Thursday, December 02, 2010

Jugando a la locura

Caminando por una de las tantas calles de la ciudad donde crecí, si pues no nací allí, es solo que la sentía como mi ciudad pues ella me enseñó a ser lo que soy sostuve una de mis tantas discusiones con mi sombra. Si la jodida sombra que siempre quiere hacer lo que de la da la gana e intenta escaparse dejándome vacío e inerte, vuela hacia otro lado y entonces no llevo a mi lado a ese pedazo de mi que se encarga de equilibrar mi alocada existencia. Molesto le grite “coño sombra mía, hasta cuando vas a seguir jodiendo?, la muy malcriada me acusó que nuevamente había logrado que chocara contra un árbol y que no había tenido el cuidado suficiente de llevarla por algún lugar plano y sin obstáculos.

No se si les ha pasado pero no hay nada como pelear con una sombra, son particularmente hábiles y escapistas. Malhumorada se sentó y se negaba a seguir junto a mi, ya perdiendo la paciencia le ofrecí comprarle un raspado de kolita con leche condensada para que se quedara quieta. Accedió y seguimos caminando pero me descuidé nuevamente y se volvió a golpear, esta vez contra un poste de luz que no logré esquivar, mi sombra soltó el raspado retrecheramente y no me quedó más remedio que combatirla, después de una ardua lucha en donde corrimos por cerca de veinte avenidas, nos llevamos a varias viejas por el medio regando sus bolsas llenas de verduras e hilos de coser por el piso y casi morimos atropellados tres veces la capturé colocándole las esposas que llevaba en mi bolsillo. Justo cuando pensaba comenzar a caminar hacia mi casa de nuevo me atraparon. “Policarpio esta vez no te escapas”, gritó uno de los gorilas con batas blancas, “directo al manicomio, ya es demasiado lo tuyo” murmuró el otro gigantón. Por más que traté de explicarles que todo se debía a causa de una sombra malcriada, mi sombra malcriada, en particular, todo fue en vano.

Montado en una ambulancia que más bien parecía una perrera, me llevaban atrapado por una camisa de fuerza, mi sombra cagada de la risa me hacía morisquetas al verme indefenso ante aquellos enfermeros que cercenaban mi libertad por un tiempo indeterminado. Llegado al sanatorio me bajaron con rudeza y me dijeron algunas cosas que no puedo repetir so pena de ponerme a llorar y no poder proseguir con la historia. Una vez adentro y después de liberarme de la camisa de fuerza pero obligarme a tomar unas pastillas de algún sedante me sentaron al frente del director de la institución para enajenados mentales. “Pues bien Policarpio”, dijo el galeno, “finalmente te atrapamos, sin lugar a dudas eres todo un artista del escape, pero no, esta vez no, ahora estas en mis manos y pagarás por todas tus locuras”. “Pero coño”, le dije yo “en mi vida me he metido con nadie, esta vaina es el manicomio o la cárcel?, que es lo que tengo que pagar yo?, el tirano doctor no contestó, simplemente hizo una seña con las manos y dos gorilas distintos procedieron a levantarme de la silla y llevarme a mi habitación.

Una vez acostado en mi nueva cama, en mi nuevo cuarto, cuatro paredes de color verde poceta y un pequeño catre para dormir, mil pensamientos cruzaban mi mente que se negaba a rendirse ante los efectos del sedante. Ciertamente yo estaba loco, pero hay locos buenos y malos, yo jugaba en el equipo de los buenos, un loco superhéroe, forjador del bien y paladín de la verdad. Agotado por la pelea con mi sombra, aunado al largo viaje hasta el manicomio en Caraballeda me rendí cayendo en un sueño profundo, un sueño de esos donde sientes que flotas, en donde ves tu vida, tu vida pasar enfrente tuyo y no puedes hacer nada por detenerla, es solo un sueño me repetía, hasta que cansado del sueño me desperté sudoroso y con frío, en un cuarto vacío, solo, Policarpio y yo, yo y Policarpio, más nadie, unidos en una batalla contra la insanidad, enfrascados en otra de las aventuras que habría de vivir, en otra de las simples y angustiosas carreras contra el tiempo que debí librar en aquellos tiempos de mi existencia.

