Friday, January 06, 2006

Verdades

Estoy sentado en un establecimiento de comida, el día está gris, es más, la lluvia es torrencial, se puede escuchar a lo lejos, su caer, sus gotas gigantes que chocan contra el pavimento muriendo en el intento de crear. Hace algo de frío, el vaso helado del líquido que me hace feliz baja por mi esófago rumbo a mi estómago quien lo espera inquieto. Hablo, con unos amigos, tonterías, de nuestras vidas, cosas de aquí, cosas de allá, explicamos nuestras razones, nos damos ánimo, discutimos en paz, damos y recibimos consejos, algunos buenos, otros no tan buenos, somos amigos, nos alcahueteamos, el tiempo pasa, nosotros miramos, tranquilos, esperando.

Puedo ver por la ventana un desfile de paraguas, otros llevan periódicos en sus cabezas, hay quienes corren, otros simplemente apuran el paso, caminan, los que no pueden correr, el viento hace que nada detenga lo mojado, llegaran a sus vidas llenos de agua, quizás tarde, es posible que nunca, pienso que en el fondo no quieren llegar, sueñan que las gotas de lluvia se transformen en carrozas que los lleven a un lugar distinto, lejos de aquello, de lo cotidiano, del contar los pasos que ya han recorrido, sus miradas me lo dicen, no es la lluvia quien les agobia, es su interior, es la desesperación eterna de un mañana mejor, que no llega, ni debe llegar, sería alterar el orden, el orden supremo, el equilibrio del malabarista, la cuerda floja cansa, abajo una multitud espera ansiosa.

Una dama corre a toda prisa, va descalza, sus pies dejan huella en la acera mojada, veo, y como siempre mi mente vuela, me permito sonreír, para mi solamente, mis amigos continúan hablando, de pronto interrumpo, pido permiso, para contar una historia, me miran, ven sus relojes, es que son esclavos del tiempo, se les ha olvidado que no existe, acceden, ellos saben, que lo que viví es único, esperan ansiosos por escuchar, algo, que les recuerde que están vivos, que tienen esperanzas, que no todo está perdido, que habrá otro día, que sus heridas sanarán, ordenan otra ronda de cervezas, para mi una Coca-Cola bien fría, toda historia tiene un tiempo, y se adapta, a las necesidades humanas, a pesar de ser contada por quien venció, o simplemente por quien la vivió.

Empiezo mi historia sin muchos detalles, me limito a decir que estaba en Santiago de Chile, ni siquiera se como llegué ahí, si lo se, pero no lo pienso decir, no esta vez, me paseo por las calles, veo el edificio de Telefónica, impactante, sigo de largo, de pronto aparece al frente mío, cabello rojo, ojos azules, va asustada, la detengo, más bien choca contra mi persona, "que te pasa?, acaso es la nueva moda andar sin zapatos?, pregunto, su cara refleja cansancio, terror podría ser, "te sientes bien?, "te puedo ayudar en algo?, ella me mira, me dice que si, que efectivamente la puedo ayudar, me agarra del brazo, me jala, y me explica una historia de esas que solo se viven una vez, de esas que llevan horas en contar, pero me aguanto, más bien disfruto cada palabra que sale de su boca, soy superhéroe hay cosas que no puedo hacer.

Huele muy bien, eso recuerdo, su perfume, más nunca lo olí, sus palabras hablan de misticismos y mantras, de un gurú diabólico, de cosas por venir, sus ojos me muestran su soledad, yo se de eso, hace tiempo lo acepté, ofrezco caminar con ella hasta su apartamento, me invita a pasar, yo debo seguir, me disculpo. "Fidelia, Fidelia Ruiseñor, ese es mi nombre", me dice, extiende su mano, que aún tiembla, "Policarpio" respondo, en mi mano ahora tengo un papel, con un número, me doy media vuelta, no me puedo ir, me volteo, la abrazo muy suave, ahora si me despido, bajo por las escaleras, mi corazón se acelera, del ejercicio?, no, no, de otras cosas, de esas cosas que mueven al mundo.

