Tuesday, December 20, 2005

Sombras

Sombras, eso es lo que recuerdo, un puñado de sombras amenazadoras en todos lados. Mi cuerpo ceñido a la cobija, el sudor corriendo por mi cuello, las manos apretadas buscando extenderse, el ruido del viento rozando mis oídos, el reflejo del día clavado en mi mente. Miedo eso es lo que recuerdo, una dosis de miedo extenuante. Mis ojos surcando el oscuro cuadrado, la ventana a mi lado que en vez de protegerme, solía mirarme. Ruidos diversos, la respiración de mi hermano, en su sueño profundo, la mesa de noche, la puerta cerrada, la figura de un árbol, amable de día, dantesco en la noche.

Tenía sed, de eso puedo estar seguro, el camino inclemente de mi cuarto a la cocina era una odisea infranqueable para mi asustadizo ser. Mi boca reseca, mi garganta gritando, mi mente jugando con sueños de niño, abriendo un hueco, aun más adentro. Un vaso de agua hubiera solucionado todo aquello, como había podido olvidarlo, mi rutina casi obsesiva de llevarme el líquido preciado para calmar mi andar, mi andar en la noche, en ese momento desconocido, de tiempo parado, más bien detenido.

Conciliar el sueño era casi imposible, temores radiantes de ondas constantes. Mis padres ajenos a mi trampa mortífera descansaban placidamente, es más creo hasta escuchaba sus risas. De un lado a otro mi cuerpo intentaba, buscar posición para enfrentar a la nada, prender una luz, feliz solución, regaño seguro. Buscaba razones más fuertes que yo, para bajar de la cama y lanzarme al abismo, no se nace aprendido, quien iba a saber, la sed me agobiaba, y yo me aferraba con dureza a la cama, contar ovejitas, que risa me da, pareces una niñita parecía escuchar decir a mis padres, vencer lo no visto más fuerte te hará.

Tomé mi china, en aquel entonces no sabía yo quien era. La apreté con fuerza en mi mano bañada en sudor, de un brinco al suelo, la alfombra muy fría sintieron mis pies. Miré a todos lados buscando razón, la noche es noche y no pide perdón, al sentir su presencia mi alma tembló, sus ojos brillaban con gran resplandor, peludo y rechoncho, con cara de malo, me atacó sin piedad haciendo uso del arma letal, un momento de oscuridad. Sin mucho pensarlo disparé mi china, golpe certero a la frente, algunas plumillas volaron cansadas, el pecho al suelo, subí la mirada, el monstruo no estaba, sentí un consuelo.

De pie salí de mi cuarto, el pequeño estar guardaba un secreto, allí descansaba sutil y parada. La vi de reojo, cual guardia de plomo, aún apagada causaba estragos, prendió una pequeña luz pero no le di chance, disparé sin mediar palabras en un solo instante. Sentí el crujir de mi infalible garbanzo, sus huesos frágiles se partieron con el impacto. Acto seguido enfilé hacia el pasillo, largo corredor de buenos recuerdos, fotos pasadas adornaban sus paredes, mi vista centrada en el mismo destino, un paso, dos pasos, divisé un movimiento sin lugar a dudas la noche y sus cuentos.

Sigiloso caminé por la milla gloriosa, asustado pues aquel movimiento mi corazón paralizó. Saliendo del baño su sombra asechaba, mi china conmigo y siempre preparada. Mi sed era mucha, mi miedo mayor, el camino es largo y solo es peor. Sin mucho pensar disparé violentamente, un leve chillido sonó estridente, algunas palabras en un idioma extraño logré escuchar, sin lugar a dudas un monstruo menos al cual enfrentar. De nuevo al piso, pues nunca se sabe si un monstruo vengativo habita en tu casa, pasados los ruidos y despejado el camino seguí mi destino, y pensar pasar todo esto por un simple olvido.

A un lado miré y allí muy tranquilos esperaban por mi, cuatro círculos, ojos más bien, brillando en la noche, placidamente descansaban en el aire, flotando, levitando. El miedo hizo mella y pensé en regresar, pero en la mitad de la nada no podía gritar, cansado y sudando libré otra batalla en mi guerra nocturna. Chinazo al primero, chinazo al segundo, un ruido muy seco sonó un segundo, tercer garbanzo surcando el tiempo, y el cuarto caía a manos mías en un dos por tres. Mi mano metí en la bolsita plástica donde llevaba mis garbanzos, conté con cuidado mis municiones, todavía llevaba esperanza circular, el agua esperaba a mi dulce paladar.