El duro golpe en el coco me levantó de la cama, uno de los gorilas me tomó por el brazo y me dijo “a bañarse”. Metido en la regadera en donde salía el agua más fría que nunca he sentido en mi piel, temblaba, el concierto de mis dientes chocando el uno con el otro hacía que varios de los pacientes se me acercaran y me miraran con ojos de loco, bueno con que otros ojos me podían mirar. Allí a las seis de la mañana me di cuenta de mi nueva realidad, el manicomio, rodeado de otros que como yo habían perdido la razón, pero es acaso que la había perdido yo en realidad?. Sonó un pito y los locos comenzaron a gritar, unos enfermeros y enfermeras entraron y nos tiraron unas toallas para secarnos, después a un cuartico, todos juntos, unas baticas y unas cholas, y sin derecho a pataleo a desayunar.

En el comedor de aquel lugar existía una especie de silencio sepulcral el cual era interrumpido por algún grito que otro que salía de algún alma golpeada por la vida y abollada por los malos tratos del personal que allí laboraba. Un plato de avena fría y un cambur pasado me llenaron el estómago. Mirando a todos lados y con el temor propio de lo desconocido me paré de la mesa para alejarme de aquel cuadro nada confortante. No tuve tiempo de terminar de pararme cuando fui golpeado por la espalda, mi cara se enterró en el plato sucio de avena, de mi boca brotó un hilo de sangre que me recordó que eso es lo que llevo en las venas, tratando de recuperarme logré escuchar a un enfermero gritarme “aquí los locos no se levantan de la mesa hasta que suene el pito”, traté de decir algo pero me recordé que siempre seré dueño de lo que callo y esclavo de lo que digo, en ese preciso instante decidí callar y limpiar mi cara con mi franela, si con mi franela blanca que siempre me acompañó en mis batallas gloriosas.

Parado frente al director del sanatorio me encontraba, más solo aún, el hombre estudiaba con dedicación mi expediente, lo puso a un lado y sonrío, “pues bien Policarpio, tu estadía va a ser larga, no podemos seguir permitiendo que aterrorices Caracas así por así”, “pero, señor, doctor que digo, yo no le he hecho nada a nadie, confieso que no entiendo de que se trata esto”, después de soltar una sonora carcajada me dijo “ah Policarpio, tu tienes tus delatores, tu crees que a todo el mundo le conviene saber que hay alguien que vigila y protege a los desamparados?. Me invitó a sentarme y luego de ofrecerme un caramelito de fresa de esos de consultorio médico procedió a hacerme unas preguntas. “A ver, por donde sale el sol?, yo ya ladillado de aquel infeliz y habiendo ya decidido que de alguna manera escaparía de allí le dije “bueno depende doctor, si usted se pone boca abajo y mira de reojo pues sale por el Sur, pero si lo mira con buenos ojos usualmente sale por el Oeste”. El médico se llevó las manos a la barbilla y me dijo “aja, y de que están hechas la arepas?, “bueno doc, mire yo creo que de arena y cal, tiene que ser, esa saborcito no puede provenir de otra cosa”, el galeno algo incómodo soltó una tercera pregunta, “de donde vienen los humanos?, después de soltar una carcajada respondí “pues de donde más que de Paris, la cigüeña los trae, nuestros padres se toman de las manos y nos piden no?. El médico hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y gritó “al cuarto de reclusión solitaria.”