Me doy un paseo por la ciudad, mi mente está perdida, que tiempos aquellos, llego al Estadio David Arellano, conocido como Monumental, le doy la vuelta, he tenido esa costumbre desde niño, los parques de deportes se ven distintos dependiendo de donde estemos, mientras voy en círculos, no lo puedo evitar, el papel, ahora en mi mano sudorosa, destiñe, apenas veo los números, apresuro mi paso, saco mi teléfono y envío un mensaje, "Hola Fidelia, Botafoguita, voy para allá"...Camino flotando, es raro este andar, recuerdos contiguos, prisión en su altar. Llego al mismo lugar en que horas antes me fui, toco la puerta y sale su olor, me recibe sonriente, un beso me da, en la mejilla, pasamos en silencio y sentados hablamos.

"Le distes su merecido? pregunta uno de mis amigos, lo mando a callar, es una historia sublime, es un dulce cantar. Hablé por horas, ella hizo su tanto, son esas veces cuando las palabras salen sin esfuerzo, cuando te conoces sin conocerte, cuando en el fondo sabes que vas camino de Guanajuato, inevitable, imposible. He bajado la guardia, estoy concentrado, en ella, encanto sutil, se acerca con disimulo, tiene un pequeño libro en la mano, la guía de la iluminación, dice ella que es, lee unos párrafos, sonríe inquieta, yo escucho tranquilo, la cercanía, que cerca estuvimos, escucho un ruido, ventanas quebradas, entran dos entes que me cuestan describir, "los discípulos de Radja" grita Fidelia, esta vez no son juegos, los bichos con túnicas echan rayos por sus dedos, destruyen la mesa de vidrio, unas botellas de vino derraman su sangre.

"Hemos venido por ti, Fidelia", "has deshonrado al Maestro Gurú Radja Singh", el otro monigote grita "lo quemaste todo, lo chamuscaste con tu templo", "coño" pienso yo, "de que carajo están hablando este dúo dinámico", con cautela preparo mi china, todavía no es el momento de atacar, Fidelia me mira buscando consuelo, yo no entiendo un carajo, y comienzo a reírme, uno de los discípulos me echa un maleficio, sin darme cuenta comienzo a reírme, pero en chileno, es que se ríen distinto a nosotros, me tapo la boca, los monigotes se ríen, Fidelia también, cansado saco la china y disparo, el garbanzo atraviesa a uno de los payasines y se estrella contra la pared, disparan sus rayos macabros, me queman los zapatos, mi dedo gordo se asoma por la media, esto no lo pienso permitir, les lanzo un vaso, y se estrella de nuevo contra la pared, los monigotes demandan llevarse a Fidelia, me instan a desaparecer so pena de hacerme daño real.

Me vuelvo a reir en chileno, veo un espejo, me lanzo y lo agarro, los monigotes vuelven a echar sus rayos, esta vez, chocan contra el espejo, comienzan a arder en llamas, gritan, "puta, chucha, weón, nos quemamos", Fidelia hábilmente los empuja hacia la ventana rota, los envía al vacío, se voltea y me dice "Poli, hay que correr, pronto vendrán más". Salimos a toda prisa, corremos hacia la estación del tren, no llegamos, divisamos a tres monigotes más, gurúes, no se, vestidos con túnicas de colores, nos ven, por suerte hay una patinata en un parque, la gente está disfrazada, alquilamos unos "Roller-Blades" y nos lanzamos por una bajada, no es una patinata común, la gente va disfrazada, reconozco, que no se patinar, me doy mi primer carajazo.

