Friday, February 10, 2006

Letargo

Los superhéroes no amenazamos, actuamos, de eso pueden estar seguros, eso nos diferencia, con esto no quiero decir que no pensamos antes de actuar, pensamos más rápido, por ende mientras otros necesitan amenazar para pensar, yo simplemente actúo. Eso fue lo primero que aprendí cuando acepté en mi interior que debía salvar a la humanidad, o a una parte de ella, bueno más bien a unos cuantos que se metieran en problemas. Después de haber perdido a lo que años más tarde me daría cuenta era el amor de mi vida, me mantuve alejado, escondido, dolido, sin entender porqué hay heridas que nunca sanan, que permanecen intactas, que se ríen de la bondad humana. Me enfrenté a mis demonios, algunos que conocía, otros nuevos, viejos, jóvenes, astutos, sabios, tuve que buscar en lo más adentro de mis entrañas para desafiarles y conseguir un poco de paz en esas noches donde soñaba con ella.

La ciudad estaba igual a siempre, triste y agobiada, usualmente dormía horas largas para tratar de olvidar, de olvidar ese pasado que me perseguía. No le deseo a nadie tener que lidiar con el hecho de reposar tu cabeza en la almohada y saber que ella más nunca estará allí, que se ha ido, que el mundo te la robó, o quizás que tu mismo no supiste retenerla. Aún la buscaba en todos lados, en cada persona que me cruzaba en la calle, me acercaba, las tocaba, para ver una cara extraña y dura mirarme de vuelta, me excusaba, y me iba, solitario, a tratar de entender las razones, las respuestas no han llegado, pienso que nunca arribarán, el modo de aceptar las cosas es proporcionalmente igual al dolor que podemos soportar, créanme en el mercado no venden sonrisas ni felicidad, no las busquen allí.

Dudé de mi mismo, creo que ese es el peor sentimiento que se puede sufrir, no creer que existes, que no eres más que un sueño de un científico loco que te creó en una borrachera. Recuerdo aquella noche, en el techo de mi casa, contemplando la ciudad, no creía en mi persona, el hecho de saber que más nunca le vería helaba mi sangre, ni siquiera de niño lloré tanto, estaba inconsolable. Mi perro Alerón me lamía las mejillas, quitando aquellas gotas llenas de dolor, pasé horas y días de luto, se transformaron en meses, varios de ellos. Soñaba para recordar, siempre en sueños aparecía, serena y tranquila, me miraba, sonreía, luego su risa se transformaba en burla, se arrastraba por el suelo de la risa, mostraba una especie de tabla de posiciones en donde ella ganaba y yo perdía, yo trataba de explicar, de pedir una oportunidad para demostrar, ella soberbia y alzada me tiraba un beso al aire y se iba.

Despertaba gritando su nombre, mis padres corrían a mi cuarto, asustados por mis alaridos, yo sentado en mi cama, mostrando mi bien cuidado y sudoroso abdomen lloraba. Mi madre no soportaba verme así, mi padre se sentaba a mi lado y me hablaba por horas, debo confesar que no lo escuchaba, pero su presencia me calmaba, si a eso se le puede llamar calma. Mi padre inventaba historias, ustedes saben lo que es inventar cuentos para un “niño” de veinte y dos años?, yo le miraba detrás de mis ojos vidriosos y le decía que no mintiera, el solo ha tenido ojos para mi madre, el solo puede hablar de eso. Salía el sol y no quería mirarle, su aroma se había quedado en mi piel, me metía al baño a quitármelo, pero allí permanecía, hay cosas que no podemos borrar por más que intentemos, es solo cuestión de aprenderlas a llevar, hacerlas nuestras y no traicionarlas, firmar un contrato de no agresión, así hice, su olor y yo ahora convivíamos juntos.