Bajé la escalera difusa y confusa, mi casa es así, por supuesto que yo no la construí. Sorpresa mayor, un ruido macabro, el amo del tiempo tocó su sonido, un monstruo erguido de números redondos, flechas apuntando con sentido las horas. La mirada coloqué sobre mis pies, pensé que eso era todo y que perdería otra vez. Busqué en lo más profundo de mi ser, una razón para seguir, para combatir y no dejarme morir. Chinazo al reflejo, directo al centro, sonidos extraños, el monstruo está muerto.

Poco a poco me acercaba a mi precioso tesoro. Sin sombra no hay luz, pensé aquel día, unos pasos más y divisé la jarra con agua. Llené el vaso que había olvidado, bebí de inmediato, sin miedo aparente, lo volví a llenar para poder escapar, a mi cuarto, al calor de mi cobija, a sudar nuevamente y esperar por el día. El vaso en una mano, la china en la otra, en la mano de la china una botella de Coca Cola, es que no podía faltar, cerré mis ojos y corrí sin parar, no soy vampiro, ni tengo radar, no se como hice, quizás la memoria, quizás solo suerte, o el principio de muchas historias.

Mi andar fue preciso, apenas tocando el piso, soñé con hazañas, peleas libradas, en un minuto se entiende la nada, de noche y muy solo acepté mi misión, comprobé que la vida se vive un momento, un salto, un brinco, el tiempo paré. Al entrar a mi cuarto otro monstruo enfrenté, el vaso de agua cayó hacia el piso, sentado en mi cama estaba el condenado, felpudo animal, furioso y rabioso, no pude pensar, chinazo inmediato lo voló de mi cama, mi hermano un ojo abrió en su sueño, me vio de reojo, de nuevo a lo suyo.

Sentado en mi cama tomaba la Coca Cola, orgulloso de haber logrado la hazaña aunque el vaso de agua había terminado el piso. Había cruzado mi casa de lado a lado, como un hombre consagrado, los clásicos monstruos había vencido, hoy en día aún no los olvido. El sueño finalmente hizo de las suyas, me entregué en sus brazos, rendido y cansado, soñé con mi vida, soñé con el todo, soñé con la nada, sin lugar a dudas mi vida empezaba.

A la mañana siguiente desperté algo tarde, no había colegio, ni nada que hacer. Me estiré y agradecí que la luz del día se había apoderado nuevamente de mi existencia, salí de mi cuarto buscando razones, la cara de mis padres detuvo mi andar. Me hicieron una seña, “Policarpio, ven aquí” dijo, mi padre en tono fuerte, en la cama de ellos vi dos peluches, destrozados, llenos de plumas, sin vida y desechos, un Mickey Mouse, un Pato Donald, igualmente cuatro platos de la vajilla del matrimonio de mis padres hechos añicos, el reloj de la escalera se adornaba de resortes y sus agujas estaban dobladas, la aspiradora acusaba el dolor de un garbanzo duro, el plástico retorcido, el sucio en la alfombra. Reconozco que no pude contener la risa al ver a mi tío con un ojo morado, el era la sombra que salía del baño, muy mal encarado me miraba esperando que pidiera disculpas, yo por mi parte sudaba de nuevo.

“Bueno, pues este año, no hay regalos de cumpleaños” dijo mi madre, “el dinero que estaba destinado para eso se usará en reparar las cosas rotas”. Aquello me dolió en el fondo de mi alma, yo solo combatía en una noche de terror con monstruos de las sombras, pero como explicarle eso a tres adultos que no podían saber de mis miedos de niño. Mi hazaña se había vuelto una cagada en un segundo, perdí mis regalos, mis padres molestos, mi tío encabronado, quien lo hubiera pensado.

Cuando se tienen nueve años hay cosas que no se comprenden, simplemente hay que dejarlas seguir, después de todo batallar con monstruos inocuos y sombras de fantasía es parte de la niñez, al menos de la mía. Mi cumpleaños llegó, apagué las velas sin un solo regalo, mi padre me llamó cuando todos se habían ido, sacó de una caja un bello cachorro. Algunas palabras dijo, la verdad no recuerdo, los niños son niños y ciertas lecciones deben aprender. Mi padre entendió que aquel canino me acompañaría y me daría confianza para superar ciertos miedos, hoy miro atrás y entiendo su línea de pensamiento, confieso que en aquel momento no lo entendí, pero igual seguí.

De noche de nuevo y con sed palpitante, esta vez “Alerón” pequeño y brincón a mi lado recorrió el camino hacia la cocina. No iba por agua, simplemente a tocar la nevera para como prueba auto-impuesta, llegué a la misma, la abrí de par en par, no resistí la tentación, saqué una Coca Cola y comencé a tomar, le di un poco a “Alerón”, caminé hasta mi cuarto y de nuevo a soñar...