Friday, September 06, 2013

Para David..


David! David! David Pepe! Cocutzzi! Dr. Boppy!, Soldado Lauterbach!, Octagón! Boru! gritaba su Mamá mientras el pequeño parecía no estar interesado en abrir sus ojos. Un suspiro y un estirón siguieron, pero aún sin abrir los ojos.

Todo había comenzado un tiempo atrás, nueve meses en tiempo terrestre, infinito en su memoria, David había escapado en su nave especial, hacia el espacio sideral, corriendo David Pepe, sin dejarse atrapar, lleno de todo aquello que se puede divisar, todo en realidad es posible mientras se pueda pensar.  

Raúl era un tiburón, no muy común por demás, no tenía dientes víctima de un hechizo  lejano y efectivo realizado por la bruja del sombrero puyudo. Asustado y hambriento llegó a la playa en donde David descansaba tranquilo, hacienda castillos de arena y tomando piña colada, sin alcohol por supuesto.

David notó que el tiburón estaba un poco triste y se acercó con la cautela debida pues tiburón es tiburón.  Después de meter su mano en la boca del tiburón que solo tenía baba, David se metió al mar y comenzó a platicar con el tiburón, hablaron de la nada y del todo, de lo claro y lo oscuro, de aquello y de lo otro, de lo mucho y lo poco, hablaron sin cesar, hablaron sin parar.

Como quitar el hechizo al tiburón hizo a David pensar, una dentadura postiza? o simplemente aprender a llevar. Al rato llegaron unas almejas, dos estrellas de mar, tres caballitos de mar y un atún, quienes hicieron compañía a Raúl, el cual ahora disfrutaba de una piña colada tomada con pitillo y sin tener que masticar nada. La compañía le hizo olvidar su pena desdentada que parecía nunca terminar, David sonrió sin dientes que mostrar y esto hizo que el tiburón volviera a navegar.

Se puso en pie y se dirigió a la Refinería de Baba, lugar en donde se refinaban 1,289,889 millones de barriles diarios de baba para ser repartidos en toda la galaxia. David era el ingeniero jefe del “Complejo Refinador DFDU” en donde minuciosamente se almacenada y procesaba toda la baba que David botaba durante el día. Después de verificar que todo estaba en orden y que los barriles de colores y con una foto de David estaban listos para ser transportados David bostezó y cayó rendido en los brazos de Morfeo.

Una idea cruzó su mente al recordar a Guzzum, el esquimal, como llego de mi playa al Igloo?, decidido fue al Banco Nacional de Dinbatania, en donde luego de auto acreditarse varios peniques a su bolsillo contrató una empresa de ingenieros que eran indios pemones para construir un puente que lo llevara de un lugar a otro.

Con un casco amarillo y dando órdenes, David dirigía a los pemones que utilizaban grúas y cuerdas para armar aquel puente iluminado con soles de distintos colores. Trabajaron días enteros hasta que la majestuosa obra estuvo culminada. David entendió que los pemones debían descansar y les regalo un pedazo de selva para que por siempre pudieran jugar.

Como cruzo el puente, se preguntó David, parado en la acera del frente de la playa, donde también había un kioskito que vendía flotadores, empanadas y juguetes de toda índole había un jeep con la placa número 111612 y un letrerito que decía “no freno por nadie.”

Ahora con el frío en su cara David atravesaba el puente a toda velocidad, en la radio sonaba la canción del piojo que había resbalado, a lo lejos podia ver la nieve, algo que siempre le recordaría que todo está lleno de matices y al aprender a disfrutarlos seremos felices.

En la explanada blanca David disfrutaba tirando bolas de nieve y esquiando, en aquella montaña platinada y con una empinación perfecta. El esquimal lo observada a lo lejos mientras le preparaba sushi y chocolate caliente para culminar aquel momento maravilloso. Luego de sentirse cansado David se tiró al piso e hizo un perfecto angel, al pararse notó como el angelito le seguía y lo seguiría por el resto de su existencia.

De regreso David se encontraba muy alegre y pisó el acelerador a fondo, a unos cuantos kilómetros por hora por encima del límite de velocidad se sentía feliz al ver pasar las libélulas que servían de guías en la calle para mantener el canal. En el espejo retrovisor vió unas luces rojas y azules. Un policía enviado por la Comandante Urich lo venía persiguiendo y tenía todas las intenciones de atraparlo.

Sentado en un calabozo hecho de azúcar y helado David no entendía como había ido a parar allí. Por los momentos se comía los barrotes de chocolate mientras esperaba la audiencia con el Juez Mimoso, Juez por demás chiflado que el mismo David había contratado. Luego de una discusión amena acerca de juguetes y dulces con el Juez, el mismo lo dejó ir al cancelar una multa especial, consistente de polvo sideral, unas estrellas muy brillantes y los tornillos de aquella silla que alguna vez perteneció a su Mamá.

Al salir de la cárcel se entretuvo por un rato en el famoso circo del espacio, el cual contaba con jirafas-llamas y elefantes-rinocerontes, con un mono director de circo y unas focas que bailaban tango mientras la orquesta compuesta de cochinos tocaba sin cesar. La majestuosa carpa amarilla y roja del circo tenía una letra “D” en el centro, después de todo, este mundo era de David.

Parado frente al podio David le daba un discurso a todos los habitantes de aquel mundo maravilloso, mundo sin igual, mundo ancestral y futurístico, mundo aquel que no se debe olvidar. Se bajó del podio y entendió que su viaje había concluído, que había llegado de la hora de explorar un nuevo mundo, un nuevo universo, era el tiempo de reir, de llorar, de mirar, de andar, de jugar, de aprender, de entender, de poder, de querer, de seguir, pero sobretodo de vivir.

Miró a su alrededor y notó que todo seguía igual a cómo él lo había imaginado, se sentó tranquilo y miró el horizonte, allá a lo lejos lo esperaba una nueva aventura, solo que está vez tendría un toque de realidad.

Finalmente David abrió los ojos, sonrió y con un guiño del ojo alcanzó  a decir sus primeras palabras,

 - Soñar no cuesta nada, mientras pueda hacerlo todo seguirá existiendo, y eso es lo que pienso hacer por el resto de mis días…

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