Fidelia con su gracia patina a gran velocidad, volteo y veo a los tres gurúes, nos persiguen, en patines, diviso una cola, una cola de ratón, es un hombre vestido de ratón, lo agarro por la cola y me dejo llevar, el ratón patina a gran velocidad, le paso por al lado a Fidelia y la saludo, pierdo el control, más bien el ratón pierde el control, nos llevamos a medio mundo, nos estrellamos contra un punto de venta de refrescos, el caos, pero sirve para ahuyentar a los monigotes, el muchacho, vestido de ratón, uno de esos héroes anónimos que nos salvan, extiendo mi mano, "Policarpio", "El Charro Pimpinela" me dice, "carajo que nombre más raro", digo yo, "ese es mi nombre artístico", ahora comprendo, "como te puedo pagar?, me responde que lo saque con Fidelia, accedo, pero tiene que ser al instante. La odisea continúa con un nuevo personaje, "El Charro Pimpinela".

Fidelia nos lleva al Parque Forestal, al lado del Río Mapocho, allí tiene unos amigos que nos resguardarán al menos por unas horas, llegamos, Fidelia, El Charro Pimpinela y yo, un guardaparques amigo de Fidelia nos mete dentro de la casita de madera. Estamos algo cansados, Fidelia le explica todo lo sucedido. El guardaparques, algo confundido, mira con detenimiento al Charro Pimpinela vestido de ratón, luego me observa, me río, y aún me sigo riendo como chileno, el maleficio permanece conmigo, que joda de verdad, las cosas que me pasan a mi, quien las entiende. Se hace de noche, el guardaparques debe cambiar de turno, debemos salir, vamos al apartamento del Charro Pimpinela, en el barrio Bellavista, allí pasamos la noche, el diminuto ratón trata de hacer un movimiento con Fidelia, esta lo rechaza y le dice que me ama, "su nombre es Policarpio, lo adoro, es precioso, mi héroe de amor" continúa Fidelia, esas palabras me hielan, recuerden soy un superhéroe.

A la mañana siguiente bajamos, Fidelia, el Charro Pimpinela, quien ya no viste de ratón y yo, Fidelia, dice que debemos buscar al Maestro, al Gurú, a Radja, ella dice estar dispuesta a sacrificarse para que otras damas como ella no sufran los embates del malvado personaje. Al poner un pie en la calle, se aparecen diez infelices vestidos con sus túnicas anaranjadas, nos secuestran, a los tres, nos meten en un camión cava, el frío es insoportable, Fidelia me abraza, El Charro Pimpinela se congela en una esquina, yo tiemblo, por el frío y por la cercanía. Damos más vueltas que un perdido, finalmente nos bajan, ojos vendados, siento el olor de Fidelia, la voz de terror del Charro Pimpinela, nos conducen adentro, hemos llegado, al lugar, al Templo, al Templo Sagrado, la casa de Radja, la mansión del delirio, las paredes de la iluminación infinita.

Radja nos saluda, quemado claro está, su cara tiene pestañas y cejas postizas, su cabellera es amarilla, una peluca, se ve cómico, me río, nuevamente en chileno, el maleficio no se quita. Radja se acerca a Fidelia, la abofetea, lo quiero matar, pero debo esperar, Radja pregunta quienes somos, el Charro Pimpinela y yo, Fidelia, valiente, dice que nos deje ir, que no tenemos vela en ese entierro, que somos unos simples amigos. El Gurú ya nos tiene identificados, suelta una carcajada macabra y dice que moriremos junto a Fidelia. Nos llevan a un altar, bendito, o maldito diría yo, nos esposan a unas argollas que cuelgan de la pared, manos y piernas, comienza la sesión, cantos, bailes, ritos, fuego por doquier. Me siento en el infierno, salvo que a mi lado hay un ángel, al otro lado, el Charro Pimpinela.

