Monday, May 01, 2006

Debes

Los días pasaban en su consecución normal, nada de cambios en su orden, después del domingo viene el lunes, no es así?, eso pensaba yo, eso pensamos todos, es solo que a veces no logramos distinguir entre uno y otro, se vuelven iguales, nos hacen sus presas. Todos pedimos u ofrecemos en algún momento, por ende debemos devolver o cumplir con la obligación. No se trata de un pacto nocturno, no es más que el deber intrínseco pegado al simple hecho que lo necesario en un momento puede ser requerido en otro, simple, si pedimos pagamos, si ofrecemos damos, es solo que hay maneras de pagar, hay maneras de dar. No se trata de un hombre especial, es acaso que era normal, su paciencia su eterna virtud, tan fuerte como un alud, centrado en su andar, fijado en su despertar, es un hombre común, y es muy trabajador, no es otro que el gran cobrador.

Hago el intento de armar el rompecabezas en mi mente, los recuerdos pueden ser armas mortales, quizás puedan salvarnos en otras oportunidades. Jugaba con mi china sentado en la mesa, mi madre al verme me pidió que me quedara tranquilo, mis ojos me delataban, tenía esa mirada clásica, esa que pongo cuando persigo al fantasma, el espectro de mi existir, aquel por el cual debo seguir, la razón desconocida que me hace vivir, la nada, el vacío que busco a diario y no encuentro, la noche sin luna que agobia mi mente, todo aquello que no está bien y debo enfrentar, no es más que la condena que debo pagar por decir la verdad y mi cabeza no bajar por no dejarme opacar por la suciedad de este triste estar. En un principio no entendí por qué a mí, pero hace tiempo dejé de preguntar, simplemente avanzo, sin mirar atrás. Aquel radiante día de abril iba a aprender muchas cosas, igualmente nuevas dudas invadirían mi ser, pero entendí una vez más que debo permanecer tranquilo ante la espera, que las situaciones se mueven de acuerdo a como las manejemos, y por sobre todo que debo ser constante, no cambiante, con lo que creo y se me ha encomendado.

Me pierdo, lo reconozco, y disculpen, a veces cuando mi mente procesa que los humanos odian para seguir, cuando siento que todos buscan venganza para subsistir. El cobrador, de eso empecé a hablar, un viejo y lastroso personaje, pero del cual no podemos escapar, de una manera u otra siempre tenemos algo en nuestro pasado que no ha quedado saldado. Mario Becerra, ese es su nombre, algunos dicen que nació en el Perú, otros dicen que en Paraguay, hay quienes aseveran que es Salvadoreño pero en realidad su acento no lo delata, es más bien un ciudadano del mundo, un ser del planeta, que está aquí y allá y que viene a cobrar las deudas desconocidas por la humanidad, aquellas que solo pocos saben que existen, aquellas que debemos honrar so pena de ser llamados ladrones por el resto de nuestra existencia, hay deudas de muchos tipos, hay ofrendas de distintas índoles, pero al final hay que subsanarlas, hay que borrarlas de nuestro existir.

La historia cuenta que era un farsante astrólogo, que agobiado por la mentira que suponía el hablar del futuro sin siquiera saber que era el presente aceptó el trabajo de cobrador, de enlutador del ayer, discapacitador del hoy, pesetero del futuro. Pero no hablo de un cobrador cualquiera, este hombre trabajaba en pro de la desgracia humana, llevaba las instrucciones directas de un algo superior, de aquello que vemos y no distinguimos. Sus facciones particulares le hacían visual a distancia, su lento caminar, su maletín en el cual guardaba aquella lista, una base de datos infinita, que manejaba a placer, sin orden causal ni lógica aplicada, simplemente la desfachatez encarnada. “Sabía que vendrías” dijo con su acento desconocido, sus ojos me miraban de arriba abajo, sus manos se movían nerviosas. “Aquí estoy” dije sin quitar mi mirada de su raído traje que hubiera estado de moda en los años setentas, “recibí su carta, y he venido a saldar, aquello que usted pretende cobrar, aún sin entender que he podido dejar sin pagar”. El hombrecillo sonrió, se sopló la nariz con un pañuelo que olía a hollín y se sentó al frente de mi. “Es que no debes dinero Policarpio, tu debes otra cosa”, yo ponía cara de no saber de que hablaba, sabía que no se trataba de dinero, yo sabía perfectamente a que se refería el astrólogo convertido en cobrador.

