A todos nos llega la hora de ir a la guerra. El planeta lo reclama, la sociedad lo exige, las hormonas lo regulan. Tarde o temprano llega, sin avisar, se mueve con rapidez a través del viento, penetra y domina la razón. No tiene pasiones y sabe donde vivimos, nos lleva, nos arrastra, nos consume, nos acaba. Afloran los miedos, el mundo no se ve igual, las horas son eternas y la espera sin igual. A todos nos llega la hora de ir a la guerra, el temor de no regresar por siempre nos va a acompañar.
Para Juan Mariano Rivas la cosa no fue diferente, a él también le llegó su turno de servir, de pagar por el hecho de ser humano, de sufrir en carne propia los horrores del dolor. En una mañana de verano allí estaba parado con su uniforme, rodeado de otros que como él habían sentido la necesidad de alistarse. Todos jóvenes y llenos de ilusiones, con deseos que desbordan por doquier, con la convicción y creencia que lo racional terminará por hacerse de cargo de aquella locura temporal y la existencia volverá a la normalidad para seguir el cause que ha sido trazado para ella desde el comando de operaciones.
La transición de niño a hombre en cuestión de minutos no es nada fácil, simplemente llega y hay que asumirla, aceptarla, internalizarla, siendo esto nada más que una mentira mal contada pues asumir lo que conlleva terror per se no es tarea fácil en el esquema de los seres humanos. Aquí no hay manual, no hay leyes y aunque mucho han escrito los autores no es más que un intento fallido en tratar de darle forma a otro de los tantos misterios que dominan el curso normal de la vida. Asignado a un pelotón, Juan Mariano aún tenía serias dudas sobre que era todo aquello que estaba pasando, en su interior y afuera de él, órdenes iban y venían, el revuelo clásico del comienzo de una campaña más, el principio de un fin seguro que solo dejaría cicatrices.
Montado en aquel poderoso C-130 el soldado Rivas esperaba la orden para saltar al vacío, para internarse en lo desconocido. Sintió el frío viento de la noche en su cara, sus huesos se estremecieron, pensó en su madre y en la tranquilidad de su niñez, intentó calmarse dándose una respuesta que pusiera parches momentáneos a sus miedos. El paracaídas se abrió y Juan Mariano surcaba la oscura noche, abajo la densa selva le esperaba, pero mientras tanto el soldado Rivas flotaba y lo disfrutaba, nunca antes había sentido esa sensación, ver el mundo desde allá arriba, su corazón palpitaba con fuerza, la mezcla de sentimientos nuevos y desconocidos lo hacían apasionante, la tierra se acercaba con velocidad y finalmente la tocó.
"Ay coño" dijo Juan Mariano al doblarse el tobillo, de inmediato lo mandaron a callar, una vez liberado del paracaídas y con el pesado morral a cuestas el jefe del pelotón reunió a sus hombres y les impartió todas las instrucciones para conseguir el primer objetivo. Moverse sigilosamente por el río y llegar a la desembocadura en donde armarían una torre de radio para establecer un punto de comunicaciones. Cojeando y con dolor en su tobillo Juan Mariano caminaba y se arrastraba por el terreno fangoso y húmedo, finalmente y después de varias horas de tensa calma llegaron al lugar indicado y procedieron a armar el equipo. El enemigo estaba identificado y ahora ya contaban con una manera de comunicarse a través de la selva.
Después de montar el campamento y de recibir unas cuantas instrucciones más Juan Mariano cayó rendido. Soñó con un sin fin de historias sin sentido y a la mañana siguiente al levantarse se dijo a si mismo "esto como que no es tan difícil". A pesar de estar parado sobre aquella tierra caliente Juan Mariano no lograba olvidar la sensación del flotar, esa que le había invadido la noche anterior y que le acompañaría a lo largo de la travesía. El próximo paso no sería tan fácil, el enemigo estaba consciente de la presencia de seres hostiles en su círculo de acción y sin lugar a dudas repelería cualquier intento por apoderarse de su tan preciado territorio.
Caminando por la selva tupida y con un calor desesperante el pelotón se dirigía a tratar de tomar por sorpresa un puesto de combate del enemigo. De pronto una gran explosión sorprendió a Juan Mariano, un soldado que caminaba unos metros más allá voló por los aires al pisar una mina cayendo despedazado y sin vida. Una serie de pensamientos sin sentido y veloces pasaron por la mente del soldado Rivas. Sin mucho tiempo para ordenar ideas las balas comenzaron a invadir el espacio, al suelo, pecho en tierra, y a buscar donde cubrirse, Juan Mariano perdió la calma por unos segundos pero la voz del jefe del pelotón le ayudó a normalizar su ritmo cardíaco y accionar su rifle en contra del enemigo.