Allí atrapado recuerdo, múltiples momentos, de mi infancia, de todo, de mi vida, usualmente nos da por acordarnos de las cosas más importantes cuando nos enfrentamos a la muerte, pareciera que necesitamos de la urgencia del momento para pensar en lo que realmente importa. Miro a un lado, al otro, Fidelia está siendo despojada de su ropa, la llenan de una crema, huele bien, Fidelia por supuesto, la crema huele a pasto, no se de que es, al ver al otro lado, veo con alegría que las diminutas manos del Charro Pimpinela no están atrapadas por las esposas, son muy grandes para él. Le hago una seña, mi bolsillo, la china, el Charro Pimpinela me dice que nunca ha disparado una de ellas, lo miro feo, con cautela, saca la china de mi bolsillo, los garbanzos, los ritos continúan, Radja está poseído, sus discípulos también.

Se acerca a Fidelia, la vuelve a abofetear, me enferma ese proceder, quiero escapar, colocan unas antorchas cerca de nosotros, Radja saca un cuchillo afilado, una daga misteriosa, un machete glorioso. Se dispone a cortar el cuello de Fidelia, el Charro Pimpinela, se libera, dispara, certero, a la cabeza de Radja, el garbanzo hace su trabajo, le tumba las cejas postizas y las pestañas también, los discípulos están en trance, esperando por el sacrificio, Radja se cae al piso, el Charro Pimpinela vuelve a disparar, esta vez en los genitales, Radja se retuerce de dolor, menos mal que nunca había usado una china, es más peligroso que yo mismo, "las llaves" le grito, las toma del bolsillo de la túnica que dice "Viva Chile", nos libera, el Charro Pimpinela, nos libera, tomo una antorcha y empiezo a prender el lugar en fuego, los discípulos despiertan, comienza el festín de rayos, de todos colores, por suerte, Radja, es vanidoso, tiene un espejo, lo tomo, y de nuevo los rayos se devuelven, van cayendo, uno a uno, sin cesar, los soldados del mal.
Radja se pone en pie, no es con rayos que ataca, nos dispara, alcanza al Charro Pimpinela en una pierna, Fidelia brinca, yo me escondo tras una mesa, mi china, la tiene el Charro, estoy desarmado, el furioso Gurú continúa disparando, a diestra y a siniestra, es ahora o nunca, Fidelia, le grita, "mátame a mi", Radja se voltea, brinco, caigo al lado del Charro Pimpinela, tomo la china, disparo, Radja dispara, mi garbanzo al medio de su frente, su disparo al brazo de Fidelia. Me paro enfrente de Radja, y lo prendo en fuego, fuego eterno, para siempre, recojo a los heridos, salgo a la calle, el templo está prendido en fuego.

Arriban bomberos y policías, se llevan a Fidelia y al Charro Pimpinela al hospital. Me cercioro que estén bien, acostados en camas adyacentes reposan. Entro a verles, Fidelia me toma de la mano, me pide un beso, se lo doy, en su frente, el Charro Pimpinela extiende su mano, se la doy, y la estrecho, doy las gracias, nos salvó. Fidelia deja correr una lágrima por su mejilla, el Charro Pimpinela hace lo mismo, yo los miro, trago grueso, miro al cielo, exijo respuestas, inmediatas. Me retiro, ya me voy, sin mirar atrás, me vuelvo a reir, sin maleficio esta vez, debe haber sido la cercanía, aún recuerdo su olor, miro afuera, ya no llueve, la mujer descalza se ha ido, mis amigos se levantan, se vuelven a sentar, han decidido no trabajar, allí se quedan, para hacerme compañía, allí se quedan con la esperanza de oír más…

Thursday, January 05, 2006

Descanso

Descanso, a veces el cuerpo, fugaz vehículo de nuestro andar, necesita, descanso, la mente por su parte reposa en algo, no del todo, no tanto como yo quisiera. Mi mente no para, por más que le pido que me deje disfrutar de la simplicidad de algunos momentos, ella siempre busca formas nuevas de enredarme e inmiscuirme en ideas y situaciones sin respuesta humana dejándome sin dormir. La falta de sueño me lleva a investigar las causas y consecuencias de cualquier estupidez en el transcurrir de la existencia, el paso de los minutos sin conseguir respuestas coherentes a lo que mis ojos tienen que enfrentar, me llevan a levantarme y buscar.

