David! David! David Pepe!
Cocutzzi! Dr. Boppy!, Soldado
Lauterbach!, Octagón! Boru! gritaba su Mamá mientras el pequeño parecía no estar
interesado en abrir sus ojos. Un suspiro y un estirón siguieron, pero aún sin
abrir los ojos.
Todo había comenzado un tiempo atrás, nueve
meses en tiempo terrestre, infinito en su memoria, David había escapado en su
nave especial, hacia el espacio sideral, corriendo David Pepe, sin dejarse
atrapar, lleno de todo aquello que se puede divisar, todo en realidad es
posible mientras se pueda pensar.
Raúl era un tiburón, no muy común por demás, no
tenía dientes víctima de un hechizo
lejano y efectivo realizado por la bruja del sombrero puyudo. Asustado y
hambriento llegó a la playa en donde David descansaba tranquilo, hacienda
castillos de arena y tomando piña colada, sin alcohol por supuesto.
David notó que el tiburón estaba un poco triste
y se acercó con la cautela debida pues tiburón es tiburón. Después de meter su mano en la boca del
tiburón que solo tenía baba, David se metió al mar y comenzó a platicar con el
tiburón, hablaron de la nada y del todo, de lo claro y lo oscuro, de aquello y
de lo otro, de lo mucho y lo poco, hablaron sin cesar, hablaron sin parar.
Como quitar el hechizo al tiburón hizo a David
pensar, una dentadura postiza? o simplemente aprender a llevar. Al rato
llegaron unas almejas, dos estrellas de mar, tres caballitos de mar y un atún,
quienes hicieron compañía a Raúl, el cual ahora disfrutaba de una piña colada
tomada con pitillo y sin tener que masticar nada. La compañía le hizo olvidar
su pena desdentada que parecía nunca terminar, David sonrió sin dientes que
mostrar y esto hizo que el tiburón volviera a navegar.
Se puso en pie y se dirigió a la Refinería de
Baba, lugar en donde se refinaban 1,289,889 millones de barriles diarios de
baba para ser repartidos en toda la galaxia. David era el ingeniero jefe del
“Complejo Refinador DFDU” en donde minuciosamente se almacenada y procesaba
toda la baba que David botaba durante el día. Después de verificar que todo
estaba en orden y que los barriles de colores y con una foto de David estaban
listos para ser transportados David bostezó y cayó rendido en los brazos de
Morfeo.
Una idea cruzó su mente al recordar a Guzzum,
el esquimal, como llego de mi playa al Igloo?, decidido fue al Banco Nacional
de Dinbatania, en donde luego de auto acreditarse varios peniques a su bolsillo
contrató una empresa de ingenieros que eran indios pemones para construir un
puente que lo llevara de un lugar a otro.
Con un casco amarillo y dando órdenes, David
dirigía a los pemones que utilizaban grúas y cuerdas para armar aquel puente
iluminado con soles de distintos colores. Trabajaron días enteros hasta que la
majestuosa obra estuvo culminada. David entendió que los pemones debían
descansar y les regalo un pedazo de selva para que por siempre pudieran jugar.
Como cruzo el puente, se preguntó David, parado
en la acera del frente de la playa, donde también había un kioskito que vendía
flotadores, empanadas y juguetes de toda índole había un jeep con la placa
número 111612 y un letrerito que decía “no freno por nadie.”
Ahora con el frío en su cara David atravesaba
el puente a toda velocidad, en la radio sonaba la canción del piojo que había
resbalado, a lo lejos podia ver la nieve, algo que siempre le recordaría que
todo está lleno de matices y al aprender a disfrutarlos seremos felices.
En la explanada blanca David disfrutaba tirando
bolas de nieve y esquiando, en aquella montaña platinada y con una empinación
perfecta. El esquimal lo observada a lo lejos mientras le preparaba sushi y
chocolate caliente para culminar aquel momento maravilloso. Luego de sentirse
cansado David se tiró al piso e hizo un perfecto angel, al pararse notó como el
angelito le seguía y lo seguiría por el resto de su existencia.
De regreso David se encontraba muy alegre y
pisó el acelerador a fondo, a unos cuantos kilómetros por hora por encima del
límite de velocidad se sentía feliz al ver pasar las libélulas que servían de
guías en la calle para mantener el canal. En el espejo retrovisor vió unas
luces rojas y azules. Un policía enviado por la Comandante Urich lo venía
persiguiendo y tenía todas las intenciones de atraparlo.
Sentado en un calabozo hecho de azúcar y helado
David no entendía como había ido a parar allí. Por los momentos se comía los
barrotes de chocolate mientras esperaba la audiencia con el Juez Mimoso, Juez
por demás chiflado que el mismo David había contratado. Luego de una discusión
amena acerca de juguetes y dulces con el Juez, el mismo lo dejó ir al cancelar
una multa especial, consistente de polvo sideral, unas estrellas muy brillantes
y los tornillos de aquella silla que alguna vez perteneció a su Mamá.
Al salir de la cárcel se entretuvo por un rato
en el famoso circo del espacio, el cual contaba con jirafas-llamas y
elefantes-rinocerontes, con un mono director de circo y unas focas que bailaban
tango mientras la orquesta compuesta de cochinos tocaba sin cesar. La
majestuosa carpa amarilla y roja del circo tenía una letra “D” en el centro,
después de todo, este mundo era de David.
Parado frente al podio David le daba un
discurso a todos los habitantes de aquel mundo maravilloso, mundo sin igual, mundo
ancestral y futurístico, mundo aquel que no se debe olvidar. Se bajó del podio
y entendió que su viaje había concluído, que había llegado de la hora de
explorar un nuevo mundo, un nuevo universo, era el tiempo de reir, de llorar,
de mirar, de andar, de jugar, de aprender, de entender, de poder, de querer, de
seguir, pero sobretodo de vivir.
Miró a su alrededor y notó que todo seguía
igual a cómo él lo había imaginado, se sentó tranquilo y miró el horizonte,
allá a lo lejos lo esperaba una nueva aventura, solo que está vez tendría un
toque de realidad.
Finalmente David abrió los ojos, sonrió y con
un guiño del ojo alcanzó a decir sus
primeras palabras,
- Soñar
no cuesta nada, mientras pueda hacerlo todo seguirá existiendo, y eso es lo que
pienso hacer por el resto de mis días…
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