Thursday, October 23, 2008

Así es mejor...

Estaba acostado en su cama, la misma de siempre, la única que conocía. Al moverse para buscar una posición más cómoda para caer en ese estado de surrealismo característico de los sueños pudo ver como se acercaban y se detenían frente a él. Exigían respuestas, su decisión de hacerles ver el mundo a través de su historia les había cambiado su existencia, ahora venían a demandar una explicación, una razón para poder seguir o simplemente dejar de existir.

Miraba con flojera el teclado, eran aquellos días de la historia donde simplemente no hay motivos alcanzables. Sus ojos vidriosos se posaban sobre cada objeto que conocía desde siempre, sus manos trataban de ordenar aquello que su perdida mente expulsaba hacia el infinito, recuerdos de un pasado no muy lejano le embargaban aquella madrugada, sin pasar del pasado al futuro, simplemente estables en su macabro encanto, en aquel momento que llamamos presente.

Buscaba la forma de salir de aquellos minutos descontrolados, tomaba un sorbo de agua, tarareaba una canción, se repetía a si mismo una especie de tantra salvador que milagrosamente acabaría con aquel álgido punto de su andar. Recordó que todo se encontraba unido por un mismo hilo, que sin querer o queriendo venimos a realizar un hecho predeterminado que mostrará consecuencias inevitables en la cadencia significativa del curso indetenible.

Julio Mondragón era un caraqueño mas, mas de lo mismo se podría afirmar. Todas las mañanas tomaba su taza de café pues su padre hacía lo mismo, conversaba un rato acerca de la situación del país pues era el tema de moda y se iba a su trabajo en donde mecánicamente pasaba las horas soñando con cualquier situación que le inyectara especies a su vida. En su potente camioneta surcaba las calles de la ciudad, ajeno al bullicio afuera de los vidrios, concentrado en su quehacer, y en aquello que robaba su paz por el simple hecho de hacer.

Graciela Henríquez pululaba el planeta, en su carro último modelo se desplazaba a la universidad mientras entonaba algún himno comercial que salía de las potentes cornetas instaladas en su vehículo. Sin usar la mente o la imaginación se trazaba metas que podía leer en una revista, hacía lo que todos hacían, disfrutaba del legado de la fama incomprensible que surcaba el viento capitalino, vivía, ella tenía esa capacidad, podía vivir cuando el planeta sobrevivía, aquel día no era distinto, el calendario estaba planeado y aprobado.

María Laura Espina trabajaba en aquel hospital, lo hacía por hacerlo, nunca por necesidad, los caballos de salto eran su pasión, adquirida desde niña, se tiene o no se tiene. Quizás aquel lugar la acercaba a lo humano, o resaltaba su deseo de aparecer, es difícil creer sin crecer no es lo mismo vivir que sentir. Cuando el aburrimiento nos hace presa o pensamos tenerlo todo, degeneramos, sin querer, pero lo hacemos, se toman distintos caminos, pero es en uno solo donde encontramos.

Manuel Gasparri era un afamado médico capitalino, con todo a favor, con un andar viento en popa, con aquellos intangibles que le hacían envidiable, lleno de gozo y felicidad y con muchas historias que contar. Fiel a su creencia de llevarse por el medio a todo el planeta para lograr su cometido se reía lentamente admirando lo adquirido, se pierde y se gana en un instante pero el sabor de lo perdurable es como un monstruo detestable, aún sin rumbo fijo y entrado en sus años jugar con la vida y sus frutos es solo una parte del peldaño, si ten dan razones aprovechas si te alejas te alienan las moralejas.

Alegra Romarín de Gasparri se relajaba, no había necesidad de preocuparse cuando con levantar el teléfono se resuelve una vida entera. Eres o no eres, no existen medias tintas, se sufre o se disfruta, hay veces que es mejor saber sin darse cuenta que darse cuenta sin poder. Entre fundaciones y cócteles su peregrinar era suavizado, sin mirar mas allá de sus narices te entretienes entre tantos matices. Acicalada y entonada se lanzaba a la cruzada, hay un momento en el andar donde nada ni nadie detiene la asonada.

A 180 km/h se desplazaba en una calle con límite de 30 km/h, sin pensar en consecuencias y con el apoyo del mandato se sentía libre como el viento que sin preguntar roza nuestras vidas. Se agachó a buscar los lentes de sol que se habían caído mientras soñaba con aquella noche, donde finalmente se consumarían sus esfuerzos, donde mostraría a su alma su capacidad de sorprenderse, buscamos y no encontramos, nos llega sin haber pedido. Alzó la mirada ya con sus lentes puestos y sin tener tiempo a reaccionar vió aquella fugaz sombra detener su caminar, el sonido inconfundible de la hora del llegar.

