Tuesday, July 12, 2011

Pa' loco estoy yo...

“Es tu cara, eso es, es esa cara que pones”, así gritaba en tono enfurecido aquella mujer que se encontraba sentada en la mesa justamente al lado de donde yo trataba de tomarme una Coca Cola muy fría. Los humanos somos curiosos por naturaleza, unos más que otros, el que no siente curiosidad pues muerto en vida está. Por más que traté de evitar concentrarme en la conversación, bueno quiero decir, en la gritería que aquella dama le tenía montada a aquel caballero, con cada palabra que pasaba más atención ponía, eran días de aquellos, de esos cuando era superhéroe y el mundo estaba para salvarlo.

“Esa carita, ves?, no te das cuenta, pero vale, quien se aguanta esa carita”, “pero Elvira” respondía el caballero “cual cara?, de que hablas?, esta es la única cara que tengo”, “no, no, no te me hagas el loco Juan Manuel, tu sabes de que cara hablo, esa que pones, la cara, la cara pues”. A cada momento me acercaba más a la otra mesa, con movimientos sutiles y precisos, arrimaba mi silla con la sola intención de darle claridad en mis tímpanos a toda aquella alegoría a la necesidad humana de armar peos por doquier. “Ves? ves?, repetía Elvira, “es que hay que ver vale, tu y tu cara, chico, increíble, es la carita de siempre”.

“Me cansé, me cansé de tu cara, es que no ves que me pone de mal humor?, no te das cuenta chico” gritaba la dama mientras hacía aspavientos con sus manos muy bien arregladas y cuidadas. “Esto no lo aguanta nadie, esa cara, quien ha visto?, en donde se ha visto?, pero bueno, esa carita, esa misma, ves? ya la hiciste otra vez”. “Pero Elvira vale” decía el hombre, “que cara?, ya te he dicho mil veces, es la única que tengo, no existe otra”, a todas estas el agobiado caballero se tocaba sus facciones con desespero tratando de buscar algún cambio en ellas que motivara a la dama a insistir en su cara con tanto alboroto.

“Baja la voz Elvira”, repetía Juan Manuel, “por favor chica, estas armando un espectáculo, no te da pena?”, “a mi no me da pena nada chico, nada, a mi no me da pena” gritaba la agresiva mujer aún con más desesperación que antes, “además ya ves, ya hiciste la cara otra vez, es que esa carita vale, hasta cuando, imposible, esa carita de verdad me enerva Juan Manuel, quítala vale, quítala de inmediato”. “Escúchame Elvira, es que no se de que cara hablas” decía el hombre mientras hacía muecas tratando de encontrar la cara precisa para satisfacer a su mujer, o por el contrario enfurecerla más.

“Toma chico, no quiero esa pulsera, no la quiero, mientras tengas esa cara no quiero tus regalos” gritó con un alarido digno de película de terror la damicela, el hombre quien ahora se agachaba a recoger la pulsera que había caído al piso estableció contacto visual con mi persona, hizo otra mueca como tratando de excusarse por la conducta salvaje de la mujer y volvió a retomar la conversación. Yo traté de no mirarle, hacerme el loco, bueno cosa que no es difícil para mi, pues loco soy, pero aquellos ojos de aquel hombre decían todo y nada a la vez, sin darme cuenta ya prácticamente estaba sentado con aquella pareja, con aquellos humanos que jugaban su juego, el de herirse sin sentido.

“No me des ni un regalo más” decía Elvira, “ni uno más, porque te devuelvo esa vaina, o cambias la cara, o te metes tus regalos por el bolsillo”, “pero Elvira, tranquilízate por favor” argumentaba el caballero, “cálmate, por favor, te va a dar un infarto, una cosa, un no se que, algo chica”. “Yo no me calmo un carajo” decía Elvira mientras sacaba unas camisas de una bolsa y se las tiraba en el piso al hombre, “yo no quiero tus regalos, o cambias la cara, o no quiero regalos, regalos, cara, cara, regalos, ves?, me entiendes?”. “Pero Elvira, recoge esas camisas, no te da pena con el señor?”, el señor no era otro que mi persona, quien ya por asomado había pasado a ser parte de aquel dúo infernal, aquel monumento a la discusión, aquella obra de teatro que nunca iría a ver.