De lo malo siempre sale algo bueno, descubrí que mis amigos a pesar de no ser superhéroes estaban allí para apoyarme, me uní a mi pequeño hermano a quien comencé a entrenar en el arte de ser superhéroe después de darme cuenta que era mi clon. Finalmente eduqué a mi perro para que se sentara en el asiento trasero del carro y mi alma conoció finalmente el dolor que causa el sentir, ese dolor que no puedes explicar, pero que tarde o temprano se diluye y te acostumbras a llevarle encima. No se va del todo, siempre queda allí impregnado, es solo que lo miras como a un farsante, no le das el crédito que el cree merecer, lo olvidas de a ratos y cuando arremete estás preparado o al menos eso te haces creer.

Sonó el teléfono, tenía días sin contestarle, sentí miedo de atender pues de escuchar esa voz de nuevo no sabría como reaccionar. Vencer los miedos es parte del crecer, ahora bien, un superhéroe con miedo es otra cosa, es pasar de lo sublime a lo ridículo, en un instante, sin derecho a revertir, sin chance a dejar de sentir. Lo dejé repicar varias veces, me paré de la cama, mis huesos crujieron, mi alma sonó, finalmente atendí, mis padres asomados en la puerta de mi cuarto celebraban como si hubiera resucitado de entre los muertos, les miré y sonreí, por primera vez en largo tiempo. Del otro lado, había una voz, por supuesto, no la que mis anhelos deseaban, pero voz al fin, otro ser humano, en su juego de las relaciones.

“Hola Poli”, dijo Gaby, Gabriela Laardner, una amiga de la infancia quien siempre me usó como papá en sus juegos de pequeña a pesar que yo siempre terminaba colocándome una capa y diciéndole que iba a salvar al mundo ante su llanto inclemente. “Finalmente atiendes” dijo la bella dama, “sabes que estamos preocupados por ti ¿no?, ¿por cierto, que tal si te paso buscando y nos tomamos algo?. Dudas, el peor enemigo del planeta, me invadieron, respiré hondo y contesté, “ok, está bien Gaby, pásame buscando”, “ese es mi Poli” gritó Gaby, mis padres del tiro salieron a celebrar, iba a pisar la calle por primera vez, acompañado, después de mis vacaciones inducidas, provocadas por eso que llaman “amor”.

Nunca he entendido porqué las personas tratan de aprovecharse cuando la guardia de un ser humano ha sido vulnerada, yo no hago esas cosas, pero Gaby tenía planes. Llegó vestida espectacular, eso debo reconocer, ella es una mujer linda, sin lugar a dudas, al subirme a su carro comenzó a coquetear, una mujer con una misión, yo apenas un superhéroe recuperándome. “Hola guapo” soltó Gaby, “hola ¿que tal?” le respondí, “ay! miren a mi Poli que lindo” dijo ella, yo simplemente bajé la mirada y me limité a mirar el camino hacia el restaurant. Cenamos, hablamos de todo un poco, claramente Gaby se insinuó, pensaba que era el momento preciso para atacar, yo estaba aún golpeado, y ella trató de suplir algo que no se puede reemplazar nunca.

No quise ser descortés, seguí el ritmo de su juego, de su intento en vano por hacerme de ella. Recordamos viejos tiempos, cuando siendo niños peleábamos por determinar que juego jugar, me acordaba de aquella vez cuando se le había caído un diente y le dije que era una bruja y ella lloró por horas por mi comentario mal intencionado, ¿que mala intención se puede tener a los seis años?. Me fui dejando llevar por la conversación, por minutos olvidaba mi pesar, en otros parecía distraído, aún buscaba su bella sonrisa en los labios de Gaby. “Entonces Poli” dijo Gaby “¿vamos a darle un chance a lo nuestro?, “¿a lo que? contesté de inmediato, “tu te volviste loca de verdad, no Gaby, ¿de que hablas?”.

