi cama, al ras del piso, mientras más bajo mejor duermo, tapado hasta el cuello, solo por costumbre desde niño, no vaya a ser que Drácula decida alimentarse conmigo. Escucho el teléfono sonar, no puedo distinguir si es un sueño o en realidad alguien llama buscando encontrarme.

Decido atender, algo en mi confusa mente me dice que debo hacerlo, aquel día, no es un día común, pero no logro descifrarlo. A lo lejos escucho la voz de un viejo amigo, el legendario Atanasio Pérez Batonni, sus palabras entrecortadas me llaman a pararme de la cama, salir a enfrentarme con el día a día, moverme hacia la verdad de nuestra realidad. Trato de hacer caso omiso a lo que dice, intento confundirle, le recuerdo los peligros de acercarse, por su parte Atanasio no piensa ceder esa noche, pasará por mi para no aparecer solo en la gran fiesta del año, el cumpleaños de Elisabetta Umann, conocida como la “Princesita”.

Teorizo sobre varios minutos sobre la poca importancia de ir solo o no a una fiesta, Atanasio no se inmuta, su misión es sacarme de mi casa, considera él que tengo mucho tiempo en el retiro, olvidado por las multitudes, agobiado por la existencia. Mi franela blanca y mi jean azul esperan ansiosos de lanzarse a la calle, mi madre quien recelosa vigila mi condena auto impuesta se asoma a la puerta del cuarto, es la primera vez en meses que el teléfono ha sonado menos de diez veces, por ende, que lo he contestado, ella sabe que la veo de reojo, cuelgo el auricular y me levanto, me visto, mi china al bolsillo, mi pena a los hombros.

En el carro Atanasio habla de las cosas que han sucedido, mientras he permanecido alejado, me quiere poner al día, aunque realmente no me interesa. Le advierto que estoy yendo por el honor a la amistad que le debo, no por querer hacerlo, pero por aquellas cosas que tenemos que hacer y que conllevan un deber ulterior. Mi presencia en ese lugar no será bien vista por muchos, para otros será un trago dulce que reafirma que habemos algunos que no desesperamos con la nada, me preparo, a medida que las ruedas se comen el asfalto, hay fechas que no debemos olvidar por más que nuestro interior solo sienta un pesar.

Llegamos al lugar, la majestuosa casa de viste de gala para aquella ocasión magna, la gente comienza a llegar, al ver mi figura puedo notar como los murmullos empiezan a subir, el tono se baja, la presión se siente. Ya dentro siento la necesidad del líquido, que no emborracha, simplemente Coca-Cola, uno de los mesoneros me mira raro cuando no pido whiskey o vodka, mueve la cabeza en señal de condescendencia, me sirve el vaso repleto, sonríe y se pierde en la noche. Atanasio trata de hacerme señas para que me acerque a un grupo, gente que me conoce, o eso piensan ellos. Yo saludo a lo lejos haciendo una seña que les hace pensar que ya voy, sin pensarlo me esfumo, me mezclo entre la multitud, y voy viendo, recordando, diciéndome a mi mismo que nada ha cambiado y que el juego tiene solo una regla, querer jugarlo.

A veces sabemos donde nos metemos, por momentos solo vamos engañados, hay tiempos donde conocemos a que vamos, distintos de los que vamos por obligación. La música a todo volumen me aturdía, las miradas recelosas de algunos, las miradas de búsqueda, de aceptación, de negación, todas ellas formaban el conjunto perfecto para la validez de la noche. Bailaban, conversaban, se podía ver la alegría y la tristeza en esa lucha por ganarle a la otra, en ese andar característico de los seres humanos. Sentado en una escalera, yo esperaba a que el tiempo pasara, simplemente eso hacía.

Allí solo mi imaginación vuela hacia tiempos inmemoriales, cuando corría libremente con mi capa persiguiendo enemigos de mentira, enemigos que por más prodigiosa que fuera mi mente simplemente no eran capaces de derrotarme a pesar de tenerme contra las cuerdas cada vez que les enfrentaba. Un sorbo de Coca-Cola pasa hacia mi estómago, aún agarro el vaso con mis dos manos, creo que nunca quise crecer, más bien habemos algunos que no estamos para eso, es solo que las horas pasan e inevitablemente nos volvemos adultos.

Siento unos pasos que provienen de arriba, en las escaleras en donde estoy sentado, algo me dice que no debo voltear, algo me anuncia que aquella noche apenas está por comenzar. Sin subir la mirada veo varios pares de zapatos pasar, la voz inconfundible de Luigi Luca Halconzini me hace helar la sangre. Por suerte no me toman en cuenta, él y sus secuaces siguen de largo, no entiendo que pueden buscar allí, pero es que el juego que juegan los humanos no nací para entender. La fiesta ha alcanzado nivel, los que suerte han tenido ya gozan del placer, otros tristes se ven por doquier.

Finalmente soy víctima de Atanasio y sus compinches, me atrapan allí en las escaleras, no lo hacen por mal, simplemente buscan socializar. Muchos se preguntan el porqué de no verme la cara por largo tiempo, yo me limito a sonreír y seguir bebiendo Coca-Cola. Reviso con detenimiento las personas que ahora se aglomeran a mi alrededor, finalmente llego a Clara Elena Molleja, quien sonríe agradablemente al verme, yo devuelvo la sonrisa, no me queda más remedio. El truco ha funcionado, Atanasio se mueve hacia sus menesteres y me deja solo con Clara Elena, conocida de vieja data, conocida y me pesa.