“El señor está en lo suyo, no lo metas en esto, además, fíjate el no tiene esa cara que tienes tu” gritó la desesperada dama, “Elvira, baja la voz, baja el tono”, “disculpe señor” me dijo Juan Manuel, “discúlpela a ella, está pasando por un mal momento, usted sabe”. “Mal momento?, mal momento vas a pasar tu Juan Manuel, mal momento vas a pasar cuando te deje por no quitar esa cara, si, ves?, esa misma, la misma carita”. “Elvira, basta, calma, cordura por favor, el señor nos está mirando”, “mire señor” me gritó la mujer, “usted le pone esa cara, veála bien, esa que tiene este tipo, usted le pone esa cara a su mujer?, dígame, usted se la pone?”

Petrificado pues ahora si estaba metido de lleno en aquel desastre natural miré hacia arriba, la dama insistía en que mirara al hombre para verle su cara, yo seguía tomando mi refresco y el hombre trataba de captar la atención de Elvira para quitármela de encima. “Dígame pues” gritaba enfurecida la dama, “usted cree que hay derecho a que tenga esa cara?, y me la pone a cada rato, que le parece?”, “Elvira, por favor, el señor no tiene nada que ver en este asunto, por favor, cálmate” decía Juan Manuel. El hombre me veía y hacía todo tipo de muecas tratando de disculpar a la enfurecida mujer quien estaba poseída en su cruzada contra la cara de Juan Manuel.

“A te vas a poner del lado del macho no?,” me gritó la mujer, “claro, seguro que tu también le pones esas caritas a tu mujer, por supuesto, es que todos lo hacen, la carita, la carita, esa misma, ves?, ya la pusiste”, en ese momento ya no solo el hombre tenía la cara, sino yo también, por supuesto todo de acuerdo a Elvira. “Míralo a él” decía Elvira refiriéndose a mi, “ya puso la carita también, es que todos son iguales, hacen lo mismo, igualitos, cortados con la misma tijera, la carita, si, si, esa misma”. A todas estas yo no sabía de que cara me hablaban, la única que tengo es la que ofrecía, así soy, contra la genética no puedo luchar.

Juan Manuel se disculpaba constantemente con mi persona mientras la enfurecida dama ya había volcado su ataque no solo contra el hombre sino contra mi con igual intensidad. A todas estas yo permanecía callado pues cuando no entiendo de que habla la gente prefiero no proferir una palabra so pena de quedar como un idiota sin destino. “Juan Manuel, haz algo, quita esa cara, no ves que el tipo este me puso la carita, no lo ves?,” chillaba Elvira, en ese momento ya la cara de Juan Manuel no importaba para Elvira sino la mía era la que la molestaba, el hombre todo apenado trataba de calmar a su mujer, yo reconozco que me sentía con ganas de reírme, y la dama con el pasar de los segundos subía el tono de su voz.

“Cual cara?”, le dije, “de que cara está hablando usted?, cual es la cara que puse?”, me decidí a decirle con ánimos de poner fin a aquel nefasto incidente en el cual estaba metido. “Ay si, ahora te me vas a poner así” dijo la dama, “viste Juan Manuel?, el tipo me pone la cara y además se hace el loco”, “mire señora” dije, “yo no se de que habla usted, esta es mi única cara”, “no, no, no me vengas con ese cuento” gritó Elvira, “que sabes que me pusiste la carita, la carita esa, la típica, la clásica”. Juan Manuel seguía disculpándose por el ataque de la dama y yo simplemente disfrutaba ver todo aquel show, de gratis y además que me ayudaba a convencerme de muchas cosas que años atrás había entendido.

Saqué una máscara de payaso que me había comprado, me la puse en la cara, “y ahora?” le dije a la mujer, “todavía tengo la carita esa?, dígame pues”, la dama sorprendida por mi proceder miró a Juan Manuel y le dijo “ves, ves, si tu tuvieras una máscara no tendríamos problemas”. Me quité la máscara y se la di al hombre, quien de inmediato se la puso, la dama quien había cambiado el semblante le dio un apasionado beso al caballero, por encima de la máscara por supuesto, “te amo mi amor” sentenció. Se volteó y me dijo “gracias por la máscara guapo, ves que ahora ya no tiene la cara, y de paso mijo, quita esa carita tu, que ya la pusiste otra vez."

Me levanté de la silla, deambulé por aquel centro comercial, entré a la tienda de disfraces y me compré otra máscara, solo que esta vez no era de payaso sino de la famosa cara de la que hablaba la mujer…