Friday, January 25, 2008

Balanza

Soy un guerrero de la divinidad, quebrado, pero guerrero al fin se puede decir. Yo esperé paciente la respuesta, nunca llegó, quizás es que formulé la pregunta de manera errada, es posible que no existan respuestas para mi. Aquí hay solo una oportunidad, la tomas o la dejas, mejor debería decir la aguantas o te escondes, las oportunidades no se tratan solo de esperanzas, simplemente allí están, en una lista y te llegan, se te vienen encima para llevarte con la corriente, para que pases a engrosar el volumen de aquel mar de lágrimas.

“Policarpio, Policarpio” gritaba mi madre tratando de despertarme de aquel sueño, dormir es una cosa, soñar es otra. Recuerdo que logré ponerme en pie, la luz de la mañana brillaba en las paredes, simplemente para recordarte que quieras o no las horas pasan. “Mira Policarpio”, decía mi madre, “me quieres acompañar al mercado, tienes como tres semanas que no sales de aquí.” Paciente esperaba una respuesta, yo hice una seña que no se entendía, sin pensarlo mucho me incorporé y asentí con la cabeza, después de todo no es culpa de mi madre que el planeta sea cagalitroso.

La soledad te lleva a hacer cosas que nunca hubieras soñado, pero igualmente te define. El ruidoso mercado apenas comenzaba a tragarnos, la cotidianeidad que aburre se abría paso entre la gente que albergaba aquel recinto. Mi madre hacía comentarios sobre las maravillas que se podían encontrar en aquel conjunto de toldos con vendedores desesperados, era Diciembre eso creo recordar, era simplemente el final de un año mas. Morir en vida o vivir sin alma es lo mismo, solo que si mueres no te ven y sin alma te proteges.

En el bullicioso mercado la gente iba y venía, parecían encomendados a una misión, sus miradas se perdían entre el sonido de la esperanza y la realidad. Me llamó la atención ver a un grupo muy distintivo, llevaban unas cajas gigantes, las cuales iban llenando de una variedad de productos de alta calidad, mientras mi madre compraba lo necesario para el almuerzo mi mente se interesaba por la peculiar manera de comprar de aquellos personajes quienes sin pensarlo gastaban cantidades exorbitantes en cada puesto que caía rendido a sus pasos. Sin nada que hacer y aburrido de la cadencia existencial que gobierna mi razón seguí con detenimiento aquel extraño acontecimiento.

Parada al frente de un kioskito de quesos trataba de luchar contra la avalancha del grupo que compraba todo lo habido y por haber. “Señor, por favor” le gritaba al portugués vendedor de quesos que en ese preciso instante solo tenía ojos para los emperifollados compradores que llenaban cajas de productos variados. “Señor, ay por favor señor, señor usted no me va a atender” dijo la pobre dama que con sus ojos amarillentos y ya furiosos trataba de no perder la compostura. El portugués hacía caso omiso a los pedidos de lamento de la dama que solo quería un kilo de queso blanco para mantener su eterna dieta cual buen habitante del Valle aquel donde conté mi historia.

“Mira portugués del coño” le dije, “tu no ves que ella también tiene derecho a comprar queso”, el infernal vendedor de quesos volteó su mirada y me dijo “eu estoy vendiendu eu mucho queso, no me jodais”. Quitándole el dinero de la mano a la dama lo puse en el mostrador y metiendo la mano en la nevera de refrigeración agarré el pedazo de queso y lo metí en una bolsa. El portugués seguía insultándome y la dama aún sin poder creer mi acto de valentía y locura no sabía si reírse o llorar. “Tu tienes las manos limpias” me preguntó, yo no pude evitar soltar una carcajada y decirle que mi mamá no me dejaba salir con las manos sucias a la calle, ella tomó el queso y me dijo “gracias, galán de mercado.” Yo me quedé ahí parado pues en realidad creo que yo había sido de todo en mi vida pero nunca un “galán de mercado.”