Ella bajó la mirada y me dijo “bueno, yo solo intenté, disculpa, de verdad, que pena”, “no te preocupes, no hay problema” le dije mientras finalizaba mi Coca-Cola. Hay momentos donde provoca huir, desaparecer, salir corriendo sin parar hasta que tus pulmones no puedan aceptar aire y caer desmayado en algún lugar desolado. Gaby siguió hablando, para adelante y para atrás, de lo que ella hacía, ser veterinario, yo reconozco no haberle parado por un tiempo, pero luego al hablar de su trabajo en el hipódromo con los equinos, noté como su semblante cambiaba, como si algo le intrigara al hablar, sentí miedo en su voz, como si quisiera que preguntara, yo me paré de la mesa dando muestras que era hora de regresar.

Esa noche, como muchas otras, no dormí, la tentación de volver al ruedo era mucha, la voz de Gaby, temblorosa, sin lugar a dudas necesitada de ayuda, para eso estoy aquí, para salvar, sin miedos ni restricciones. Subí al techo de mi casa, con toda mi fuerza grité su nombre por última vez en mi vida, nunca supe si grité para que me escuchara y me viniera a rescatar o simplemente para mandarla lejos. En mi closet, abrí una caja plateada, muy bien pulida, con un candado, adentro mi china, mi arma fiel, esperaba para ser empuñada una vez más, mi mano temblaba, la tomé y la puse en el bolsillo trasero de mi pantalón, como había hecho desde mi infancia, de allí me fui al hipódromo.

No hay nada más placentero que una sonrisa de sorpresa, esa que esbozó Gaby al verme allí. En el hospital veterinario, los equinos se paseaban, elegantes y majestuosos. “Que haces aquí? preguntó Gaby a la vez que besaba mi mejilla, “pues nada, te vine a visitar, quería ver a la doctora en acción”, ella soltó una risa sincera, me tomó de la mano y me dijo “vamos, te muestro todo esto”, yo con sutileza solté mi mano y seguimos caminando. Cuando el tour estaba completo, nos sentamos a almorzar, para mi Gaby era la misma niña de seis años con que jugaba, para ella yo era uno de sus candidatos a papá, pero en la vida real, en el mundo de los adultos, a veces los humanos no estamos en la misma página, de esto se trata el existir, de compaginarse.

Se acercó un veterinario, algo mal encarado, “me puedo sentar?”, preguntó, yo de inmediato le extendí una silla, con ella mi mano, “encantado” le dije “bonito lugar tienen acá”. El hombre ni siquiera respondió, “Gaby estás lista?” dijo, Gaby algo incómoda dijo “si, si Juan Antonio, estoy lista”, se volteó a mirarme y dijo “Poli, te quedas un rato por aquí?, ya vuelvo, en un minutito”, yo asentí con la cabeza. Ellos salieron por la puerta, yo por la otra, les seguí, con cautela, iba sonriendo mientras hacía esto, mis facultades regresaban a mi ser. En un quirófano en donde un caballo yacía sobre la mesa operatoria había mucho movimiento, yo buscaba con afán para localizar a Gaby pero no la veía, de pronto el panorama se aclaró, en otra mesa operatoria estaba Gaby acostada, amarrada, con lágrimas en sus ojos.

Un peón que pululaba por el lugar me divisó husmeando, se acercó y dijo “quien es usted?, yo sorprendido mirando lo que no debía ver le contesté que era un veterinario invitado a ver la gran operación, debo confesar que no tenía ni puta idea de que hablaba. El peón me dijo “ah si?, cual es la clave?, “que clave?, de que hablas hermanazo?, el diminuto hombre, quizás jinete en su pasado, desenfundó una navaja y trató de cortarme, el enano no sabía que mis reflejos eran más rápidos que su vida, la navaja se clavó en un barril que contenía gasoil, sin pensarlo un codazo al coco del peón, el diminuto personaje cayó al piso, pero se puso en pie y lanzó un golpe recto a mi estómago, su puño golpeó la pared, la pared que era mi masa abdominal, el enano sorprendido trató de huir, le hice una zancadilla, y brincando sobre él lo tomé por el cabello y estrellé su cabeza contra el cemento.