Intensas horas de presión y soledad, el sonido sórdido de las municiones que tratan de acabar con tu existencia y el horror en las caras de los heridos en combate. Explosiones de granadas y morteros, el olor a pólvora en el aire, la desesperación propia del momento. El fuego continuó por un tiempo más, que es un tiempo en la vida de un soldado?, finalmente la voz segura del jefe gritó "tomemos por el asalto el puesto, ya están disminuidos". En cuestión de segundos dos explosiones, varios gritos de horror y la tranquilidad de la victoria. Juan Mariano volvió a sentir que flotaba, los soldados muertos, las expresiones de terror y el calor agudo no importaban en ese momento de conquista, avanzar a toda costa en pos del objetivo final.
La guerra te da tiempo de encontrarte, es solo que usualmente te encuentras con lo que no conocías de ti mismo y da paso al miedo, por otro lado te brinda la oportunidad de pensar, de pensar en todo aquello que eres capaz de hacer y en las cosas que anhelas con pasión. Los sueños se avivan, la imaginación vuela, Juan Mariano flotaba, flotaba en ese espacio donde se mezclan lo desconocido con lo nuevo, en donde los niños se transforman y los sentimientos descubren que la razón es su enemiga principal.
Con intenso dolor en su tobillo Juan Mariano solo pensaba en la próxima confrontación, el soldado Rivas flotaba, seducido por aquel juego de la muerte. Escondidos en la selva frente a un pequeño caserío se escucharon los estruendos de las bombas que venían del cielo, con rapidez y precisión los soldados avanzaron, algunos cayendo víctimas de una bala que por obra del destino decidía juguetear en el aire impactando el cuerpo de algún humano que osaba atravesarse en su camino. El arrase fue total, el caserío prendido en fuego solo mostraba su alma desnuda y penetrada, Juan Mariano flotaba nuevamente, la misión iba cobrando forma, era solo cuestión de seguir recorriendo los caminos y de tocar los botones correctos.
Comunicaciones iban y venían, encuentros furtivos con el enemigo, algunas minas que acababan con la vida de algún insignificante soldado, alguna bala que rozaba el casco. Juan Mariano flotaba, viendo como el horror a su alrededor no podía detenerle, este juego de la guerra cada día le gustaba más, lo enviciaba, lo envolvía, lo atrapaba y le hacía delirar. El enemigo era parte de su vida, siempre ahí, presente, vivo, respirando, manteniendo la imaginación a mil por hora para buscar nuevas formas, nuevas maneras, nuevas técnicas, era solo cuestión de esperar.
Avanzando por la selva en día de lluvia y humedad agobiante el pelotón casi llegaba a su objetivo final. Luego de una larga espera y de uno que otro momento de tensión por pequeñas trampas colocadas por el enemigo el día del ataque final había llegado. Juan Mariano aún flotando, esta vez decidido, seguro de si mismo, escuchaba con atención las instrucciones, la fortuna tenía que sonreírle, después de todo aquello, de todas esas noches de desvelo, de conversaciones imaginarias, de crueldad y ternura, de dolor y alegría.
El ataque comenzó como cualquier otro, lo usual, las balas, la destrucción, el terror, gritos desgarradores, el pelotón continuaba avanzando a pesar de los duros golpes que recibía. Varias minas explotaron mermando la capacidad de aquel escuadrón, fueron cayendo como barajitas, uno a uno, la vida se escapaba en segundos, Juan Mariano flotaba en su desesperación, miraba a un lado y al otro, la soledad se hacía cargo de todo, un último grito por parte del jefe detuvo a Juan Mariano en seco, un grito de muerte, el soldado Rivas solo ante aquel enemigo bajó su rifle y se arrodilló pidiendo clemencia, una bala atravesó su corazón.
"Juan Mariano, Juan Mariano estás ahí?" decía la bella muchacha de ojos azulados, "me estas escuchando?, que te pasa?. Juan Mariano subió la mirada, "te estoy diciendo que no, no Juan Mariano, no me gustas para nada, yo no quiero nada contigo, nada que ver, somos amigos no lo entiendes?, repetía una y otra vez la dulce niña, "si no me vas a contestar me voy, tu y tus locuras, venirme a decir que me quieres, cero uno contigo Juan Mariano, amigos somos amigos no lo comprendes?. Juan Mariano volvió a bajar la mirada, Juan Mariano ya no flotaba…
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