Las búsquedas tienen un comienzo, su fin es incierto, al menos eso pienso, usualmente cuando buscamos imposibles no terminamos, nunca, dije imposible?, no hay nada imposible, es solo cuestión de diferenciar que se puede y que no. Si aceptamos que hay cosas que no se pueden, pues todo lo demás es posible, simple?, nada de eso, solo una de mis teorías sin sentido, para encontrarle el sentido, a lo que no tiene sentido, haciendo uso de mis sentidos, creo que me enredé ya, como dije, mi mente no me deja, no me deja saborear la tranquilidad del horizonte cuando se come al sol en esos atardeceres para recordar, soy así, y empiezo a preguntarme si el mar se está tragando al sol o cualquier otra estupidez que me lleve a escalar un sin fin de pensamientos que desembocan en una duda inmensa y difícil de exterminar.

En mi confusión eterna, recuerdo, como siempre, me viene a la mente un momento del existir, sin sentido en realidad, pero viene, unos carnavales, hace tiempo, un tiempo atrás, quizás es que extraño las bombas de agua y el sol de aquellos días, pero mi historia no es acerca del agua de carnaval. Unos amigos me obligaron a atender a la Feria del Sol, en Mérida, en los Andes Venezolanos, confieso que no quería ir, no me sentía bien, quizás algún dolor de esos sin remedio, quizás una gota de melancolía por hazañas pasadas, yo dormía y me raptaron, luché pero no logré liberarme, encaminado, estaba yo, hacia las corridas de toros, la bebedera de caña, la fiesta, el desastre, el caos, la locura estudiantil, la irresponsabilidad propiamente dicha, encarnada en ese sitio, en un sitio que nunca olvidaré.

Pasando Barinitas logré soltarme las amarras que me habían colocado mis amigos, casi causo un desastre cuando le tapé los ojos al que conducía, en venganza por haberme raptado, la camioneta rodó por el canal contrario, un jeep saltó al vacío, nosotros logramos salvarnos, detenidos en el hombrillo, todos sudaban, yo me reía, improperios en mi contra, vuelta a la normalidad, al camino otra vez, horas de viaje, cuentos pasados, historias jugadas, recuerdos, eso es todo, eso es lo que llevamos, un cúmulo, de esas cosas que nos persiguen, por suerte en mi morral, con ropa no escogida por mi, instrumento equilibrista, mi china, descansé, me integré a su mundo, por un rato, no pensé, viví por unas horas, unas horas nada más.

Llegamos a una de las corridas de toros, pobres animalejos, Plaza Monumental Román Eduardo Sandia, me senté obligado, con cara de niño regañado, todos bebían, desenfrenados, alocados, eufóricos, ensimismados en la pasión del momento, la jodita nacional, el juego de las relaciones humanas en su máxima expresión, todos buscan, pocos encuentran, yo miraba como siempre, los movimientos, los pecados, el desate de la normalidad, es un juego, que no existe, solo reflejos incapaces de sostenerse por si solos, desaparecen, en un valle oscuro. Aburrido me levanté y no antes sin quitarle un vaso de cerveza a uno de mis amigos para tirarlo al ruedo y casi lograr que el toro se jodiera al matador, caminé por los alrededores de la plaza, un gentío, enfilé hacia el Alberto Carnevalli, aeropuerto de la ciudad, ya me iba, no aguantaba, y volteé.

A veces el hambre nos mete en problemas, decidí pasar por el mercado principal de Mérida, antes de irme, unas arepas andinas, para saciar los deseos de mi estómago, me senté en una mesa, solo, tal cual como vine al planeta, el lugar no estaba muy concurrido, quizás todo giraba en torno a la corrida de toros, a la Feria del Sol, al desastre sin autor, al frente de mi, en una mesa, tres hombres y una dama, ella parecía no estar muy cómoda, ellos con cara de gochos molestos. Traté de concentrarme en la comida, soy curioso, que vaina de verdad, siempre queriendo saber más, escuché, más bien intenté escuchar la conversación, no entendí, de pronto, los tres hombres se pararon, tomaron a la dama por el brazo y se la llevaron, a la fuerza digo yo, con una sutil fuerza, casi imperceptible, a la luz, esas cosas que se escapan de los ojos humanos, mordí la arepa una vez más y del tiro ya no regresaba a Caracas, tengo un deber, un contrato que no firmé, un convenio sin cláusulas, simplemente seguí mis instintos.