Abrió su fétido maletín y sacó un pequeño sobre color crema, me lo entregó y dijo “lee Policarpio, tu deuda con el planeta, claro está, recordada a nuestra institución por un viejo enemigo tuyo, el cual no puedo mencionar”. Detenidamente leí aquellas dos líneas llenas de incongruencias insalvables, de ataques a mansalva, de venganzas idolatradas, de dolor irreparable. “Como se supone que pague esto?, le dije al hombrecillo, “pues eso no es mi problema” respondió, “yo solo estoy aquí para cobrar”. Mi plan era hacer tiempo, distraer si era posible al mañoso y hábil cobrador, la forma de pagar era clara y precisa, solo que yo no estaba dispuesto a ofrendar mi existir por el triste transcurrir de algunos que olvidaron que el valor de las cosas viene dado por su intención y no por su peso en oro.

“La persona que ha incluido tu nombre en la lista de deudas desea que te destruya sin piedad” dijo el cobrador, “entonces Policarpio, como hacemos?, con sufrimiento o sin él?” agregó el farsante cobrador. Mirando fijamente al pequeño hombrecillo le dije “pues bien detestable figurilla, tengo tiempo sin sentir el dolor, así que vamos a hacerlo con sufrimiento incluido”. El maléfico enanillo se frotó las manos dando indicios de su placer por el dolor ajeno, sin mediar palabras echó un polvo mugriento sobre mi cara que no pude evitar, en pocos segundos los sueños más detestables del universo pululaban en mi mente, soñaba con aquel olor fétido que siempre salía al enfrentar a mis enemigos, veía el sutil color de sus cabellos que no lograban poblar su enorme cabeza, escuchaba las risas propias de la desesperación, de aquellas dudas que siempre quedarán. Rendido y a la merced de aquel siniestro personaje me trasladaba a su recinto enfermizo, a su casa, en la gran vereda del Valle Verde.

Los gritos infernales me hicieron despertar, no eran míos, solo de otros que como yo debían algo, que pagaban lentamente por sus culpas, o así te lo hacían sentir. Cuartos divididos por telas colgadas hacían de aquella experiencia algo devastador, cerca de mí le cobraban a una madre por haber pedido clemencia al juez que le entregó sus hijos al padre, en otro rincón un pequeño niño sufría al sentir el soplete en sus manos por haber pedido unas barajitas del album de moda y no haberlas devuelto, la vieja, aquella vieja devastada lloraba mientras le ensartaban alfileres en sus brazos por haber pedido hilo y agujas a una amiga los cuales nunca retornó.

La cuestión no paraba allí, estos eran simples casos, de la vida diaria, del quehacer normal del universo, del juego terrible de los humanos, de la violencia y venganza desatada por los poderosos. El enano enfermizo se acercó y me propinó una cachetada, su risa vacía y sin destino retumbaba en aquella casa llena de odio y desolación, caminando hacia otro cuarto me topé con un hombre que apenas podía caminar, era llevado por uno de los secuaces del cobrador, el “gordo traición”, personaje asqueroso, de uñas largas y barriga colgante que se dedicaba a torturar individuos bajo las órdenes del cobrador. Sentado en una silla y el sudor corriendo por mi frente pude ver como le taladraban las rodillas a un joven que según se podía leer en la pizarra que contenía la orden del día debía pagar por haber vendido unas promesas de matrimonio a algunas damas de la sociedad.

Pude ver con mis ojos como el hombre que vendió a su madre sufría la dureza de un martillo en sus pies, la mujer que traicionó su palabra era ensartada entre gritos y sollozos, pude ver, tantas cosas pude ver. La violadora del mutuo acuerdo lloraba desconsolada por la presión en su pecho de un yunque gigante, el mutilador de la palabra yacía inerte en el piso, y así otros tantos más que pagaban, con razón o sin razón, que simplemente pagaban por el hecho de existir. De golpe se abrió una puerta, el “gordo traición” con sus dientes separados hizo su entrada, lo mismo hizo el cobrador, pero mi sorpresa llegó cuando vi frente a mi a aquel que me había tendido la trampa, aquel detestable enemigo que vendió mi nombre al cobrador, esto iba en contra de las reglas, pero que sabe de reglas el que las rompe, con el simple hecho de llamarse humano.