Ella se volteó y se perdió entre la muchedumbre, así como se pierde el todo y la nada en el acontecer diario del existir. Como un rayo recordé que esa noche era la celebración de la onomástica de Arturo Yandiola, el gran magnate de fortuna desconocida y reputación dudosa que brindaría una gran fiesta para darle a conocer al mundo que en este país hay que tirar la casa por la ventana para obtener el reconocimiento de las multitudes. También recordé que mis amistades me obligarían a salir de mi casa aquella noche pues todos eran parte de aquella celebración, mucha gente había esperado ese día, yo en realidad no esperaba desde hace tiempo, muchas veces no sabemos cuando llega el momento.

Las piezas ahora cuadraban, mi madre que seguía peleando para tratar de comprar los alimentos del almuerzo no entendía de que se trataba aquel revuelo en el mercado, simplemente los secuaces de Yandiola compraban el obsequio para la fiesta nocturna. Se lo hice saber a mi madre quien inmediatamente desistió de comprar cualquier cosa, y con sus hombros caídos se limitó a decirme que compraríamos algo en el camino, en ese camino que seguimos sin tomar en cuenta que las horas no vuelven y los recuerdos se aferran.

Mi mente estaba inquieta y finalmente y a sabiendas que me vería obligado a asistir a aquella celebración puse un plan en práctica. Corriendo a toda prisa llegué a la ventanilla del estacionamiento, el hombre que cobraba me miró con recelo al explicarle que tenía que permitirme ser el “tickero” por unos minutos, después de llorar y convencerle que uno de mis sueños infantiles mas preciados era marcar el ticket en aquella maquinita y cobrarle a la gente por el uso del estacionamiento. Le ofrecí comprarle una botella de ron, en aquel lugar donde crecí todo se resuelve con ron y un soborno, hay lugares de lugares pero aquel es único.

Allí estaba, mirándome sin poder creer que ahora de galán de mercado había pasado a cobrador de tickets de estacionamiento, bajo la ventanilla y soltó una leve sonrisa, me entregó el ticket en el cual rápidamente escribí una nota, le devolví el cambio con el ticket, así como quien devuelve una esperanza. Ella no pudo evitar mirar el ticket, y me dijo “tu si eres bien chimbo y atrevido, darme tu teléfono, y tu crees que te voy a llamar?, no me hagas reír balurdete, y además invitarme para una fiesta esta noche, además ya yo tengo con quien ir a esa fiesta y no eres exactamente tu” y aceleró con potencia su pequeño carrito plateado.

Al ver que mi madre se acercaba en el carro salí disparado de la caseta de tickets y le toqué la puerta del carro. Ella mirándome me dijo “me pareció ver a alguien parecido a ti de cobrador de tickets, debe ser que me estoy volviendo loca.”, sin pensarlo le dije “pues si loca debes estar madre pues yo simplemente andaba distraído en el mercado y te me perdiste”. Ella quien conocía mis andanzas se limitó a callar, yo hice lo mismo y dejé que los minutos pasaran para simplemente olvidar, el silencio y el olvido siempre me han apasionado, el silencio por ser único el olvido por ser salvador. En mi casa y sentado en el borde mi cama pensaba, cuando sonó el teléfono, pero no podemos pedirles peras al olmo, no era ella, pero si era un amigo para recordarme que pasarían por mi, que inevitablemente aquella noche era parte de mi.

Mirando por la ventana de mi cuarto mi mente volaba sin destino conocido, “El existir está lleno de situaciones repetidas, es solo que las repeticiones también llevan la marca de la imperfección y eso las hace distintas. Así pues nos manejamos entre situaciones repetidas que siempre llevan un toque de aquello que desconocemos…”, en realidad no podía olvidar aquella cara que me había hecho sentirme vivo, aún no la olvido, la puedo ver en todas las paredes blancas, en las cuatro guardias que acompañan mi andar, siempre presente, sin poder borrarla.

Vestido de payaso, perdón de traje quise decir, entré al salón de aquel majestuoso club de la capital, los adornos importados y la batalla de los perfumes y colonias se hacían sentir, aquella era un noche distintiva, mas de lo mismo pero con la huella de lo ostentoso, Yadiola, se había asegurado que su fiesta de cumpleaños fuera recordada en los anales de la historia, que nadie nunca pudiera decir que Yadiola no pertenecía, que todos estuvieran claros que de pisar en pisar se logra alcanzar un status de envidiar, o eso es lo que en el planeta muchos pretenden lograr.