Se subieron a un carro, yo me subí a un taxi, Mauro era el nombre del taxista, lo recuerdo aún, seguimos con cautela al carro aquel, llegamos a La Hechicera, zona universitaria y residencial, ubicada hacia el extremo norte de la ciudad, donde se encuentran las principales facultades de la Universidad de Los Andes. Pedí a Mauro que me esperara, el accedió, caminé de prisa, atrás del cuarteto misterioso, más bien, del trío y su presa. Dentro de la universidad se dirigieron a la facultad de odontología, las paredes observaban, el recinto estaba desolado, en vacaciones, la dama recogió unos instrumentos, en una bolsa, de nuevo agarrada de los brazos la desplazaron hacia el carro, de allí, a pasear, directo al teleférico, para ascender a la Sierra Nevada de Mérida.

Mauro me llevó hasta el lugar, de nuevo accedió esperarme, con cara de turista me subí al funicular en donde iban los gochos y la dama. Ella me miraba, trataba de decirme algo, yo me hacía el loco para joder, la pobre estaba asustada, en manos de aquellos hombres, y yo al tanto de la situación me divertía haciéndole ver que no me interesaba. Se bajaron en la última estación, antes de poder continuar contando sus pasos tuve que tomarme una Coca-Cola en el cafetín, me miraban como loco, todos tomaban café o chocolate caliente, hacía frío, a cinco mil metros sobre el nivel del mar hace frío. Salieron por una puerta algo escondida, se montaron en un vehículo todo terreno y salieron despedidos. Yo tuve que convencer a un andino que me prestara una mula, el animal inquieto corría al borde del precipicio, en mi vida había montado mula, me cagaba del frío la verdad, pero mi mulita respondió y logré seguirlos hasta un pueblillo internado en el medio de la montaña.

Escondido en una casa vi como la extraña dama arreglaba los dientes de unos pequeñines, alrededor de diez niñitos esperaban su turno, los gochos, ansiosos apuraban a la mujer, finalmente entendí de que se trataba todo, uno de los maleantes le dijo al otro que los compradores estaban ansiosos, los pequeños serían vendidos a una red de colombianos en Cúcuta que vendían las dentaduras de los pequeños, cosa extraña por demás, pero que había tomado auge gracias a un dentista colombiano quien implantaba estos dientes en adultos que habían perdido los suyos, haciendo que el proceso de formación dental volviera a tomar su curso natural, operación ilegal, y por demás macabra desde cualquier punto de vista pues los infantes habían sido raptados de sus hogares.

Con mi mula estacionada afuera y con un frío del carajo veía con asombro hasta donde puede llegar la maldad humana, en una de las casas del pueblo, pedí prestada una ruana y un sombrerito, con pinta de andino me metí en la casa donde se llevaba a cabo la operación con los niñitos. En un principio los gochos fuertemente armados pensaron en dispararme, yo me arrodillé gritando "no me maten, estoy perdido", les expliqué que era turista y que había llegado al lugar por equivocación, los desconfiados hombres me gritaron que me fuera y me perdiera. Esperé fuera de la casa, y al salir los gochos pellizqué a la mula quien salió despavorida llevándoselos por delante, creé como acostumbro, el caos, el método más fácil para salir de enredos, la pobre dama sorprendida y que además llevaba a los niñitos agarrados de la mano no sabía que hacer, mi china disparó al instante, sobre la humanidad de los gochos, al menos para darme tiempo de escapar, subimos a la camioneta, ella, los niños, y yo, aceleré alcanzando el teleférico rapidamente, yo sabía que los gochos vendrían por mi.