El barril de gasoil me dio una idea inmediata, abrí un armario en donde encontré un tetero, supongo que para alimentar, potros recién nacidos, quien sabe, lo llené de gasoil y me escondí en un cuarto. Allí encontré todo el ropaje de los jinetes, me vestí de jinete, no se a quien pretendía engañar pero me causó gracia verme vestido así, no hay jinete que mida un metro ochenta, ese era yo, ahora jinete. Corrí de nuevo hacia el quirófano en donde habían comenzado a trabajar en la yegua, pues ahí me di cuenta que se trataba de una yegua, con precisión le extraían su útero y demás órganos circundantes, la mirada macabra de aquellos veterinarios me dijo que debía actuar rápido o Gaby estaría en problemas.

Me dirigí a una caballeriza y abrí las puertas de los establos, los animales libres corrían salvajemente, el caos se apoderó de la situación, tal cual como me gusta, el desorden al máximo, corriendo volví al quirófano en donde los veterinarios habían tenido que parar su actuación ya que los equinos corriendo por doquier estaban causando revuelo. Escondido tras la puerta me cercioré que a medida que los veterinarios salían, mi tetero lleno de gasoil los mojara, ellos distraídos por el desastre armado ni cuenta se dieron, aproveché para introducirme al quirófano y sacar a Gaby de allí, ella al verme no sabía quien era, luego entendió que me había disfrazado de jinete y solo pudo sonreír, la cargué y nos escondimos dentro de un establo.

Allí Gaby me explicó que iban a colocar su útero dentro de la yegua, todo como parte de un experimento macabro para fecundar a un humano dentro de un equino con la misión de hacerle más fuerte y crear una raza superior. La verdad no entiendo la razón de la humanidad para tratar de ir en contra de las leyes naturales, en vez de preocuparnos por esas pendejadas deberíamos resolver otros problemas, crear un mundo en donde se pueda vivir, ser libres, capaces, poder desarrollarnos plenamente, pero no joder la existencia de una pobre muchacha por el afán de jugar a ser Dios. “Van a venir por nosotros” me dijo Gaby, “vete Poli, por favor, ya yo acepté que este es mi destino”, la miré como suelo hacer, “el destino no existe, y te lo voy a probar aquí mismo, tomamos decisiones y eso lo queremos llamar destino, una simple respuesta auto complaciente para sentirnos mejor cuando las cosas nos pasan, mi decisión es quedarme aquí, contigo, y por eso lo que llamas destino va a cambiar, tu no vas a ser parte de esta locura, así que esta vez yo digo que juego vamos a jugar.”

En ese instante se abrieron las puertas del establo, los tres veterinarios armados sonrieron confiados que su plan se iba a cumplir a cabalidad. “Tu, imbécil, el vestido de jinete, payaso de pueblo, párate de ahí” gritó uno de los hombres, otro de ellos tomó a Gaby por el brazo. Yo dije “miren, a mi nadie me dice payaso de pueblo, yo solo se que mejor nos dejan ir, dejan de hacer sus experimentos idiotas, y aquí no ha pasado nada”, los hombres soltaron la carcajada y profirieron unos cuantos insultos más, “escuchen sino nos dejan ir los voy a prender vivos”, uno de ellos dijo “nos estás amenazando? payasete?, en el acto solté un fósforo al aire, al contacto con la ropa de uno de los veterinarios se prendieron pues estaban impregnados de gasoil, los hombres quemándose vivos se lanzaban a unos barriles de agua, tomé a Gaby por la mano, no sin antes decirles a los verdaderos payasos de la historia “yo no amenazo, actúo, acuérdense siempre de eso.”

Corriendo por la pista del hipódromo llevaba a Gaby agarrada de la mano, como dos niños jugábamos a los caballos de carrera, al llegar a la meta, la cruzamos juntos, la foto no reveló ganador, iguales, equilibrados, ella me miró con ojos de nostalgia, yo sonreí, la besé en la frente, agradecí su empuje para sacarme del letargo, y me fui, caminando, solo, conmigo mismo, como siempre hice, si bien es cierto que la recordé, mi interior aceptó que yo no temo a nada, que tampoco amenazo, que por si no lo saben, les vuelvo a repetir, actúo...