Pensaba que aquel día sería bueno, pensar lo contrario no era parte de su libreto, hablaba libremente por su celular con una conocida de la cual algo podía sacar, buscaba darle sentido a su acostumbrada realidad. La revista en el asiento del copiloto mostraba muchas cosas que comprar, si tienes eres de lo contrario luchas. Hundida en ese triste caminar trataba de llenar con la fuerza del poder, tener es poder, querer es sufrir. De alguna manera pasaría aquel día, la noche caería para volver a tener esperanzas, unas horas aquí y otras allá, se va el momento se encuentra la paz. Nunca sintió que la embistió, mucho menos le vió.

Debajo de la bata de enfermera llevaba algo escondido, iluminada y tersa, esperando el momento adecuado para caer en tentación. La rutina se había distanciado, sus sueños quebrados con el pasar del minuto, esperaba tranquila, la espera de esas, desconocida y desquiciada. El mismo matiz resquebrajado inundaba su mente aquella mañana, la decisión estaba tomada, enfrentar sin mas pensar, es un paso, son dos pasos se convierte en un andar.

Con su parsimonia habitual revisaba unas historias de pacientes que poco le importaban, se reía al pensar que su vida dejarían al pasar por el ambiente, hay razones latentes y poca gente prudente. Planeaba alguna vacación lejana, desvirtuada de la realidad, carente de sentido, endemoniada y superficial. Era un día cualquiera, etéreo sin destino, sin mayor razón, sin lugar, de esos que hay que pasar para en nuestras mentes llegar. Subió la mirada y vió aquella sombra caminar, hay momentos con motivos que enfrentar.

Feliz por haberse liberado, al menos en su entender, cruzaba la ciudad de un extremo a otro, llevaba confianza desbordada y soluciones encontradas, eterna y sabida buscaba una lágrima de felicidad consabida. No se detenía en su pasar, los sueños vuelan con una rapidez difícil a lo ocular, revisaba con cuidado que decir y como actuar, decisiones ya tomadas del pasado ya se harán.

El fuerte golpe le penetró el alma, más no la vida, una especie de olor a quemado con metal reluciente consumaron sus fosas nasales. Hay momentos en los cuales no hay tiempo de nada, la nada se apodera, ese instante carente de sentido en donde preguntas el porqué de haber vivido. Recostado y con dolores nunca antes imaginados esperaba por algún signo de coherencia, esperaba entre aquí y más allá, ya tramando una historia, apesadumbrado por la suerte de la gloria.

Inconsciente, en ese estado de decencia y pulcritud que humanamente se desvía, se debatía entre lo vivo y lo obscuro, recordaba alguna infancia del pasado bien lejano, un lugar maravilloso o una simple reacción de la química porcentual al momento de escapar. Sin tiempo ni espacio que ganar rodeaba el desastre de metal, inerte y sin pulso veía su existencia pasar, es el detalle que no se nos puede olvidar.

Decidida y enfrentada se abalanzó sobre el galeno, no mas mentiras, no mas temores, era fácil entender su reacción por el pasar, culminando las acciones revirtiendo la normalidad. La batalla inició como de esperarse, una defensa y un ataque, un abrir de ojos y la sangre palpitante, el calor de lo esperado, ya descubierto el sentido es solo cuestión de albergar el abismo, decides si te quedas o al irte desvaneces.

Finalmente has llegado, sintió en sus entrañas gozar, con sonrisa esbozada y moralidad poco avanzada repitió en su haber las cadencias del placer. Conquistando lo mundano y repartiendo esperanzas se vive y se anda en un instante, la clausura de la mente consecuencias indecentes, confinado por condena liberado por la pena.

El número final hizo al paramédico marcar, ella atendió esperando su gloriosa voz escuchar, le avisaron como a todos que un día cualquiera se cambia el final en un abrir de ojos. Desesperada llamaba al galeno, tenía que salvar al pecado, no importa descubrir si se tiene que seguir, mejor dolor ahora que un futuro en las sombras, las dudas son parte del existir y la certeza camina con mentiras adornadas en busca de una presa.

En la mesa de operaciones el galeno luchaba fieramente por salvar no una pero dos, aún aturdido por el caso de liberación. Intentaba, trataba, buscaba, sin lograr avisar una satisfacción inmediata a aquel desastre encontrado. Uno más o uno menos era poca la preocupación, la culpa no tiene dolientes y siempre busca contingentes, aquel paraíso lejano rodeaba su mente sin poder concentrarse, entregó sus credenciales y se limitó a ser parte.

Afuera y con sorpresa se encontraban el galeno, la enfermera y la esposa, confusión es otra cosa, la verdad es infinita. Todos entendiendo se miraron y afirmaron con la vista lo sucedido en un momento, se pasa el tiempo sin nada, se van las horas sudadas, buscas en lo mas hondo por un pedacito de razón y no te queda otro remedio que entender el perdón.

Allí parados exigían razones, en un sueño su existir había cambiado, como una mente tan macabra osaba voltearles lo normal, devolverles lo robado o pagar por adelantado. Allí parados, parados solitarios, en la tranquilidad de la noche, descubiertos y al vacío, sin saber si ordenar o por el contrario desaparecer para olvidar. Mirándolos uno a uno simplemente cerró los ojos y se volvió a dormir…