Edni, Edni Folurim, asi se presentó la dama, quien también me dijo que era de allí y de todos lados, su nombre extraño, su apellido también, su sonrisa inigualable. Los niñitos gritaban de algarabía pues se sentían a salvo finalmente, ellos no sabían lo que estaba por venir. En el teleférico nos subimos a un funicular todos juntos, Edni no paraba de agradecerme por haberles rescatado, ella había sido llevada a la fuerza a arreglar los dientes de los pequeños, yo callado pensaba, un ruido seco, escuché, una bala atravesó el vidrio del funicular, en el carrito que nos seguía, venían los gochos, disparando, todos al suelo, las balas pasaban, finalmente abajo y con pocos segundos de ventaja corrimos hacia el carro de Mauro, que pacientemente, esperaba, el gocho al ver la manada se limitó a decirme "compadre yo no sabía que usted tenía tanto muchacho", volteó y le dijo a Edni "y usted que bien se conserva pa' esa prole que lleva", ella sin entender se limitó a sonreír, yo sin pensar quité a Mauro del volante, ahora iba yo manejando un viejo taxi, con diez niños agolpados, una dama que no conocía a mi lado y un taxista enfurecido por mi acto vandálico.

Embalado y con un peso tremendo en el carro terminé estrellándome contra la iglesia del Llano dentro del casco central de la ciudad, los niñitos pensaban que se trataba de un show o algo así pues aplaudían y gritaban con algarabía, Mauro trataba de golpearme hasta que tuve que meterle un chinazo para repelerlo. En la Plaza Homónima me encontraba parado, rodeado de andinitos que pensaban que yo era una especie de guía salvador además de payaso vitalicio, y de una mujer que me miraba sin entender realmente el por qué de mi actuar. Me dirigí a la estación de policías en donde entregué sanos y salvos a los infantes para que fueran devueltos a sus padres. De allí de nuevo a la plaza de toros, esta vez entré con Edni, ante la mirada de mis amigos que no entendían como carajo en cuestión de horas yo había desaparecido y vuelto a resurgir con tan bella dama al lado mío.

La gente disfrutaba del espectáculo, de pronto aparecieron en el medio de la plaza los gochos armados, la corrida estaba por empezar y el toro entró al ruedo, uno de los gochos disparó hiriendo al animal en el acto, Dominguín, el torero, molesto trató de decirle algo y recibió también un impacto de bala en una pierna, nuevamente el caos reinó en la plaza de toros, Edni, trató de agarrar mi mano, pero ya me había ido. Subido en uno de los caballos para picar los toros, con lanza en mano, me lancé a la captura de los gochos, al primero lo ensarté por el pantalón lanzándolo de golpe contra el burladero, el segundo fue una tarea fácil pues al tratar de atacarme por la retaguardia fue pateado por el caballo, el tercer gocho disparaba con furia en mi contra, por suerte su puntería no le hubiera valido una medalla olímpica, me bajé del caballo, y apertrechado en la baranda saqué mi china, un certero pepazo en el ojo acabó con las pretensiones del gocho, ya para este momento, la gente asistente se había lanzado al ruedo y linchaban sin piedad a los maleantes, aprovechando el momento corrí hasta afuera de la plaza, en una de las puerta estaba Edni, quien al verme, sonrío, y trató de acercarse, yo solté un beso al aire y lo soplé, ella se detuvo paralizada, yo me di media vuelta y seguí mi camino, yo me quería ir de Mérida, me habían llevado obligado, en el avión de regreso a Caracas, descansaba, pensaba en aquella sonrisa sin igual, entonces ya no descansaba, recordaba, es que siempre asociaré el carnaval con aquel día, carnaval sin agua, miro a un lado y mi hermanito me mete una bomba de agua en la cabeza, y nuevamente me acuerdo, un recuerdo para siempre…