Sus risas sonoras hicieron que yo también sonriera, para su sorpresa por supuesto, como todo dueño de la irracionalidad, el que ríe cuando siente que otro no debe reír pues se disgusta con facilidad. Los nefastos personajes me veían fijamente, yo hacía lo propio, murmuraban cosas entre si, discutían acerca de mi vida, sin darse cuenta que ellos ni siquiera son parte de ella. “Pues bien Policarpio” se acercó diciendo el cobrador, “con tu existir debes pagar estas tantas deudas que tienes con el mal, con dolor has elegido, y por eso te he traído, puedes cerrar tus ojos para no ver lo que te espera, como ves tres contra uno es demasiado, esta vez no sales de esta pequeño soldado”.

“Por no haber bajado la cabeza ante la injusticia reinante en el planeta, debes Policarpio, nos debes a los mercaderes del mal, debes por no ser un fiel cordero que sigue al rebaño, por no haber cedido ante las órdenes de la malevolencia unificada, nos debes Policarpio, por intentar quebrar la irracionalidad del curso normal del existir, por no seguir los pasos indicados por el manual, por querer ser en vez de ser lo que queremos que seas, nos debes, nos debes, por haber nacido, por venir al planeta a no seguir nuestros dictámenes, por desestabilizar el equilibrio que te habíamos impuesto, te ordeno que pagues odiado Policarpio, por no haberme obedecido” sentenció mi enemigo gritando con todas sus fuerzas, mientras se acomodaba sus lentes y arreglaba el poco cabello que le quedaba.

El “gordo traición” se acercó, pude calcular que tenía unos dos meses sin bañarse, tomó un alicate y empezó a apretar mis dedos de los pies uno a uno, el dolor era poco tolerable, pero en esos momentos es cuando el espíritu abandona al armatoste, de lejos veía como era torturado por mi famosa “deuda”, sin piedad me golpeaban, pero no lo sentía, somos ajenos al dolor inflingido por el mal, sentimos lo que queremos sentir, lo demás se lo dejamos al planeta, a los recolectores de sentires, a aquellos que tienen otra tarea. De nuevo dentro de mi y con el dolor palpitante pude ver como mi enemigo se acercaba, traía en su mano, su arma, afilado papel, de color, y de forma rectangular, procedió a hacerme pequeños cortes en mi cara, sin darse cuenta se acercó más de lo debido y mirándole a los ojos le recordé que mi deuda era su invención y que él por el contrario si me debía más que la intención.

El asombrado hombre, quien se había olvidado que la palabra puede más que todo su peso se enfureció levantando sus manos, creando una ventana de oportunidad, tapándole la vista al “gordo traición” y al cobrador, de mi bolsillo, mi china, con rapidez, un garbanzo a la frente del cobrador quien cayó al suelo, otro a los genitales del “gordo traición” quien no sintió nada pero de la sorpresa cayó al suelo, y simplemente me lancé a un lado dejando la silla vacante, en donde los brazos cortos y peludos de aquel hombre chocaron con el metal partiéndose como caramelo de torta. Un chinazo en la cabeza calva y sucia de aquel hombre lo dejó fuera de combate, me acerqué al “gordo traición” y después de recordarle que no es bueno desear lo que no es tuyo y menos si se trata de una persona le propiné una sonora patada en la espinilla que se la resquebrajó de inmediato, caminando hacia el cobrador me acordé que la venganza no es buena, nunca, bajo ningún motivo, que no vine al mundo a cobrarle a los demás por lo que me han hecho, sino que estoy aquí para recordarles que dormimos más tranquilos sino hemos hecho el mal a sabiendas que lo estamos haciendo.

El pequeño hombrecillo, el cobrador, otrora farsante astrólogo me miraba con ojos llorosos, con rapidez buscó afanosamente en una de sus listas, allí estaba el nombre, el nombre de aquel sucio mercader de almas que yacía en el piso unos metros más allá y que tenía una vieja deuda conmigo. El cobrador me ofreció hacerle pagar de inmediato a cambio de que le dejara ir, sin pensar le dije “ni tu ni yo nos encargaremos de ese asqueroso ser, su deuda no es conmigo, es con él mismo, el simplemente le debe a su conciencia…”