Sentado en una escalera, como suelo hacer cuando mi aburrimiento alcanza límites nunca antes visto conversaba con mi amigo imaginario, ese que siempre me acompañó desde tiempos inmemoriales y que nunca me abandona. Su preocupación era que no veía una piñata, ni regalos de salida, ni niños que jugaban alrededor de una silla, tampoco había payasos ni su música preferida de Xuxa, molesto me decía que nos fuéramos de allí, que no pertenecíamos a aquello, que en realidad y en sus palabras es mejor tener un solo juguete para jugar que un montón de personas jugando a ser juguetes.

Desestimé los intentos de mis vísceras de sacarme de aquel lugar, caminé por espacios colmados, reducidos, llenos de risas y volatilidad, cargados de mentiras y falsedades, me desplacé junto a lo malo y a lo bueno, si es que aquello existe, miré con detalle, buscando, en mi afán de encontrar algo que desde hace tiempo atrás sabía que no llegaría, que no era parte de mi suerte o que simplemente era la suerte mía que actuaba a su placer. De espaldas en el bar donde tomaba agua de coco, escuché como una voz femenina relataba una historia increíble en sus palabras, un atrevido había metido la mano en el mercado y le había dado un pedazo de queso, que de paso no se había comido pues le parecía asqueroso que esas manos cochinas hubieran tocado su comida. Proseguía la dama que aquel atrevido se había disfrazado de “ticketero” para invitarla a esta misma fiesta donde ella estaba ahora y para completar su historia señalaba al hombre que la acompañaba el cual respondía con una sonrisa mientras su amiga le decía “hay que bello ese tipo.”, a lo que ella respondía “si, tu te imaginas, cambiar a eso por ese mono del mercado.”

“Disculpe señorita” dije, la cara de sorpresa de aquella dama nunca podré olvidar, aunque debo reconocer que no es la sorpresa lo que no olvido, es su cara simplemente. “Hola, que haces tu aquí”, preguntó con un tono que no tenía ninguna definición, yo le dije “bueno chica, tu sabes, yo soy galán de mercado y ticketero de día y de noche me transformo en personaje de la sociedad”, ella todavía sin poder creer lo que veía le preguntó al barman que si me conocía o si yo trabajaba con él, el barman muy amable le dijo que no, pero que sin a lugar a dudas yo era todo un conocedor del baseball, eso por aquello de mi mala manía de hablar con porteros y barmans en las fiestas por encontrarlos mas agradables y sinceros que aquellos caracteres que pululan en esos lugares.

“Bailamos” pregunté y sin dejar que pudiera pensar la tomé de la mano para llevarla a la pista de baile en donde mi amigo imaginario se divertía bailando al son de aquel merengue viejo mientras me reclamaba que no se sabía la letra del mismo por culpa mía. “Y tu novio?, le pregunté, ella quien no sabía en realidad si la había pisado un camión o había sido secuestrada por extraterrestres se limitó a mirarme sin proferir palabra alguna, hoy día supongo que muchas preguntas pasaron por su mente aquella noche, y yo solo espero que el silencio me permita escuchar dentro de su razón y que el olvido no se lleve mi osada decisión.

Alrededor de aquella mesa, Arturo Yandiola miraba con deseo las velas que anunciaban la llegada de un nuevo año, el coro de aquella canción muy conocida estremecía cualquier rincón del lugar. Al momento del último “cumpleaños feliz” la torta explotó, reconozco que me reí en un principio, pues pensé que se trataba de una broma pesada, al ver los cuerpos regados de los jalamecate que se habían posado alrededor del bandido Yandiola, al igual que el de su persona, comprendí que un atentado acaba de ocurrir en aquella noche capitalina, para mis adentros comprendí finalmente que tarde o temprano la vida equipara, a su manera, a su macabro estilo, y deja todo en el estado como comenzó.

La gritería en el lugar era ensordecedora, la gente corría de un lado a otro mientras los centros de mesa también explotaban, me quedé parado mirando todo aquello, esperando que llegara mi momento, el terror reinaba en aquel lujurioso establecimiento, esta vez peleaba contra un enemigo invisible, como aquel que siempre he perseguido, y que sin lugar a dudas te hace o te acaba…