Sentado solo en aquel cubículo oscuro con olor a viejo en cama con pañales cagados me acordaba de aquellos días en que había sido feliz, aquellas fechas en donde las cosas se veían simples y el cielo azul. Después todo había cambiado, comencé a crecer creo yo, me invitaron al mundo de los adultos y yo por curioso di el paso hacia lo desconocido, ciertamente extrañé aquellos días en que los obstáculos no eran más que juegos de niños en un parque de árboles. Solo, así me sentí, el silencio al lado mío, allí tranquilo y en aquel encierro de negro ni mi sombra estaba para discutir. Pan y agua, perdí la noción del tiempo, solo se que soñé, dormí lo que pude y pensé sin cesar. Finalmente se abrió la puerta y de allí al patio, los rayos del sol me cegaron, el ruido de los pacientes me ensordeció, cuando mis ojos volvieron a ver, lo divisé, agarrado a una reja, hablando consigo mismo, me le acerqué y le dije “y tu quien eres?, el hombre con voz desconfiada contestó “Tarzán, pero no se lo digas a nadie”, extendí mi mano, y Tarzán me dijo “tu eres Chita?, “no, no, déjate de vergas, yo soy Policarpio y tu me vas a ayudar a salir de aquí.”

Tarzán, que realmente se llamaba Roberto Alcázar, y que no estaba tan loco como le hacían creer se entusiasmo de inmediato con la idea de escapar del sanatorio. Le dejé claro que yo era el que iba a escapar, que el debía curarse primero para poder salir, por supuesto que ni me entendió ni me paró bolas pero de todas formas se lo repetí varias veces. “Oye Tarzán y tu conoces otras personas aquí?, al hombre se le iluminaron los ojos y salió corriendo, en dos minutos estaba rodeado de tres locos más, Hildemaro Plaza, quien juraba que había fantasmas persiguiéndolo desde niño y que además le mordían las nalgas en las noches, Ricardo Olavarría, abandonado por sus padres a los 5 años, más peligroso que alacrán con alas y con habilidades que variaban desde ladrón de bancos hasta trapecista de circo y por último Marisela Guzmán, linda dama de ojos claros, y quien estaba convencida que era la reencarnación de Cleopatra y que Caracas era Egipto solo que nadie lo sabía. Allí parado, con esos pilares de la cordura, pero de seguro con más corazón que aquellos atroces médicos y enfermeros armé el plan de ataque.

Esa noche recé al Arcángel Boludino, de quien cuenta la historia enloquecido por el sonido de las arpas de los ángeles les cortó todas las cuerdas siendo expulsado del cielo y penando de por vida en la eternidad como el loquito que osó romper las arpas celestiales. No había otra tenía que escapar de allí, loco es el que se pega con dos ladrillos en las chácaras, ese si está loco, de resto somos todos partícipes de la fauna que soltaron en este pedazo de mojón redondo en donde nos dejaron. Después de batallar con el insomnio caí en las redes de Morfeo, soñé nuevamente, y desperté listo para llevar a cabo mi plan. Luego del baño con agua fría y de cerciorarme que mis secuaces todavía se acordaban que íbamos a tomar por asalto el manicomio nos dirigimos al comedor, con cuidado y precisión nos llevamos unos cuchillos y tenedores y guardé un poco de avena en mi bolsillo, la fiesta estaba por comenzar.

Sentados en un círculo en una terapia grupal le hice la seña a mis compañeros, agarrando la avena que ya para el momento parecía cemento se la metí por la frente al doctor de turno, de inmediato Tarzán y Olavarría saltaron sobre los enfermeros que cuidaban la sesión y después de amenazarlos y dominarlos con los cuchillos les quitaron la ropa amarrándolos con sus propios pantalones, a todas estas yo brinqué encima del médico y le soné una patada en el mentón para cerciorarme que caería rendido, Hildemaro cuidaba la puerta mientras Cleopatra ordenaba a los locos tal cual ejército para proceder con la toma del sanatorio.