Ella hace su movimiento de inmediato, “pensé que más nunca ibas a salir de tu casa, hay Policarpio tu si eres aburrido”. Quieres bailar?, anda si?, no seas malo” dice la susodicha, yo me limito a seguir bebiendo Coca-Cola y ni siquiera contesto. Me acuerdo que no debo ser mal educado y antes que ella se de la media vuelta le digo que mi tobillo está hinchado y por ende no puedo bailar, ella se limita a decir “excusas, Policarpio”. Clara insiste en conversar, mis ojos solo siguen los pasos de Halconzini, respondo cualquier cosa para mantener a Clara contenta pero mi ser está en otro lado.

Se apagan las luces de la casa y con un reflector alumbran hacia la parte de arriba de unas escaleras, allí hace su aparición Elisabetta, la cumpleañera, con su coronita de brillantes que usa cada vez que cumple años, ella sonríe, saluda, con la gracia que la caracteriza, con los mismos ojos que algún día miré. Clara continúa su ataque frontal, yo permanezco de mi lado, en el lugar donde pertenezco, de donde no puedo pasar. Se mueve hacia una mesa con una torta gigante, todos entonan el “cumpleaños feliz”, la torta explota y una tortuga sale de la misma, Elisabetta es amante de las tortugas y morrocoyes, ella la toma en sus brazos y agradece el gesto de aquellos quienes prepararon la fiesta.

Al momento de soplar las velas, unas sirenas comienzan a sonar dentro de la casa, Halconzini y sus amigos, han venido a causar el caos. Luigi Luca, a quien le conocen como “Maccefaccio” sus amigos íntimos se para al frente de la torta y le dice a Elisabetta, “he venido a tomar lo que es mío, así que ríndete a mis pies”, Elisabetta sorprendida al igual que todos los presentes no sabe como reaccionar. “Mira Luigi Luca, que estás haciendo aquí?, hazme el favor y te vas de mi casa”. “Maccefaccio” se ríe y dice “me voy, pero me voy contigo, acéptalo tu nunca has dejado de pensar en mi, ven a mis brazos”.

“Luigi Luca” dice Elisabetta “por favor te pido que te retires, es mi día y no lo vas a arruinar”. A todas estas me he parado de las escaleras, Clara piensa que es por ella, pero le paso por al lado sin mirarle. Camino lentamente hacia la mesa en donde el show se está desarrollando, en segundos estoy allí parado. Elisabetta me ve y dice “ahora si, el dúo dinámico ha venido a acabar con mi fiesta”, en ese momento Luigi Luca me mira feo y se siente incómodo. “Como te atreves Policarpio, como te atreves a venir aquí”, “salgan de inmediato los dos, pajarracos insensatos, váyanse de aquí”. “Maccefaccio” insiste en que el solo se va si Elisabetta vuelve con él, yo estoy parado, esperando como siempre.

El “Maccefaccio” toma a Elisabetta por el brazo, la lleva hacia él, y hace una seña a los que le acompañan. Elisabetta me mira como queriendo insinuar que debo hacer algo, yo simplemente sonrío, hace unos segundos me estaba botando, ahora quiere que la salve. Todos los asistentes a la fiesta están sorprendidos de aquel espectáculo que está sucediendo, ni ellos mismos en sus tretas diarias participan en eventos llenos de surrealismo. Me sigo riendo, “Maccefaccio” quien no es exactamente mi amigo me grita a todo pulmón “desaparece Policarpio, desaparece sino quieres que te haga daño.”

Que sabe “Maccefaccio” de daños, me pregunto, realmente que sabe él lo que es llevar el daño adentro sin solución humana posible, que sabe ese personaje de dolores internos que no se curan con medicamentos de farmacia, que puede saber, que puede saber. Los dos secuaces se han colocado atrás mío, yo sin que nadie se diera cuenta he recogido la tortuga del piso y la mantengo en mi mano. El primer “tortugazo” se lo doy a el que cubre mi flanco izquierdo, pongo la tortuga en la mesa y la china se hace cargo del segundo secuaz, a lo lejos veo a “Maccefaccio” corriendo, arrastrada va Elisabetta quien ha perdido su corona como parte de todo el desastre.

Yo no estoy para perseguir, de eso estoy consciente desde años atrás, pero estoy para equilibrar, cosa que muchos no han entendido pero que simplemente debe pasar. De nuevo tomo la tortuga en mi mano, he descubierto que su caparazón es tan duro como mi coraza contra los humanos. Salgo corriendo hacia la puerta de la casa, Atanasio me mira y sonríe como dejándome saber que le alegra verme de vuelta, Clara Elena grita que me ama y yo simplemente centro mi mirada en la nuca de “Maccefaccio”. Yo no sabía que las tortugas volaban, ese día lo comprobé, con un disparo certero “Maccefaccio” cae al piso y se vuela tres dientes en el ínterin.

Al frenar mi carrera, estoy parado frente a frente con Elisabetta, de mi bolsillo saco un pequeño peluche, es un tigre, se lo pongo en sus manos y me limito a decir “feliz cumpleaños”, ella dice “te acordabas que era mi cumple, no lo puedo creer, tu siempre tan…allí llevo mi dedo a su boca, su labio superior me trae recuerdos al instante, se mueve lentamente hacia mi y cierra los ojos para besar al viento, a lo lejos, desde el lugar a donde pertenezco le miro, ella abraza el pequeño peluche, yo llevo mi cruz a cuestas…