Sigilosamente me dirigí hacia la oficina del director no sin antes pasar por un puesto de enfermeras en donde capturamos a las viejas que nos dopaban a diario. Allí Hildemaro se quedó viendo feo a una enfermera que siempre lo veía feo según él, la vieja que asustada le decía “no me mires con esos ojos de loco por favor” lloraba desconsolada mientras Hildemaro peleaba con alguno de sus fantasmas sin quitar los ojos de encima de la mujer. De una patada tumbé la puerta del director del manicomio, el hombre sorprendido y además con los pantalones abajo por estar jugando al papá y a la mamá con una enfermera joven trató de oponer resistencia hasta que Olavarría le propinó un recto a la nariz que lo dejó en el suelo. La enfermera que pidió la dejáramos vestirse, se limitó a dejarse amarrar, me miró con ojos pícaros pero logré resistir la tentación.

Una vez tomados por asalto todos los puestos de enfermeras y médicos, agarré un micrófono que se encontraba conectado a unos altoparlantes que se escuchaban a lo largo y ancho del recinto e informé a todos los pacientes que ahora ellos eran dueños de esa vaina y que ellos eran los médicos tratantes a partir de ese instante. La algarabía no se hizo esperar y comenzamos por llevar a todo el personal del hospital mental a bañarse, bajo el agua fría los médicos y el personal de apoyo nos miraban con cara de querernos asesinar, los pacientes reían y pedían a gritos llevar al director al cuarto de reclusión solitaria. Los complací y lo cargamos entre todos y lo encerramos allí, al enfermero que me había metido la cabeza en el plato lo amarré de una poceta que había llenado con todo tipo de químicos, Olavarría le puso una mecha a la cosa y volamos al coño e’ madre por los cielos, a los otros médicos y enfermeras los metimos en salones a hacer terapia, solo que esta vez los locos eran quienes dirigían las mismas y se encargaban de hacer las preguntas. Llegada la noche busqué al director y lo amarré a la silla de su oficina, con cuidado busqué mi expediente el cual quemé en el acto, y después de cantarle unas canciones de Popi y recitarle unos poemas de mi infancia le corté el cabello al rape y lo maquillé tal cual “drag queen”. Entonces le pregunté “de que color son las pantaletas de tu mamá?, el viejo que no podía responder pues tenía tirro en la boca me miraba con furia, procedí a preguntarle “en donde están guardadas las promesas electorales de los candidatos a presidentes de Venezuela?, el viejo no pudo contestar y por último le dije “cuantos perros calientes me comí en la final Caracas-Magallanes?, el viejo no contestó, “pues bien viejo guevón, creo que estas loco, si no sabes eso, estás loco de bola y procedí a abrirle un expediente.”

Reunido con mi comitiva de locos que nunca habían estado más felices en sus vidas les indiqué que debía partir, que ellos quedaban a cargo del sanatorio, Tarzán solo alcanzó a decirme “nunca pensé que Chita era tan inteligente”, le di un abrazo, y pasé a despedirme de Hildemaro quien chorreado porque supuestamente un fantasma le estaba mordiendo una nalga en ese preciso instante no logró decir nada, Olavarría se cuadró enfrente mío cual soldado, y me dijo “gracias General, aquí lo esperamos para la próxima cruzada”, Cleopatra llorosa me dio un beso en la mejilla y me pidió por favor que hablara con el presidente de la república para que cambiara el nombre de Venezuela por el de República Mesopotámica Egipcia Constantinopla, yo le prometí que vería que podía hacer. Cansado pero tranquilo conmigo mismo me volteé y me fui.

A la mañana siguiente y como era de esperarse los médicos retomaron el control del manicomio, yo escondido en un árbol cercano veía el show mediático, entrevistas a los médicos, enfermeras, carros de policías y bomberos, el director del hospital aún maquillado y con su calva reluciente explicaba lo que había pasado, por supuesto juraba que me encontraría y que pagaría caro por mi osadía, con cuidado me bajé del árbol y me alejé caminando, de pronto sentí que me tocaron el hombro, al voltear vi a un hombre desconocido que me dijo “que hubo loco, me puedes dar la hora?, después de mirar mi muñeca sin reloj y contestar "las nueve y media" seguí mi camino para comprender que por siempre sería un loco más....